Elecciones 2019

La foto de Errejón con los Javis me da ganas de arrancarme la cara

Las izquierdas se suponía que ardían en deseos de apoyar e incentivar todas esas tendencias culturales cuya naturaleza las hacía permanecer en el lado más sombrío y lejano de los gustos generales de la sociedad.
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Imagen vía Twitter de Iñigo Errejón

La estampa es esta: Íñigo Errejón enmedio; a la derecha, uno de los Javis. A su izquierda, el otro de los Javis. Nunca sabré identificar cuál es cuál, probablemente Íñigo tampoco. Es como si el candidato a la presidencia de la Comunidad de Madrid fuera una loncha de mortadela y los Javis el pan de molde, un bocadillo simpático apto para todo el mundo, la simpatía y el buen rollo hechos aperitivo, una especie de ejercicio populista al que nadie ha querido ni ha podido poner el freno.

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Lo ha tuiteado Errejón este mediodía, orgulloso. Las campañas son esto, un enorme cumshot de amiguismo descontrolado disparado contra la cara de los decisos y los indecisos. La temporada de campaña lo puede todo, incluso que la izquierda progresista utilice la nueva encarnación de la cultura rancia de risas enlatadas y emotividad de plató de televisión de magacín mañanero para abuelas para difundir una imagen cercana a la muchedumbre que conforma el pueblo.

La última vez que lo consulté, las izquierdas se suponía que ardían en deseos de apoyar e incentivar todas esas tendencias culturales cuya naturaleza las hacía permanecer en el lado más sombrío y lejano de los gustos generales de la sociedad. Algo ha cambiado para mal —para muy mal— para que esta misma izquierda se vea obligada a tontear con los adalides del entretenimiento familiar, con sus moralejas suaves y cómodas que no incomodan a nadie y que emocionan a todos, perdón, a todes.

Es como si Errejón hubiera pactado con el mismísimo diablo, como si Errejón traicionase sus propios principios. Como si Jordi Évole se trajera a Hitler a su programa para entrevistarlo y le dejara en el camerino unos deliciosos canapés y la mejor agua del mercado para que el invitado, como tantos otros anteriormente, se encontrara cómodo y no le faltara de nada. “¿Todo bien, Hitler? Sales en cinco minutos, ¿OK? Gracias”. Ese doble juego que cortocircuita el cerebro.

Aunque quizás esta es precisamente la jugada maestra. Ya lo decía hace mucho tiempo Roland Barthes en El placer del texto, un discurso (tenga el formato que tenga: ensayo, película, canción, plato de comida o campaña electoral) debe retar a su público, desviarle de los cauces habituales de su pensamiento, romper con todo a nivel conceptual y formal, solo así se llegaría a encontrar el gozo (y no el placer, aquello que no supone una ruptura) en ese ejercicio comunicativo. Puede que nosotros, esperando a Nacho Vegas en ese balcón, nos sorprenda que Errejón haya acometido el valiente e inesperado gesto de juntarse con el peldaño más magullado de la cultura nacional, ese que en vez de lucir esquinas puntiagudas está erosionado como el pene de una escultura callejera en el epicentro turístico de una ciudad. Una forma inofensiva sin detalles ni personalidad esculpida entre todos para que no ofenda a nadie y guste a todos.

¿Quiere Errejón retar a su público y medir su fidelidad o simplemente se trata de un gesto político para “ampliar la base”? Sea como sea, el muy cabrón está jugando con fuego.