Hace más o menos un mes, una amiga me regaló un día en un spa como agradecimiento por ser la madrina de su bebé griego. Para esto tuve que renunciar a Satán en un ritual que consistía en escupir en la puerta de una iglesia griega ortodoxa y ver a un sacerdote sumergiendo en agua a su bebé. Me acosté en la cama de masajes decidida a dejar atrás todos los recuerdos del bautizo y me relajé tanto que me quedé dormida. Desperté cuando la masajista dejó escapar un grito—por lo visto, estaba tan dormida que empecé a babear y le cayó un poco de mi baba en el pie—.
Esto me hizo pensar que mi cara debió verse increíblemente estúpida en ese momento, presionada contra un reposacabezas incómodo, atrapada entre la agonía y el éxtasis. Para sentirme mejor y menos sola, le pedí a mi amigo fotógrafo Chris Bethell que retratara gente recibiendo un masaje. Lo hizo y además puso música de Enya como fondo. Estas fotos son el resultado de su esfuerzo.
Masajes cortesía de Joanna Groszek en MobileClinica.