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Tecnología

Investigadores implantan chips y sistemas de vigilancia a las ratas de New York

Una nueva investigación se enfoca en algunos de los residentes más odiados de la ciudad.

Ellas salen por la mañana, pero ellos se mueven sobretodo de noche. Así lo han concluido los investigadores de la Universidad de Hofstra, en Hempstead, Nueva York.

Los investigadores han podido discernir el comportamiento de las ratas masculinas y de las femeninas gracias a un sofisticado sistema de infiltración que les ha permitido observar de cerca sus vidas.

Hasta hoy, el estudio de las ratas en la jungla de asfalto ha sido una tarea harto complicada. El primer problema es encontrar a la rata. Por mucho que la leyenda cuenta que el metro de Nueva York está plagado de ratas que devoran restos de pizza, el género de las ratas es extremadamente tímido. Además, después de detectarla, es necesario capturarla y extraer las muestras necesarias — de pelo, saliva, un poco de sangre — eludiendo sus mordiscos o sus pezuñas, que pueden herirte fácilmente. Y también es necesario introducir un rastreador que sea o lo suficientemente pequeño como para encajar en la espalda del roedor, y lo suficientemente potente como para mantener su señal activa durante sus periplos subterráneos. Es decir, un aparato que resista a operaciones de escurrimiento del animal y que tenga cobertura en las entrañas del subsuelo, un lugar plagado de metal y de cemento. Y finalmente, si has conseguido hacer todo eso, tendrás que salir de nuevo en su búsqueda para capturarla de nuevo.

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Y, pese a todo, los investigadores han encontrado la manera de simplificar el proceso.

Una rata sedada es medida. La máscara aplicada al roedor despide oxígeno y un componente anestésico inhalatorio. Foto: Mike Parsons

Cuando arrancamos con el proyecto, relata Michael Parsons, el principal autor del estudio que fue publicado la semana pasada por la revista Frontiers of Public Health, invertimos alrededor de dos horas y media por cada rata. Hacia el final, conseguimos perfeccionar nuestro arte — podíamos completar el proceso en un tiempo récord de 12 minutos por rata".

Parsons y su equipo han utilizado trampas provistas de feromonas —y no de comida— para atrapar a los roedores. Supieron donde colocar las trampas porque las ratas se desplazan a menudo por los oscuros túneles en donde viven sin utilizar su vista tanto como su pelaje. Las ratas se restriegan por las paredes y dejan un rastro que solo es detectable gracias a la luz ultravioleta. Según rebela el estudio, cuando el rastro todavía está fresco resplandece con una tonalidad blancoazulada; en cambio, cuando es antiguo su color es más bien blancoamarillento. La trampa está provista de un sensor que alerta al investigador a través de su teléfono móvil cada vez que una víctima ha sido capturada.

Una vez que la rata ha sido apresada se destaca una unidad móvil del laboratorio. Los investigadores irrumpen en la escena provistos de guantes gruesos y anestesian a la rata. Es un proceso sencillo, que consiste en untar la trampa en un contenedor de plástico que ha sido rociado con una solución de isoflurano, una suerte de éter altamente anestésico. Una rata inconsciente siempre resulta más sencilla de manipular. Entonces se le realizan todas las pruebas. Antes de que la rata despierte se le saca algo de sangre y se le implanta un rastreador que permite su identificación por radiofrecuencia.

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A principios de año la ciudad de Nueva York invirtió 5,6 millones de dólares en bolsas de basura perfumadas con menta para disuadir a los roedores.

El anzuelo de la trampa para cazar a los roedores descansa sobre una pequeña balanza, de manera que cuando la rata es atrapada se puede calibrar su peso. Un sistema de videocámaras instalado en los aledaños ha permitido a los investigadores estudiar el comportamiento de los animales.

"Las ratas tienen una personalidad interesante", asegura Parsons. "Tenemos una rata a la que hemos bautizado como "Achaparrada". Se acostumbró de tal manera a nuestra presencia que cuando manipulábamos su trampa para introducirla en el contenedor anestésico, ella se sentaba y se acicalaba durante todo el trayecto hasta dormir. No tenía miedo ni nada parecido"

Si a alguien le parece que esto es mucho trabajo, el preocuparse solamente de averiguar el comportamiento de una sola rata, lo cierto es que no lo es. Según ha concluido el estudio la ciudad de Nueva York tiene entre 2 y 32 millones de ratas, un número, que en su estimación más elevada, multiplicaría por cuatro al número de habitantes de la ciudad.

La diferencia entre las cifras estimativas es tan grande debido a que se sigue sabiendo muy poco sobre cómo invierten su tiempo las ratas urbanas. Y eso es un problema, especialmente dado que las ratas son transmisoras de un sinfín de enfermedades, entre ellas la leptospirosis, que puede provocar fallos hepáticos, fiebre aftosa humana, tuberculosis y quizá la más famosa, la peste negra.

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Un roedor despertando de la anestesia. Foto: Mike Parsons

De hecho es muy probable que las ratas sean transmisoras de enfermedades que todavía ignoramos — en 2014 un equipo de especialistas estudió a una muestra de 133 ratas del alcantarillado neoyorquino y descubrieron hasta 18 patógenos que eran desconocidos hasta la fecha para la ciencia. Y lo cierto es que la combinación del cambio climático y la sobrepoblación urbana significa no solo que cada vez hay más ratas, probablemente más que nunca antes, y que es también cada vez más probable que nos crucemos con ellos.

"Hasta antes de principios de los noventa, los etólogos, los científicos que se encargan de analizar el comportamiento de los animales, prescindían del trabajo de campo en contextos urbanos, porque la interacción entre los animales y la gente les parecía científicamente fraudulenta", cuenta Parsons. Básicamente estaban convencidos de que a los animales se les tiene que estudiar en su hábitat natural y que la gente distorsionaba su naturalidad. Claro que desde la primera parte del siglo XXI existe una consciencia cada vez más instalada que asegura que se necesita, de hecho, estudiar a los animales en conjunción con los seres humanos.

"El empleo de ratas de laboratorio para explicar el comportamiento de las ratas salvajes", explica Parsons, "es un poco como utilizar a un chihuahua para desentrañar el comportamiento del lobo salvaje"

Él confía en que sus investigaciones servirán para sacar a la ciencia del claustro académico y ayudar a introducirla en el mundo real de manera más amplia. Allí, de hecho, la ciencia podría ayudar a desarrollar sistemas de control y de censo de las poblaciones de ratas.

A principios de este año la ciudad de Nueva York despilfarró 5,6 millones de dólares en bolsas de basura perfumadas con olor a menta, una fragancia disuasoria para los roedores. "Claro que no existe una evidencia científica que demuestre que se trate de una medida efectiva", relata Parsons. Un mejor uso de una cantidad tan obscena de dinero, opina Parsons, consistiría en "diseñar un mejor sistema de anzuelos para aprender qué es lo que las disuade".