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Cultură

“El xef” de Dabiz Muñoz: un selfie de sesenta minutos

Estaría bien que hubiera más cocina y menos palabrería vacía.
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El mundo se divide entre los que hablan en tercera persona y los que no. El premiado cocinero Dabiz Muñoz forma parte del selecto grupo de elegidos que cuando hablan de ellos mismos utilizan la tercera persona. Como Aída Nízar o Cristiano Ronaldo. Y no solo eso: también es de ese tipo de gente que utiliza expresiones como "la zona de confort me aburre", todo un cliché en sí mismo, o esparce aforismos motivacionales aquí y allí: sin ir más lejos, la máxima "No pain, no gain", todo un hit de la autoayuda deportiva, especialmente en el universo del running y el triatlón, presidía la entrada de su antiguo DiverXO. Son solo algunos de los muchos detalles que marcaron el primer capítulo de "El xef", programa que ayer estrenó Cuatro y que parece haber sido creado con un único objetivo: glorificar hasta el delirio la obra, figura y personalidad de su protagonista.

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Si tuviera que limitarme a valorar y analizar "El xef" desde un punto de vista televisivo, el balance sería notable. Es un programa ágil, trepidante, bien editado. Tiene ritmo y dominio del tempo y toca con buen criterio las teclas del efectismo estético: derroche de cámaras móviles, poderosa utilización de la música, montaje adrenalínico y la sensación, quizás exagerada e impostada por los propios autores, pero válida y coherente dentro de su dinámica, de que constantemente están sucediendo cosas. Me gustó su propuesta y me entretuvo, así en líneas generales: aunque se trata de un producto repleto de tics audivisuales muy propios del contexto, sigo creyendo que en televisión siempre es preferible pasarse de frenada post-moderna que pecar de rancio, timorato y antiguo.

El problema, a mi modo de ver, es que desde el primer minuto "El xef" deja claro que no se conforma con ser un docu reality sobre las aventuras y desventuras entre bambalinas del equipo que trabaja en un restaurante con estrellas Michelín. Quiere ser algo más. Mucho más. Concretamente una suerte de manual de instrucciones repleto de subrayados y titulares para conocer y comprender el universo creativo y emocional de Dabiz Muñoz. Un selfie de una hora. Un monólogo interior atiborrado de palabrotas, frases lapidarias, reflexiones artísticas, axiomas existenciales y sobradas de muy diversa índole. Todo ello con esa retranca de chef punkarra, deslenguado, callejero y 'genial' que te lleva a tomar mucha distancia con el personaje si no quieres acabar engullido y extenuado por su verborrea megalómana.

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Que "El xef" sea un publirreportaje de la marca DiverXO es algo que con lo que todos contábamos de entrada y que formaba parte del juego. A mí no me molesta ni me inquieta. De hecho, lo veo lógico y razonable: yo expongo mi vida, mi trabajo y mis pensamientos y a cambio obtengo una lanzadera televisiva para satisfacer mis delirios de grandeza y publicitar mi empresa. Un pacto justo. Lo que verdaderamente me perturba del programa es el grado superlativo de tontería que se respira en todo momento, dentro y fuera de la cocina. Postureo, egocentrismo, fantasmeo, imbecilidad –atención al último grupito de clientes de la cena–, altivez… Incluso los ayudantes y colaboradores más cercanos del protagonista, con su forma de hablar y esa actitud chulesca, decidida y desafiante, te dejan con la duda de saber si son así en la vida real.

"El xef" y, me temo, buena parte del repertorio de ideas y reflexiones de Muñoz son clara consecuencia de esa peste bubónica del siglo XXI que es el coaching motivacional y aspiracional. Las frases hechas de superación, las salidas de tono perfectamente guionizadas y pensadas, la radicalidad de diseño… Una controlada y voluble exaltación del malote que, por ejemplo, intenta convertir en algo cool y épico una rutina de horarios infernales, ritmo agotador y exigencia dictatorial. "Tres de cada cinco que entran se van el primer día", aseguraba con una sonrisilla uno de sus empleados poco después de recibir una bronca por haberla cagado en la preparación de un plato. Cómo mola ser un cabrón. Cómo mola ese trato airado, cómo mola esa insistencia, declaración tras declaración, de lo duro que es el trabajo al lado de un chef genial y estricto.

En el programa de ayer vimos cómo Dabiz Muñoz desmantelaba un restaurante con tres estrellas Michelín para abrir uno nuevo y empezar de cero. También vimos cómo regresaba a su primer restaurante y evocaba aquellos primeros años de penurias y trabajo extenuante. Le vimos en casa de sus padres, donde cocinaba unas croquetas mientras la madre enseñaba un álbum de fotos de cuando era niño y nos contaba que siempre ha sido competitivo y ha tenido un carácter muy fuerte. Incluso le vimos haciendo running por la noche después de acabar la primera jornada del nuevo DiverXO. Y en el avance del segundo capítulo le vimos viajando solo a Tailandia para buscar nuevas inspiraciones gastronómicas en un momento de crisis creativa. Me, myself and I. Yo soy, yo eres, yo es. El ego totalmente fuera de control.

Estoy convencido de que Dabiz Muñoz cocina como Dios. Y de que en su ámbito profesional es difícil que muchos cocineros españoles puedan competir con su propuesta, sus ideas y su capacidad para expresarlas en los fogones. De hecho, no me incomodan los excesos puntuales de egocentrismo: cada vez que Kanye West abre la boca sube el pan, por ejemplo, pero eso no impide que me siga pareciendo uno de los mayores creadores de todos los tiempos. Precisamente por eso me gustaría que "El xef" pusiera más empeño en explicar por qué, cómo y de qué manera uno llega a convertirse en un maestro que en recrearse de forma banal, autocomplaciente y por momentos ridícula en los aires de grandeur del cocinero, unas ansias de protagonismo que ya habían quedado muy claras y definidas en los primeros minutos y que a medida que avanza el programa devienen cansinas y repetitivas. Me gustaría, en definitiva, que hubiera más cocina, desde todos los puntos de vista, y menos palabrería vacía.