La historia trágica de Julius Hirsch, el futbolista de Auschwitz (I): la promesa de Karlsruhe

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La historia trágica de Julius Hirsch, el futbolista de Auschwitz (I): la promesa de Karlsruhe

Julius Hirsch ganó campeonatos antes de que los nazis acabaran con su vida. En esta primera parte de su biografía, repasamos sus inicios en el mundo del fútbol hasta convertirse en una estrella.

Las calles de Karlsruhe, en Alemania, estaban abarrotadas de gente el primero de mayo de 1910. La multitud se movía lentamente rumbo al norte y dejaba atrás más y más bloques de edificios de cemento y de piedra rojiza de cuatro y cinco pisos. Era el día del trabajador, el día en que los alemanes celebran la llegada del verano. Sin embargo, en Karlsruhe aquel día iba a ser mucho que eso. La ciudad del sur de Alemania, con una población de alrededor de 110.000 personas, se disponía a ser la anfitriona del partido de fútbol más importante que vería jamás: la semifinal del campeonato nacional alemán de 1910, un derbi que enfrentaba a los campeones vigentes, el Phönix Karlsruhe, contra el equipo más en forma del país, el Karlsruhe Fussballeverein (KFV).

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El KFV hacía las veces de anfitrión en el estadio de Telegraphenkaserne, una bombonera de una sola grada enclavada al oeste de la población. La gente llegó a pie o apelotonada en carretas empujadas por caballos, cuyo galope resonaba sobre las calles adoquinadas de la ciudad. Soldados uniformados recorrían las entradas y las chicas reían tímidamente agarradas de sus brazos. Todas las cabezas se giraban a la que se escuchaba el motor de un coche, mientras sus efluvios a perfume y gasolina —el olor del dinero— quedaban flotando, con persistencia, a su estela.

Una asistencia récord de 8.000 aficionados se apretujaba en el estadio. Los ricos y los pobres de la ciudad estaban sentados codo con codo. Afuera, los que no tenía entrada trepaban los muros y se asomaban como pajaritos a contemplar la acción que transcurría en el polvoriento terreno que quedaba debajo de sus cabezas.

Fue un partido duro, como todos los derbis. Ambos rivales tenían sus antecedentes: eran las dos potencias del fútbol alemán de la época, el Dortmund y el Bayern de hace un siglo. Los dos equipos habían intercambiado numerosos trompazos durante toda la década, pero nunca con tanto en juego como aquel día. Transcurridos veinte minutos, el Phönix perdió a un hombre por lesión: las normas de la época no contemplaban las sustituciones, así que el equipo azul y negro tuvo que jugar el resto del partido con diez. El KFV aprovechó su ventaja numérica para ponerse 2-0, hasta que el capitán del Phönix recortó distancias y provocó que la cuenta atrás hasta el pitido final estuviese cargada de nervios.

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Lo más increíble de todo es que tenemos un vídeo de aquel partido. Los jugadores van vestidos con largos pantalones pirata y tienen un aspecto inusualmente formal, especialmente los del KFV, con camisas blancas que se acordonan por la mitad. El acontecimiento tiene un cierto aire renacentista. A nivel de talento, no son la Bundesliga, sino algo mucho más familiar: la clase de fútbol que probablemente has jugado alguna vez, al salir de clase, en el parque o en alguna competición dominguera. Los jugadores solo parecen vagamente organizados. Nadie despeja el balón: cuando éste se aproxima a sus inmediaciones, sencillamente sacuden las piernas salvajemente. Hace un siglo, esta era la máxima expresión del jogo bonito.

En el vídeo, Gottfried Fuchs, el escuálido delantero centro del KFV y uno de los goleadores del día, chupa más cámara que nadie. Sin embargo, él no es la estrella del espectáculo. Por detrás de él, jugando a su izquierda, hay un niño. Lleva los pantalones subidos un poco más de la cuenta y corre ligeramente encorvado. En un momento dado, descansa sus manos sobre sus caderas, desentendiéndose del juego… hasta que, de repente, la pelota vuela rumbo a él.

Es Julius Hirsch. Tiene 18 años y es la primera de todas las promesas.

A lo largo de los próximos cinco años, Hirsch, Fuchs y otro jugador del KFV, Fritz Förderer, se convertirán en el tridente más famoso del país. Conquistarán títulos y, con ellos, conquistarán también la fidelidad de los aficionados. Jugarán para Alemania en partidos internacionales por toda Europa y competirán contra algunos de sus mayores rivales de otros países, de entonces y de ahora. Durante la Primera Guerra Mundial estarán considerados como tres de los mejores deportistas de la Historia —y regresarán de aquella convertidos en auténticos héroes, tanto dentro como fuera de los terrenos de juego. Sin embargo, para cuando llegue la Segunda Guerra Mundial, Hirst y Fuchs habrán caído, prácticamente, en el olvido; sus logros habrán sido suprimidos, y sus vidas, desechadas.

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Fuchs y Hirsch fueron, respectivamente, los dos primeros jugadores judíos en vestir la camiseta de la selección alemana. No había habido otros. Fuchs escaparía al Holocausto. Hirsch no lo conseguiría. Durante muchos años después de su muerte, fue como si jamás hubiese existido.

Julius Hirsch fue el más joven de siete hermanos nacidos en un periodo de quince años. Para sus padres, Berthold y Emma, siete fue un resultado decepcionante: la madre de Julius estuvo embarazada 14 veces. Tal y como explica el historiador alemán Werner Skrentny en su biografía sobre Hirsch Julius Hirsch. Nationalspieler. Ermodet (un libro que alimenta gran parte de este artículo), la madre de Hirsch perdió varios fetos y a varios bebés por muerte súbita antes de la llegada de Julius. Antes de que naciera, durante la convalecencia de un derrame cerebral, los médicos le diagnosticaron demencia. Pasó los siguientes dos años entrando y saliendo del psiquiátrico, el Hospital y Manicomio de Illenau en la ciudad de Achern, al sur de Karlsruhe. Fue allí donde dio a luz a Julius, el 7 de abril de 1892.

El manicomio era un lugar de siniestra leyenda, la clase de institución de la que no hablarías estando en buena compañía sino de la que, más bien, susurrarías cosas alrededor de una hoguera. Y aún así, el tratamiento que recibió allí la madre de Hirsch surtió el efecto deseado. Finalmente consiguió recuperarse del todo y volver al apartamento familiar en Akadamiestrasse, en Karlsruhe.

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El edificio al que los Hirsche llamaban hogar fue demolido y reconstruido hace ya muchos años, pero la dirección sigue estando justo en el corazón de la ciudad, en el mismo bloque del inmenso y neoclásico edificio de piedra rojiza que hoy en día alberga al museo de Karlsruhe. Otro imponente y bien ornamentado edificio de piedra igualmente rojiza, el instituto del barrio, todavía se levanta al bajar la calle.

Los padres de Hirsch pertenecían a la boyante clase mercantil. Eran cosmopolitas, gente de orgullo. Su madre estudió en París y regresó a Alemania convertida en diseñadora de sombreros. Su padre y sus tíos compartían un negocio textil, Gebrüder Hirsch. Más adelante fundarían una empresa especializada en banderas y en otros materiales textiles.

Con la de familias que había por el barrio, seguro que el apartamento de Akademiestrasse estuvo lleno de gente pasando sus vacaciones, y de ocasiones memorables, todos riéndose y cotilleando en Badisch, el dialecto alemán de la zona.

Hirsch se incorporó al KFV a los 10 años. Era un chaval de ojos muy abiertos, inquisitorios, que le conferían un parecido al actual internacional alemán Mesut ?–zil. Al igual que ?–zil, Hirsch sobresalió en las categorías inferiores de manera fulminante. Cuando tenía 17 años, el entrenador de la selección inglesa, William Townley, una figura legendaria durante el cambio de siglo, le concedió lo que él llamaba un "júnior"; el debut con el primer equipo.

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El equipo juvenil del KFV en una fotografía de 1897. Imagen vía KFV.

Por aquel entonces el KFV jugaba con un formación que recordaba a una pirámide invertida con cinco delanteros y solo dos defensas. Tras advertir la potencia de la zurda de Hirsch, Townley le desplegó por el lado izquierdo de su línea de ataque, donde Hirsch tenía la velocidad de pies y el ingenio como para atravesar defensas él solito. Para cuando jugó en el derbi de Karlsruhe, en 1910, su disparo era comparable a cualquier tipo de artillería militar, y ya estaba acostumbrado a jugar delante de miles de aficionados. En el siguiente partido, la final, el KFV derrotó al Holstein Kiel y Hirsch se convirtió en campeón nacional de Alemania.

Hoy en día solo hay tres ciudades en Alemania con más de un equipo que haya conquistado la liga más de una vez: Berlín, Munich y Karlsruhe. En 1910 Karlsruhe era la capital del Gran Ducado de Baden, uno de los territorios que formaban el Segundo Reich, el Imperio Alemán. Tenía poder político, pero no era, exactamente, una metrópolis. A día de hoy, con cerca de 300.000 habitantes, sigue sin serlo. Pero en 1910 era la arteria principal del fútbol alemán, un hecho que tenía perplejos y fascinados a los habitantes de las grandes ciudades del país. En 1910, un periódico de Munich describió Karlsruhe como la "metrópolis del fútbol alemán". Más del seis por ciento de la población acudía a los partidos regularmente. El príncipe Maximiliano de Baden, el último canciller del Imperio Alemán, era uno de sus más célebres seguidores.

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Sin embargo, no fue solo la dimensión de las multitudes lo que convirtió a la temprana escena futbolística de Karlsruhe, en algo especial. El mismo periódico de Munich relataba su asombro ante la diversidad del respetable en el estadio del KFV. El nivel de integración económica y cultural que se veía en su gradas — y en su rectángulo de juego — delataba el lugar que ocupaba el fútbol en la sociedad alemana de preguerra.

Cuando el fútbol llegó a Alemania, en el último cuarto del siglo XIX, el panorama deportivo nacional ya estaba poblado. Habiendo arrancado a principios de 1800, los clubes de gimnasia, los llamadosTurnen, crecieron y se propagaron hasta dominar la incipiente cultura deportiva. Nacieron como una respuesta al reclutamiento universal del ejército de Prusia, que dependía de un población físicamente atlética. Las organizaciones, dirigidas por un tipo que respondía al nombre de Freidirich Ludwig Jahn, se moldearon a sí mismas a la luz de las enseñanzas del filósofo Johann Christoph Friederich GutsMuths, quien abogaba por una buena forma física consumada "a través de la unión de mente y cuerpo", tal y como escribe Ulrich Hesse en ¡Tor!, la Historia del fútbol alemán.

La idea era, originalmente, bastante liberal; sin embargo, bajo el liderazgo de Jahn, los clubes de gimnasia padecieron un oscuro giro. Al poco tiempo, continúa Hesse, "Jahn perdió el por en el 'Hombre Perfecto" que pregonaba GutsMuths y, propuso sustituirlo por el 'Alemán Perfecto', un individuo físicamente preparado para la vida — y para la guerra. Rápidamente, las mismas asociaciones [Turnen] que habían sido proverbialmente despreocupadas, alegres y relativamente informales, se transformaron en los herméticos guardianes de un espíritu nacionalista y unieron fuerzas con las inquietantemente conservadoras fraternidades de estudiantes, para construir una trinchera contra todo lo que viniese del extranjero".

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Esto contrastaba absolutamente con el fútbol, que no podría haber sido más foráneo. Al fin y al cabo, era un juego que había sido inventado en Inglaterra. Y a pesar de que el antisemitismo y otras preocupantes movidas sociales encontraron la manera de penetrar en el fútbol alemán desde sus más tempranos principios, la escena futbolística tenía una apertura de miras y una manera de observar más allá de sus fronteras, de la que el resto de la cultura deportiva alemana estaba desprovista. Y así fue como Hirsch y Fuchs llegaron a cargarse al KFV a sus espaldas —un club fundado por Walther Bensamann, un judío—, para conquistar el título alemán en 1910.

El mismo año en que lo ganaron todo, Hirsch siguió los pasos de su padre y se convirtió en mercante. Completó una fase de aprendizaje de dos años en una empresa local que trabajaba la piel, se llamaba Freude y Strauss, y estaba especializada en mobiliario. Cuando terminó fue contratado a jornada completa, y es muy posible que la compañía lo hiciera convencida de que emplear a un héroe local era una buena inversión.

Hirsch era clase media. Gottifried Fuchs, en cambio, era de todo menos clase media. Su familia tenía una empresa que disponía de una fábrica de 46.000 metros cuadrados: producían y exportaban toda clase de maderas y de productos para aserraderos. Se les conocía como a los "Zorros de la Madera" (Fuchs significa zorro en alemán), y esparcieron el negocio por todos los rincones del Imperio Alemán y más allá. Hasta el punto que Fuchs terminaría siendo conocido como el "millonario del fútbol", claro que las fuentes de su fama y de su fortuna, no eran ni una sola, ni solo una.

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El fútbol alemán fue oficialmente amateur hasta 1945, cuando se legalizaron los sueldos de los jugadores. Lo cual no significa que los jugadores más tempranos no fueran retribuidos. Entre 1920 y 1945, aproximadamente, los jugadores recibían toda clase de estímulos y de incentivos bajo mano para jugar por el rival o mudarse rumbo a una nueva ciudad. Aún así, en la época de Hirsch y de Fuchs el juego era, fundamentalmente, una actividad recreativa. Los motivos fundamentales para jugar eran la gloria competitiva y el amor por el deporte.

Claro que no cada empresario compartía el amor y la gloria deportiva no era suficiente para evitar la pérdida de un trabajo. Lo cual significaba que para los jugadores resultaba especialmente delicado participar en deportes de equipo a escala nacional, pues estos exigían desplazamientos largos y repetidas ausencias laborales. Los jugadores tenían que negociar sus días libres con empresarios que quizá no fueran aficionados al fútbol y que, probablemente, no entendieran que chutar una pelota fuese un pasatiempo legítimo — y mucho menos una razón para saltarse el trabajo. La dificultad de conseguir permisos laborales y la escasa previsión con que se cerraban los partidos de las selecciones nacionales de la época, explica la pequeña cifra de comparecencias internacionales de los futbolistas de antes de los Mundiales. Fuchs y Hirsch debutaron con la selección nacional en 1911, pero solo acumularon 6 y 7 convocatorias respectivamente. Suena a cifra de futbolista menor. Hasta que descubres que al principio de la Primera Guerra Mundial el jugador que acumulaba más comparecencias con la selección alemana había sumado solo 18 partidos.

Como bien ilustra Skrentny, la infraestructura de la selección era una pesadilla: en marzo de 1912, Hirsch fue convocado para jugar contra Holanda. Después de tener que suplicar que le concedieran un permiso en la empresa de pieles, Hirsch viajó sentado en un tren durante más de nueve horas. Se quedó mirando por la ventana mientras avanzaba rumbo al norte por la recta que separaba Rin de Mainz, antes de perderse por los montes durante el impresionante tramo a través del río que separa Mainz de Colonia y que está salpicado de castillos. De allí cruzó a los campos rasos de Holanda, y llegó a Zwolle antes de las once la noche. Zwolle y Karlsruhe están casi tan lejos como Barcelona de Madrid.

Pero Hirsch era joven y el viaje no pareció afectarle. Cuando Alemania se enfrentó a Holanda al día siguiente frente a 10.000 apasionados aficionados holandeses, Hirsch jugó el partido de su vida. El partido sigue siendo a día de hoy uno de los más emocionantes de la Historia. Los holandeses golpearon primero, hasta que Fuchs abrió el marcador para Alemania y Hirsch lo amplió con sendos goles en la primera mitad. Sin embargo, Holanda se volvió a meter en el partido. Los holandeses le dieron la vuelta al resultado y se pusieron 4-3 al principio de la segunda parte, antes de que Max Breunig, otro jugador del KFV, introdujera el balón en sus propias mallas.

Los aficionados alemanes lo celebraron como si el partido ya hubiese terminado, pero Hirsch no lo había dicho todo. Marcó dos goles más antes de que el árbitro inglés John Howcroft pitara el final del partido con el resultado igualado: 5-5.

La leyenda de Hirsch estaba consumada, pero al héroe judío del fútbol alemán aún le quedaba mucho camino por recorrer.

Este artículo es la primera parte de una serie dedicada a la vida del futbolista alemán Julius Hirsch.