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el orden por encima de todo

El Chelsea, Mourinho y el triunfo del aburrimiento

El Chelsea ganó la Premier League jugando un fútbol que iba entre el control y el aburrimiento. A Mourinho no le importa lo que penséis al respecto.
Photo by CSPA via USA TODAY Sports

Sabemos que José Mourinho es un genio porque necesitó menos de dos años para construir su palacio dorado de tedio en el Oeste de Londres. El Chelsea ganó la Premier League el pasado fin de semana, para desespero de cualquiera que no fuese un fan del equipo 'blue'. A diferencia de los equipos de Pep Guardiola en Barcelona, del Arsenal de los Invencibles o del Borussia Dortmund de Jürgen Klopp, el Chelsea podrá ganar títulos, pero difícilmente se acercará algo parecido a la popularidad universal.

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A Mourinho esto le da totalmente igual. Su marca artística es que le importa una mierda el arte. El luso es el Michael Bay del fútbol, un hombre con una visión brillante pero cruda del deporte: su único leitmotiv es el marcador. Tras un austero empate a cero frente al Arsenal a finales de abril, Mourinho aseguró: "Para mí, el juego bonito es salir al campo en cada partido sabiendo exactamente cómo tienes que jugar y hacerlo. En el Emirates estuvimos brillantes". Si su mente no fuese tan genial en el plano táctico, Mou seguramente estaría trabajando en un edificio gubernamental en Lisboa, sellando certificados y maravillándose con la inamovible majestad de las leyes. O quizás sería profesor de matemáticas en Setúbal, silbando para sí mientras llena pizarras enteras de fórmulas. Al hombre le gusta la funcionalidad: es su obsesión.

En un deporte definido por equipos que han dominado cuidando la estética, Mourinho es un herético. La percepción de que es un tirano repugnante tiene mucho que ver con sus ruedas de prensa cáusticas y paranoicas: si le oyes hablar te parecerá que el mundo entero conspira contra él. Su severo pragmatismo, sin embargo, también contribuye notablemente a su imagen siniestra.

Los cánticos de las aficiones rivales han sido altos y claros en los últimos meses: "boring, boring Chelsea" [aburrido, aburrido Chelsea]. El debate que ha rodeado el primer título liguero del club londinense desde 2010 ha versado, principalmente, sobre la cuestión estética. La discusión al respecto, sin embargo, está bastante vista. Unos argumentan el clásico "pero vamos, mírales jugar" y los otros sacan a relucir las cifras goleadoras y las lesiones. Ninguna de ambas líneas es especialmente convincente porque sobre gustos no hay nada escrito, porque puede haber belleza en una defensa bien organizada y porque medir la espectacularidad de un equipo a partir del número de goles marcados es como medir si una pizza está buena por las calorías que lleva. Como con cualquier cosa que haya logrado éxito, podéis ver lo que queráis en el Chelsea: podéis quedaros con la sublime técnica de Eden Hazard o con la mala leche de John Terry. Cada uno lo suyo.

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Aquí vemos a José Mourinho, seguramente imaginando un nuevo método especialmente complejo para clasificar su colección de sellos. — Foto de Jason O. Watson, USA Today.

Sea como fuere, un equipo con tanto talento no puede ser realmente aburrido. Es una delicia ver a Cesc Fàbregas y a Eden Hazard con el balón en los pies, estén bien rodeados en ataque o no. La gracia de los jugadores de este nivel reside tanto en lo que realmente hacen —un regate o un pase que mágicamente elimine a toda la zaga rival— como en la posibilidad de que protagonicen algo maravilloso en cualquier momento. Mourinho puede asegurar sin echarse a reír que los partidos del Chelsea no han sido monótonos en los dos últimos meses porque es un tío raro que prefiere un parking bien estructurado a un campo de flores.

En el reverso del argumento, sin embargo, incluso los detractores más acérrimos del Chelsea deberán admitir que los partidos de los 'blues' han sido iluminados consistentemente, aunque a veces quizás con debilidad, por Cesc y Hazard. Cada vez que uno de estos dos recibía el balón, el público sabía que existía la posibilidad de que ocurriera ese algo mágico que justifica ver un partido de fútbol. Siempre es divertido ver jugar a futbolistas así, incluso cuando no hacen nada o cuando están encorsetados por tácticas ultraconservadoras.

Esta rigidez es el gran pecado de Mourinho, si es que el portugués ha cometido nunca ninguno. Su equipo podría ser mucho más, pero todo lo que él pide es que sea suficiente. El potencial estético completo de esta plantilla del Chelsea nunca se alcanzará bajo Mourinho simplemente porque esto nunca ha sido una prioridad para el entrenador portugués. Mou solo tiene una palabra en la mente, resonando como un eco eterno: "títulos, títulos, títulos". Y más ahora que acaba de sumar otro a su colección.

Este verano, el Chelsea fichará un par más de estrellas para asaltar la Champions League, además de intentar renovar el título de campeones de la Premier. Lo frustrante de Mourinho, y por extensión de cualquier equipo que dirija, es que el técnico luso hará lo que haga falta para conseguir esos objetivos… pero nada más. ¿Para qué ser especialmente creativo o más aventurado de lo estrictamente necesario? Mou cree que es una pregunta retórica —y nada le define mejor como entrenador que esto.