Ilustración por Rose Wong.
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Todo empezó cuando tenía unos 15 años y comencé a sentir un dolor extraño en el pecho, una ligera presión en la zona del pulmón izquierdo. Después de varios días, mi madre me llevó a mi médico de cabecera, que no vio ningún síntoma sospechoso y me envió de vuelta a casa con una frase que ya me he acostumbrado a oír: "No tienes nada".
La situación empeoró dos años más tarde, cuando comencé a sufrir una serie de síntomas físicos que interpreté a mi manera: mi cerebro no sólo estaba creando síntomas nuevos, sino que empecé a considerar cualquier malestar, por minúsculo que fuera, como el presagio de una enfermedad. Llegó un punto en que me sorprendía a mí misma consultando diez páginas distintas en Google, con la certeza de que padecía al menos 12 enfermedades mortales. Durante aquel periodo, tuve prácticamente todas las enfermedades habidas y por haber, desde cáncer a esclerosis, gastritis o conjuntivitis, pero realmente no sufría ninguna de ellas. En eso consiste la hipocondría: creer que cualquier molestia es síntoma de una dolencia mortal. Para un hipocondriaco, el sufrimiento mental se concreta en un órgano específico: un pulmón, el hígado, el cerebro… Varía en función de la obsesión que toque ese día.Para un hipocondriaco, el sufrimiento mental se concreta en un órgano específico: un pulmón, el hígado, el cerebro… Varía en función de la obsesión que toque ese día.
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Incluso dejé de ir al médico, decidí evitarlos por miedo a que confirmaran mis sospechas de que padecía toda esa lista interminable de enfermedades. Eso fue lo que me dijo uno de los últimos médicos que visité: que era hipocondriaca. Obviamente, no todos los hipocondriacos son como yo. Existen al menos dos tipos de hipocondriacos: los que se pasan la vida haciéndose pruebas y los que huyen de ellas. En ambos casos, estás en un círculo vicioso, una serpiente que se muerde la cola y se envenena la cabeza, la garganta, el estómago y la cabeza, nuevamente, para repetir el ciclo.Existen al menos dos tipos de hipocondriacos: los que se pasan la vida haciéndose pruebas y los que huyen de ellas.
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Mi trastorno se refleja en todos los aspectos de mi vida diaria, cambiándola constantemente. Llegó un momento en que mi cuerpo se vio obligado a adaptarse de forma pasiva a la ansiedad y las supuestas enfermedades, y lo hizo centrándose en lo que como. Así, las horas de las comidas se han convertido en los peores momentos del día. También sufro ortorexia, una preocupación excesiva por comer alimentos que se consideran saludables. Controlo todo lo que como y nunca voy a restaurantes. A veces, cuando me convenzo de que tengo problemas con mi sistema gastrointestinal, pierdo el apetito y sólo tomo líquidos. Realmente pienso que no sería capaz de digerir otra cosa.
La peor experiencia de mi vida de hipocondriaca, de hecho, estaba relacionada con mi sistema gastrointestinal: me obsesioné con que padecía un cáncer de estómago. Me pasaba horas examinando mis propias heces con una linterna por si había rastros de sangre. No entraré en detalles, pero no es la primera ni la última vez que me he visto haciendo locuras de este tipo.Obviamente, hay momentos en los que me "siento mejor". Cuando pinto, por ejemplo, o cuando estoy en el trabajo. Ayudar a los demás me permite estar en paz conmigo misma. Lo más deprimente de todo no son los síntomas físicos ni la ansiedad, sino que mi problema ha acabado por no ser mío solamente. Desde hace unos años, la gente cercana a mí se hartó de soportar mis crisis, mi tormento y mis enfermedades. Como en la fábula de Esopo, cuando al principio gritaba que venía el lobo, todos me escuchaban e intentaban ayudarme y tranquilizarme, pero con el tiempo, mi paranoia empeoró y mis amigos y familiares se cansaron de oír mis quejas.Fue todavía peor para los que no se marcharon de mi lado. Una vez mi psicólogo me dijo que mi hipocondría podía tener dos orígenes: debido a algún trauma o por narcisismo, por tratar de llamar la atención constantemente creando pantomimas sintomáticas. No he vivido ningún trauma significativo en el pasado, por lo que he llegado a la conclusión de que se trata de egoísmo. Asimilar esto y comunicárselo a los demás fue como recibir el golpe de un bumerán. Incluso ahora, mientras escribo estas líneas, me doy cuenta de mi cobardía. Sin embargo, ser consciente de lo que lo causa no evita que me compadezca de mí misma.A fin de cuentas, ¿no son las cosas a las que más nos oponemos las que más tiempo perduran?Tal como lo relató Erica a Leon Benz.Me obsesioné con que padecía un cáncer de estómago. Me pasaba horas examinando mis propias heces con una linterna por si había rastros de sangre. No entraré en detalles, pero no es la primera ni la última vez que me he visto haciendo locuras de este tipo.