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En la Semana de la Moda de Londres hay un montón de gilipollas

Y todos se creen más importantes que tú.

En la Semana de la Moda de Londres (y estoy seguro de que en muchos otros lugares del mundo donde parece que es válido legitimar el vacuo pasatiempo de ver ropa cara durante 5 días seguidos) todo el mundo es más importante que el resto del mundo. Vaya, ¿eres un jeque multimillonario con su nombre grabado en el desierto? Bueno, pues yo tengo un blog de “street-style” que recibe 700 visitas cada mes; vuelve a la cola y ni se te ocurra volver a respirar cerca de mí, asqueroso roedor humano (y encima con mal gusto).

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La Semana de la Moda crea estos extraños oasis temporales en los que está aceptado ignorar las normas básicas de la decencia humana. La semana pasada murió un fotógrafo después de una afterparty, pero a nadie pareció importarle mucho. Nadie esperaba que la gente empezase a ponerle velas, pero un poco de reconocimiento por una vida joven echada a perder no habría estado de más.

En cambio, la Semana de la Moda sigue siendo el mismo evento de siempre, donde los fotógrafos se dan de hostias por hacer fotos buenas y el jodido evento siempre, siempre empieza antes de que a ti te dé tiempo de llegar a alguno de los shows. El otro día tuve la mala suerte de que se me ocurriese encender un pitillo cerca de la entrada de Somerset House; un segurata me cogió del hombro, me clavó sus garras en el cuello y me mandó directito de bruces al barro. En lugar de ayudarme a ponerme en pie, su séquito de seguratas (también vestidos de cuero) solo se preocuparon de no mancharse sus zapatos de Salvatore Ferragamo con la sangre que me salía del labio roto, porque no solo ellos son bastante más importantes que yo, sino que sus zapatos también significan sustancialmente mucho más que mi salud.

Hacer cola es la nueva clase magistral de tu inadecuación. Creo (asumo) que las colas de la Semana de la Moda son el lugar donde se conceptualizó y refinó lo que es el tono burlón y el hecho de despreciar, puesto que todo Dios haciendo cola en una Semana de la Moda (y que yo he tenido el placer de conocer) ha puesto cara de estar pensando “joder, el simple hecho de que estés de pie junto a mí me provoca ganas de potar”.

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Codazos, miradas asesinas y falsedad es lo único que vas a ver en las colas. El principal problema es que si todos se hacen eso unos a otros, es como si una cosa anulase a la otra. Una paradoja que me gustaría ver en un laboratorio. Si un ayudante imita el desprecio de otro ayudante que se encuentra justo delante de él, ¿quedarán encerrados en un jaque mate eterno? ¿O la energía negativa provocada por el mal rollo acabará provocando una brecha en el tiempo, formando así una supernova de envidia, vanidad, baja autoestima y antipatía que retuerza el estómago de todo Dios en un radio de 200 metros?

Dios, la moda sería mucho más divertida si eso pasase de verdad. De ese modo, los relaciones públicas tendrían algo más sobre lo que escribir en lugar de esas notas de prensa aburridas y devastadoras para el espíritu sobre como “esta colección realmente es diferente” porque los materiales vienen de fuentes exclusivas: de una fábrica de algodón de Norfolk, o lo que sea. Eso haría que el día a día fuese más divertido para todos los involucrados en el mundo de la moda.

Las colas de la Semana de la Moda son más anchas que largas, es decir, que todos se hacen los suecos y se intentan colar. Eso quizás sea porque todo el mundo se cree más importante que la persona que está detrás suyo, lo cual le da un derecho innegable a colarse tanto como le dé la gana. Que os den por culo, fashionetis de las narices. Explotáis a los niños y hacéis que la gente se sienta gorda y fea, pero vuestro desprecio flagrante por hacer cola es vuestro peor defecto.

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El último paso de este tríptico de mierda empieza cuando finalmente te han otorgado el derecho de entrar al evento para el cual llevas horas haciendo cola (por supuesto, después de haber recibido empujones y hostias por doquier de toda la gente que es más importante que tú y tienen pegatinas naranjas especiales en sus entradas).

Lo de la asignación de los asientos ya es otro tema que necesitaría un artículo entero. Es desde esos sitios donde te empezarás a dar cuenta de cuán importante es la gente que está a tu alrededor. Como en las colas, supongo, el sentido del derecho propio de los asistentes se multiplica por cuatro (como mínimo) mientras se empujan unos a otros para pillar la mejor vista a través de los pequeños huecos entre las cabezas de los drag queens de la primera fila. Aparentemente el altruismo ya no significa nada hoy en día. Tan pronto se apagan las luces y el remix de Azealia Banks (inevitablemente) empieza a sonar, todo bicho viviente en la sala se convierte en una arpía egoísta.

Una de las cosas que me llevo de esta experiencia es el hecho de haber entendido cómo funciona la mente humana. ¿Acaso son unos imbéciles todo el tiempo, o es que toda esta cultura de ser un retrasado se puede atribuir a la burbuja en la que viven durante los otros 360 días del año? La mayoría de estos dictadores (¡Ay! Quería decir diseñadores) y sus séquitos se pasan la vida con otras diez personas que trabajan para ellos y para su marca en pequeños estudios en el East London. Sacándolos de su pequeño mundo ermitaño, la Semana de la Moda los expone a las masas, la única cosa de la que han estado huyendo toda su vida. No me sorprende, pues, que ahí choquen un montón de egos.

Hay una parte minúscula de mí que siente la tentación de aplaudir la completa falta de complacencia social: crear un ambiente en el que la gente a la que normalmente se alaba por ser iconos queda relegada al pozo donde se tienen que mezclar con blogueros amateurs y con ayudantes ¡Es duro estar entre tanto gilipollas egoísta!

Sigue a Jamie en Twitter: @jamie_clifton