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‘Counter Strike’ me enseñó a apreciar la vida y el tiempo

No puedo pensar en ningún sitio más bello que la pantalla "cs_italy" de 'Counter Strike'.

Recuerdo perfectamente lo que estaba haciendo cuando sucedió lo del 11-S. Estaba disparando una Krieg 552 en un pueblo italiano, probablemente en la Toscana, y persiguiendo a unos tipos con la palabra "Polizei" impresa en la parte posterior de sus chalecos. No estaba solo, éramos como seis y ellos unos siete. Los chicos y yo gritábamos consignas como "Fire in the hole!" y "Go, go, go!", corríamos y saltábamos —para ir más rápido— blandiendo nuestros cuchillos a cada brinco y haciendo strafe con extrema precisión. Entonces, en medio de todo esto, uno de nosotros dijo que acababan de estampar un avión en una de las Torres Gemelas de Nueva York, EN EL MUNDO REAL. Fue entonces cuando dejé de jugar al Counter Strike, me dirigí a la cocina, encendí la tele y vi ese rascacielos en llamas. Me sorprendió, de hecho no me parecía ni real. Dejé la tele encendida y volví a "cs_italy" a cargarme unos cuantos putos polis. Al poco rato se estrelló el segundo avión. Nosotros —los terroristas— estábamos ganando la partida y esto hizo que empezáramos a sentirnos un poco mal.

Counter Strike fue el mejor juego del mundo hace algunos años. Ahora no sé cómo está la cosa pero creo que sigue siendo el mejor shot 'em up en modo multijugador de la historia de los videojuegos. No tiene nada que envidiar a Call of Duty o a la saga GTA. Era simple, elegante, directo, repetitivo y embriagador. Esas sesiones desde las cinco de la tarde hasta las cinco de la madrugada te dejaban absorto, en un estado mental parecido a haber estado meditando con discos de Snatam Kaur de fondo.

Counter Strike utilizaba el motor gráfico de ese juego llamado Half-Life y en esta casa este juego —por decirlo de alguna manera ya que es mucho más que un simple entretenimiento— nos la pone MUY dura. Cuando salió Half-Life todos los videojuegos de tiros míticos dejaron de ser importantes. Quake II, Duke Nukem 3D, Doom II y Rise of the Triad (vale, este era una mierda pero era tan extremo que se merecía una mención) ya no significaban nada, ni tan siquiera a nivel emocional. Con ese mismo motor gráfico se generaron varios mods para jugar en red, como el Day of Defeat o el Team Fortress Classic pero ninguno de ellos logró el brutal impacto que generó Counter Strike, que se expandió por todo internet como un virus letal (pero divino). Pese a que salieron muchas versiones distintas, la mejor y más popular fue la 1.5. Os juro que invertí muchas horas de mi vida en ese invento. ¿Fue eso algo malo? ¿Fue por culpa de mi adicción a esta mierda que luego comprendí que lo más bello era vivir fuera de los confines de los videojuegos y abrazar los árboles y hablar con las personas cara a cara? No. Esto no es lo que os estoy intentando decir.

Todo lo contrario. Gracias a este juego, viviendo dentro de él, llegué a apreciar la vida, las cosas y el tiempo. Os lo cuento. Llegó un momento —después de repetir cientos de veces las mismas pantallas y las mismas estrategias— en el que el juego en sí dejó de interesarme. Ya no me esforzaba en ocultarme, plantar bombas, salvar rehenes o matar enemigos. Me gustaba más pasear por los mapas, ignorando a la gente que tenía alrededor y siendo consciente de mi propia existencia. Notar mi propio movimiento, escuchar mis propios pasos, observar las edificaciones y quedarme quieto mirando al horizonte, plagado de montañas lejanas que se alzaban hacia el cielo. ¿Qué habría al otro lado del muro de la pantalla de "cs_dust"? Me habría gustado escalarlo y pasearme por el desierto sin ningún tipo de objetivo. Solamente andar, abstraerme de todo pensamiento racional como en esa película de Gus Van Sant. Recuerdo el precioso atardecer y la puesta de sol que había en "cs_estate", el asfixiante calor que hacía en "cs_militia", "de_dust" y "de_dust2". También estaba esa instalación militar de "de_prodigy", donde había esa parte, esa especie de terracita, por donde se podía ver que nos encontrábamos realmente dentro de una zona montañosa, repleta de grandes y vertiginosos acantilados. Aún puedo escuchar el viento soplar a través de las galerías. Os juro que notaba la corriente en mi nuca. Era como empezar a percibir todo lo que valía la pena de la realidad a través de una representación de esta (ligeramente ficcionada). En la vida real yo no me paro en medio de la calle, alzo la cabeza y miro las nubes y el cielo azul. NO HAY TIEMPO para quedarse quieto durante 30 minutos con la mirada fija en la rama de un árbol. Dentro de Counter Strike todo se detenía. Con un ligero movimiento de mouse mi personaje alzaba la cabeza y allí estaban: nubes, estrellas, lo que fuera. Me quedaba quieto, siempre con la pistola en la mano, y tomaba conciencia de mí mismo y de lo que me rodeaba. Fue a través de estas experiencias digitales que empecé a apreciar y a respetar las cosas sencillas de la existencia.

De entre todos los mapas, el que más tiempo se acomodó dentro de mi corazón fue el "cs_italy". Os juro que esa localización es el sitio más precioso que he visto nunca. Ni las Bardenas Reales, ni los campos de lavanda en la Provenza francesa ni los anillos de Saturno, yo me quedo con ese precioso pueblecito italiano digital. Es un sitio donde me casaría, donde viviría y donde —porque no—, moriría —cosa que de hecho ya hice cientos de veces. Me conozco cada rincón, cada secreto, cada detalle. Lo conozco más que mi propio cuerpo, ya que ciertos enclaves de este aún son totalmente desconocidos para mí. Ahora mismo no hay nada que me apetezca más que deambular borracho por el camino de la izquierda —desde el punto de inicio de los antiterroristas— y tumbarme en el suelo y quedarme dormido en uno de esos portales. Allí, en cs_italy, nadie te va a robar la cartera, nadie va a joderte. Por fin estás en casa, estás en un sitio seguro. Un sitio llamado Counter Strike.