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Sexo

Hay hombres que disfrutan viendo a sus parejas siendo infieles

‘Quiero que mi mujer se acueste con desconocidos, pero a ella le parte el corazón’.
obsesión de hombres con parejas infieles

Mi peor pesadilla es ver a mi pareja acostándose con otro hombre. Reconozco que mi debilidad son los celos, y me consumen. Pero hay hombres, a los que en inglés llaman cuckolds (cornudos), a quienes la idea de que otros hombres den placer a sus mujeres mientras ellos miran les parece muy excitante. Pero ya sabes cómo van estas cosas: lo que para unos es un horror, para otros es un placer.

Un cuckold es un hombre que obtiene una intensa gratificación sexual observando a su mujer practicar sexo con otras personas o simplemente sabiendo que eso ocurre. Según David Dey, psicólogo y autor de Insatiable Wives, hasta un 20 por ciento de los hombres estadounidenses fantasea con el concepto de la “esposa infiel”. Asimismo, en su libro A Billion Wicked Thought, los neurocientíficos Ogi Ogas y Sai Gaddam aseguran que el género de porno cuckold es el segundo más buscado por los heterosexuales en internet en idioma inglés, precedido solo por los vídeos de jóvenes.

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El simple hecho de pensar que a mi pareja le pueda dar placer alguien que no sea yo me produce un peculiar y nauseabundo sentimiento de odio. Bien, pues esa misma sensación, provocada por un subidón de adrenalina en el cerebro, es la que pone cachondos a estos tipos; es masoquismo psicológico provocado por la unión de la naturaleza prohibida de la fantasía y la oleada sexual de endorfinas.

El “cornudo” experimenta una sinfonía de emociones contradictorias: celos, gratitud, vergüenza, excitación, ineptitud y deseo. Necesitaba hablar con personas que sintieran todo eso para pedirles que me explicaran si bajo esas sensaciones subyacía un componente de intimidad o si simplemente se trataba de buscar una gratificación sexual desfigurada.

El “cornudo” experimenta una sinfonía de emociones contradictorias: celos, gratitud, vergüenza, excitación, ineptitud y deseo

Acudí a una reunión de adictos al sexo para entrevistar a tres hombres para quienes su obsesión por el cuckolding acabó siendo un problema. Los encontré fuera de la sala, merodeando cerca de un cubo de basura. Uno de ellos tenía un mechero con luces LED que se iluminaban cada vez que lo encendía, otro no dejaba de clavar el dedo en un vaso de poliexpán y el tercero se pasaba insistentemente la mano por el tupé, totalmente rígido por el gel fijador. Los tres iban vestidos con sus mejores atuendos.

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Una vez dentro, y acomodados en sillas de plástico duro, los entrevisté a los tres con la idea de averiguar el origen de un deseo sexual que siento tan ajeno a mí.

David, 37 años, contable

La primera vez, mentí a mi mujer y le dije que le había sido infiel, con la esperanza de que ella hiciera lo mismo. No podía contarle la verdad. Me encantaba mirar al espejo y verla a ella reflejada en distintos ángulos. Al principio disfrutaba mirándome yo, pero luego me obsesioné con observarla a ella. Al final me sinceré y le conté mis deseos. Iba muy borracho y fue muy difícil decírselo. Ella respondió que si eso ayudaba a afianzar nuestra relación y volver a como estábamos antes, lo intentaría.

Quedé con un tipo por el sitio web Backpage para que nos reuniéramos los tres en un bar. En la página había muchos indios que se anunciaban como negros. Pasé de ellos y de los raritos. No es que sea racista, pero no le interesaban a mi mujer, y aquello supuestamente tenía que gustarme tanto a mí como a ella. Al final organicé una cita con un mochilero sudafricano. Tomamos algo en un bar cercano y, antes de acabar la primera copa, ya estábamos en un taxi de camino a mi casa.

Fui a poner un poco de música y, cuando volví, me los encontré a los dos desnudos, uno encima de la otra. Ella no paraba de decir, “¿Seguro que quieres? ¿Estás seguro?”. Aquello me volvió loco, no podía quitármelo de la cabeza. El tipo se la estaba tirando y yo me limité a quedarme ahí, a observar y dejarme llevar por la situación. Es como si tu cabeza supiera que no deberías exponerla a algo así, pero está ocurriendo de todas formas. Y a partir de ese momento, tu vida sexual cambia, se vuelve compleja y contradictoria.

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Yo quiero que mi mujer se acueste con desconocidos, y eso a ella le parte el corazón. Al final le dije: “¿Sabes qué? Ya sé que no te gusta y voy a hacer algo al respecto”. Porque me considero una persona justa y para mí ella es lo primero. Al final me bastaba con que me contara historias inventadas sobre tipos con los que había follado. Aquello funcionó y sigue funcionando. Estoy intentando dejar de querer convencerla de que se acueste con otro cada vez que me emborracho, porque en el fondo lo sigo deseando.

Vince, 34 años, mensajero

Empecé a fantasear con que otros hombres se follaran a mi mujer cuando estaba en la cárcel. Cada vez que venía a visitarme, me ponía cachondo cuando me hablaba de lo buenos que estaban otros tíos. Nunca me lo dijo directamente. Me decía cosas como, “Parece que le va muy bien con las chicas”, y yo le respondía “Sí, es un guaperas, ¿no?”, y ella decía, “Sí, está muy bueno”. Nunca he sido celoso, qué quieres que te diga.

En la cárcel me enganché a la metanfetamina, que también me ayudó a salir del armario. Descubrí que era bisexual y en prisión experimenté. Hacía lo que hiciera falta por meterme en una celda y ver a tíos montándoselo.

"Yo nunca quiero estar ahí cuando ocurre. Lo que me gusta es prepararlo y que luego mi mujer me lo cuente"

Luego empecé a fantasear con que varios tipos se follaban a mi mujer. Pensaba en lo sola que estaba, que la quería y que no podía estar a su lado. Tenía que ser alguien que yo conociera, para asegurarme de que no hubiera malos rollos y nadie le hiciera daño.

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Yo nunca quiero estar ahí cuando ocurre. Lo que me gusta es prepararlo desde aquí y que luego mi mujer me lo cuente. Me gusta imaginármelo mientras ella habla, es mejor. Eso también me ayudó a salir. En la cárcel experimenté con mi sexualidad. A ella no le importaba. La cárcel fue una experiencia que me abrió los ojos. Te hace pensar en la vida y en cómo vivirla de distintas formas.

Sebastian, 35 años, capataz de obra

Mi madrastra abusó de mí cuando era joven. Por aquella época, el barrio donde crecí era una mierda y sigue siéndolo. Después de aquello, me quedaba despierto hasta tarde, viendo vídeos guarros que había en la habitación de mis padres. Luego empecé a escuchar a mis padres mientras lo hacían. Me ponía cachondo encontrar lubricante o condones en su habitación, escondidos entre los calcetines. Yo era un niño muy perjudicado. El sexo no es para los menores.

Conocí a mi esposa por internet. Ella me habló sobre los derechos de la mujer; es una persona fuerte y liberada. Nos conocimos en línea y fuimos descubriendo nuestra sexualidad, mientras buscábamos a otras personas afines. Ella ya tenía experiencia con el tema del cuckolding.

Primero empezamos yendo a fiestas de intercambio de parejas. Para mí aquello era nuevo. Fuimos a una en la que conocimos a gente de mente muy abierta. Allí observé por primera vez cómo dos hombres enormes se la follaban junto a la piscina. Uno de ellos llevaba unos anillos de plata muy grandes. Ella no dejaba de mirarme fijamente. Sentí un subidón increíble. El sonido de sus gemidos cuando lo hace con otros hombres es diferente. Luego choqué los cinco con los dos tipos. Era todo muy surrealista.

Pensar en ello es una cosa, pero cuando ocurre y lo ves con tus propios ojos, piensas, El mundo es un lugar increíble. Todos compartíamos y las cosas se hacían con mucha educación. Ellos preguntaron educadamente y luego empezaron. Mientras, yo estaba con una sonrisa de oreja a oreja.

Después de estas sesiones, mi pareja y yo hablábamos con el otro hombre de cómo había ido la experiencia. Ahora ya conocemos a mucha gente en los círculos adecuados. A veces no son tan majos y prefieren no hablar después de haberse corrido, pero son los menos. Al final rompimos, creo que por culpa de todas las fiestas sexuales a la que íbamos. Luego quise descubrir otras cosas y hablar con otras personas que hubieran tenido las mismas experiencias. No soy un adicto al sexo, pero sí que soy un poco pervertido y a veces me siento culpable. Soy un cristiano renacido y eso entra en conflicto con mi deseo de explorar la sexualidad. Hace que te controles, supongo que por una buena razón, pero no lo disfrutas tanto.

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