
En lo que respecta a la cultura y la música, es esencial retornar a la posición que existió en algún momento, en donde no se consideraba a la prensa como un replicador de las iniciativas, productos y opiniones de la empresa privada, porque serlo es, de muchas maneras, el equivalente a recibir “payola”, incluso sin devengar un peso de ese ejercicio. La gente desconoce aún el inmenso poder de la zalamería, que funciona como una extraña moneda en los medios. A menudo olvidamos que muchas veces, para atar a un periodista no se requiere de plata tanto como de explotar sus ganas de figurar, como si el oficio viniera con un problema inherente, el complejo de quien está detrás de la noticia y quisiera estar en ella.Con la pérdida de nuestra libertad para hacer crítica, mostraba Garay, se pierde la riqueza de un género breve como la reseña, de discos y conciertos por igual, así como decrece la calidad de los géneros mayores como la crónica y la entrevista. ¿Quién dijo que nos tiene que gustar todo? Hay músicos que se toman las críticas como si fueran ataques personales, nos recordaba Garay en su charla, pero esto puede irse más hondo: ¿Por qué los periodistas empezaron a entrar en el esquema de los manuales de marca? ¿A qué hora se volvieron periodistas, o trabajan en medios los empresarios de conciertos y viceversa? ¿Cuál es el límite entre la pasión, el gusto sincero y la sobrevaloración de aquello que “debemos” vender? La falta de un entorno en donde la crítica funcione como un regulador natural desincentiva a la gente que quiere producir mejores cosas en el ámbito local, porque ya no existe un filtro, ni un elemento que fortalezca el criterio, no existen estilos, ni voces, ni gustos, nada. Basta con empezar a ser parte de un engranaje empresarios-artistas-programadores-prensa, para quedar matriculado en la bolsa de empleos.
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