Nicco-V2
Ilustración por Natalia Presa
Tinder

No sé qué hacer ahora con todos los matches que he hecho en Tinder durante el confinamiento

Durante esta cuarentena mis matches han subido hasta ese “+99" que da placer solo de mirarlo y que pensaba solo se conseguía si eras modelo.

Nunca he sido muy popular en Tinder, necesito hablar para resultar mínimamente atractivo, no tengo una sonrisa perfecta y mi cuerpo no saldría en una revista de moda si no fuera en una de esas que valoran los cuerpos diferentes, las fotos no se me dan muy bien, mi sonrisa completa la mostraría solo a un dentista o a Freddie Mercury, pero durante esta cuarentena mis matches han subido hasta ese “+99" que da placer solo de mirarlo y que pensaba que solo se conseguía si eras modelo.

Publicidad

A mitad de marzo, cuando todo empezó estaba obsesionado con la idea que me iba a morir, o que iba a perder mis abuelos de un día para otro, o que la humanidad pudiese finalmente acabarse. Me empecé a preocupar por todo. Desde que dijeron que entre los síntomas se encontraba tener dificultad respiratoria y/o notar una cierta presión en el pecho, he contado hasta el día de hoy más o menos 60 días respirando con fatiga, además mi tos ha aumentado drásticamente desde entonces, aunque ambas cosas es bastante probable que tengan que ver con que estoy fumando tanto que el gas del mechero ahora se me acaba en solo dos días.



El caso es que una vez llamé a mi madre para saber de que grupo sanguíneo soy y saber si estaba más expuesto al Covid-19 o no, me dijo que no me preocupase porque yo era 0 positivo -es muy raro como el “positivo” cuando hablas de salud suene tan mal- y me dijo también que me relajase y que pensara en otras cosas. Con 32 años, un ERTE, estando confinado en casa con otro tío, sin tele y sin terraza, con presagios de muerte, ¿en que podía pensar? Eran las ocho, salí al balcón y aplaudí con toda la fuerza que tenía para aquellos que arriesgan la vida cada día luchando contra el virus y se me saltó una lagrima, volví al sofá y me bajé Tinder.

“El Tinder es una mierda, no funciona”, me comentó mi compañero de confinamiento. Me cae mal esa gente que piensa que es una problema de la app que la gente no les conteste. Más o menos por esas fechas, a finales de marzo la aplicación alcanzó la cifra de 3000 millones de usuarios y en países como España la duración de conversaciones creció un 26%, cada usuario mandó un 30% más de mensajes con respecto a los inicios del mismo mes. Si antes era guay “acabarse” Tinder, como si fuera un videojuego -y por acabar entiendo ver el dramático mensajito de “Ya no hay nadie más con quien puedas intentarlo a tu alrededor”- ahora eso ya era impensable: la app se había convertido en juego de rol que solo iba a acabar con el fin del confinamiento, y yo estaba dispuesto a jugar.

Publicidad

"Me notaba mucho más estresado de lo normal, pero querido, deseado, y por lo tanto fundamentalmente bien"

Además la posibilidad de poder beneficiarte de la Tinder Passport gratuitamente durante esta cuarentena, que te permite añadir dos localizaciones diferentes a la real, me hizo descubrir quien soy de verdad: puse París y Bangkok, es decir, creo que soy un corazón romántico que escucha Charles Trenet caminando por Montmartre, con las necesidades de un Patrick Bateman con barra libre y coca gratis durante un fin de semana en Tailandia por trabajo. ¿Porque Bangkok? Pues porque según un amigo eso iba a ser un “baño de autoestima” para los inseguros como yo. No pregunté.

Un match nuevo al despertar, un par más antes de comer, uno con el café sentado en el water, dos a la tarde mientras hacía deporte… Ya disfrutaba de mirarme al espejo pensando en cuantas personas me estaban deseando. Mi ego crecía igual que los minutos en la tele de Fernando Simón, necesitaba organización o esto se me iba a ir de las manos. Salí al balcón para aplaudir, fuerte, seguro y grité “¡Rabo! ¡Rabo!”, y me sentí un gilipollas de esos que siempre he odiado.

En torno a mediados de abril la muerte ya no era un problema para mi, la curva en España parecía más estable y la vacuna parecía estar a punto de salir. Nadie podía salir de casa y muchos se convertían en salidos, igual que yo. Pasé a Tinder Web para tenerlo siempre controlado, pensé en hacerme un excel para no olvidarme de quien es quien, guardé los números de teléfono con una “T” al lado del nombre seguido por la ciudad y el usuario de Instagram y les escribía a todas casi cada día, más o menos lo mismo, para mantener el fuego encendido, con la esperanza de que el día en que volviésemos a estar libres algunos de esos matches pudiesen florecer como un planta de aguacate. Cada minuto miraba el móvil a ver si alguien me había escrito. Me notaba mucho más estresado de lo normal, pero querido, deseado, y por lo tanto fundamentalmente bien.

Publicidad

Amelie, de 26 años quería hablar un montón de música francesa, me cansé porque le faltaba picante a nuestras conversaciones, aunque me molaban sus fotos. Kamon, de 29, es tailandesa y decía que me llevaba a su casa de la playa en Hua Hin cuando esto se acabase, pero yo no quería que supiese que por lo del ERTE no tengo dinero y la verdad es que insistió tanto que me acabó dando pereza. Anna, catalana, 31, me dejó inexplicablemente de contestar cuando descubrió que vivo a tres calles, y Rocío insistía en que quería hacer un trío, pero yo pensaba que sin emborracharme un poco me daba miedo y al final fantaseamos tanto con ello que acabó perdiendo toda la gracia.

"Sigo swipeando y me pregunto lo mismo que se preguntaría un millonario jugando a una tragaperras con el dinero de otro, ¿que coño estoy haciendo?"

Ya no es como al principio, cuando un swipe equivocado me daba dolor de barriga porque pensaba en haber perdido a la mujer de mi vida, ahora ni siquiera sé por qué lo hago y si hago match con alguien ni le escribo. Sigo swipeando y me pregunto lo mismo que se preguntaría un millonario jugando a las tragaperras con el dinero de otro, ¿que coño estoy haciendo? Pero de repente algo volvió a capturar mi atención: me encontré a mi ex.

“Que triste que haya tenido que bajarse el Tinder, solo ha pasado un año desde que rompimos”, le comenté a mi compañero que está distraído ligando en Belgrado, “Hasta tuvo el tiempo y las ganas de escribir la descripción, ¡que pena por Dios!”, dije mientras miraba sus fotos, una, otra y otra vez teniendo cada vez más síntomas de dificultad respiratoria. “¡Ha puesto una foto que le saqué yo!”, grito levantándome de golpe yendo hacia el balcón. Son las ocho, pero parecen las seis porque ha cambiado la hora, no sé que día es, me siento mal, pienso en mi ex, aplaudo y miro el móvil, ningún nuevo match y ningún mensaje salvo el de mi madre: “¿Cómo estás?”. “¿Cómo crees que estoy?”, le contesto nervioso.

Publicidad

De esos +99 matches hay que quitar unos 30 que solo quieren un follow-back en IG, otros 30 a los que no sé como ni bajo que droga les di like, algunos que viven dentro del móvil y dan pereza, otros que nunca contestan… Al final te quedas con 4 o 5 con los que parece haber juego y que podrían ser amigos tuyos.

Pero ahora que queda “poco” de verdad y tendría que buscar las primeras estructuras hoteleras donde esconderme con uno de esos matches durante un finde o llevarlos a un restaurante con 1/3 de aforo a cenar en la próxima fase divididos por un plexiglás, o simplemente quedar entre las 20 y las 22 todo me da pereza, muchísima pereza. Es como quedar con alguien a quien no le interesa el fútbol la misma noche en la que tu equipo ha ganado la Champions League.

"Tengo ganas de contacto humano real y natural, como chocarme contra alguien detrás de una esquina"

Después de semanas dando swipe a desconocidas, ahora Tinder me da nauseas: esa necesidad de gustar, esas sonrisas imperfectas omitidas, esos perfiles artísticos de quien quiere ser diferente, quien escucha música guay, quien escucha música de mierda, quien tiene una foto del amanecer, quien parece que solo tiene ropa interior en su armario, quien “al final tiene un buen cuerpo”, todos esos brazos levantados delante del Machu Picchu, arcos del triunfo… Basta. Sólo quiero salir a correr, solo, sin hablar con nadie, sin móvil, ir a la playa y gritar pero no para los enfermeros, para mí, y que nadie me escuche, que nadie me conteste, que nadie me de like.

Tengo ganas de contacto humano real y natural, como chocarme contra alguien detrás de una esquina. Molaría no ser tan inseguro, molaría haber pasado el confinamiento haciendo yoga y meditando o habiendo escrito una novela, pero no ha sido así. Prometo que si en octubre volvemos a la cuarentena lo haré, o quizás si llegara a 5k de seguidores podría probar Raya, me han dicho que funciona mejor.

@nicolorebo