FYI.

This story is over 5 years old.

Cultură

¿Qué fue de los metrosexuales?

Han sido reemplazados por tipos que tienen pinta de leñadores, mucho pelo, adoran la carne de cerdo muy hecha, la barbas bien cuidadas y la cerveza artesanal.
Ilustración por Marta Parszeniew

Cuando tenía 13 años me encantaban los productos para el cabello que prometían textura, control y volumen para mi grasienta coronilla. Llegó un punto en que utilizaba varios de estos productos y mis folículos terminaban siendo un pegajoso barullo lleno de spray. Más abajo del merengue de fibra de vidrio que era mi peinado, lo que había era una combinación de aftershave Paul Smith, loción hidratante Nivea, pantalones Levi's y una imitación de camiseta de fútbol setentera con las letras "BRA" en un lado y "ZIL" en el otro.

Publicidad

Era un look ridículo para cualquiera, en especial para un niño de 13 años. Mi piel repleta de granos no necesitaba más hidratación y ni siquiera tenía un ligero bigotillo, así que la loción aftershave era totalmente innecesaria. Pero este look no era algo impuesto por mis compañeros que, por cierto, en aquel entonces todavía usaban ropa comprada por sus mamás y se ponían desodorante roll-on. No, era un look de tíos mayores: los metrosexuales.

El escritor Mark Simpson acuñó el término "metrosexual" en 1994, pero en el libro que escribió en 2002 sobre la tribu lo explica mucho mejor: "El metrosexual típico es un joven que tiene dinero para gastar y que vive en la ciudad o cerca de ella —porque es ahí donde están las mejores tiendas, los mejores garitos, los mejores gimnasios y los mejores salones de estética—. Puede ser gay, heterosexual o bisexual, aunque esto es irrelevante ya que resulta obvio que se tiene a su propia persona como objeto de amor y al placer como su preferencia sexual". En esencia, son hombres que reflejan su épica: con mucho estilo, egoístas y destinados a la perdición. Para los estándares de fluidez de género y modificación corporal de hoy en día, estos seres no son muy revolucionarios. Sin embargo, los metrosexuales eran los dandis post 9/11 y pre-restricción crediticia que follaban a todas horas pero cuidaban su piel, veían el fútbol pero cuidaban su cabello y bebían cerveza pero cuidaban sus dientes. Conducían un BMW Z3 y tenían una Vespa vintage, tenían impresiones en lienzo de Bobby Moore y Michael Caine colgadas en los muros de sus apartamentos de soltero. Bebían cerveza afrutada, se entregaban a las chicas que trabajaban en relaciones públicas y sabían que para conservar el sabor del porcini era mejor limpiarlo con un trapo que lavarlo. Esa era la masculinidad.

Publicidad

Hay una infinidad de ejemplos: las campañas de las gafas Police con David Beckham, el trabajo de Gordon Ramsay antes de que se volviera un lunático que vomitaba comida cruda en restaurantes estadounidenses, José Mourinho antes de que se volviera el epítome del padre de familia repantingado en el sillón, la obra completa de Tom Ford, el personaje de Hugh Grant en Un niño grande y el video de "Gotta Get Thru This" de Daniel Bedingfield en toda su gloria de la Generación Y.

La conducta, la filosofía y la estética del hombre metrosexual fueron retratadas en el remake de Alfie que se estrenó en 2004, donde Jude Law pasea por todo Manhattan en una escúter, rompe corazones y se hidrata la piel del rostro todos los días. Así como Taxi Driver se dirigía a toda a una generación de hombres que sufrían de desilusión en la época después de la guerra de Vietnam, Alfie se dirigía al hombre post-Generación Y, cuya mayor preocupación era que su zona T se veía un poco grasienta.

Este fue el estándar de la masculinidad durante un tiempo: los jugadores de rugby empezaron a depilarse las ingles, los funcionarios empezaron a salir en las portadas de las revistas de moda y casi nadie llevó corbata durante casi diez años. Fue la primera vez en la historia en que resultaba probable que te diera una hostia una persona que utilizaba tónico facial.

Pero algo pasó en la élite metropolitana más adinerada: esa idea de sexualidad supersuave, corbatas finas, escúters y recopilatorios de música para relajarse se volvió anticuada. Un nuevo tipo de hombre se asomaba por el horizonte: los que tienen pinta de leñadores, rudos, con mucho pelo, los que adoran la carne de cerdo muy hecha, la barba bien cuidada y la cerveza de barril.

Publicidad

Foto: Javier Cabral

Todo cambió. Los restaurantes de comida italiana se volvieron restaurantes de hamburguesas y Jude Law se volvió Bon Iver. Es como si nos hubieran arrebatado el futuro que nos habían prometido y nos hubieran dejado en una oscuridad cultural donde todo el mundo abrió cafeterías con palabras malsonantes en sus nombres. Mientras tanto, los metrosexuales originales tuvieron hijos, quedaron en la bancarrota y se volvieron cocainómanos. Se mudaron y vendieron sus vinilos de Miles Davies.

Por supuesto, estas dos ideas son igual de ridículas y falsas, pero la diferencia entre ellas nos dice mucho sobre lo que ha pasado en la sociedad durante estos últimos años. Con todo ese alardeo capitalista, los metrosexuales creían en la industria, en la producción en masa y en las marcas: Nivea, BMW, HMV y Absolut Vodka. Mientras que los leñadores de ahora son hedonistas que desconfían de todo lo que está hecho fuera del país, elaboran su propia cerveza y la venden a personas iguales que ellos.

Los metrosexuales, por todos sus pecados, se veían a sí mismos como hombres de mundo aun cuando solo era porque tenían un poster de La Dolce Vita en su cocina y eran amigos del chef de su restaurante italiano favorito. Los leñadores se ven a sí mismos como personas arraigadas en su cuidad, que llevan a cabo un neotribalismo excéntrico y compiten con personas de otras ciudades del país para ver quién tiene las mejores cervezas y los mejores perritos calientes.

Aunque ninguno de los dos quiere oír la verdad, en realidad los dos son el resultado de la política de su época. Los metrosexuales eran producto de personas como Tony Blair, de los playboys internacionales que vendían o compraban armas enfundados en sus trajes Paul Smith y cometían atrocidades mientras escuchaban "A Rush Of Blood To The Head" con la primera generación de iPods. Por su parte, las hordas de amantes de las barbas y la carne de cerdo son los hijos bastardos de la Gran Sociedad, tipos rollo anglosajón vestidos con ropa de obrero que buscan desesperadamente recrear el ambiente de la película Cómo matar a un ruiseñor y se niegan a dejar que algo tan insignificante como la clase trabajadora se interponga en el camino.

Es imposible saber cuál de estas dos tribus es mejor o peor, las dos tienen sus pecados. No obstante, mientras que los metrosexuales dejaron una huella tangible en la cultura contemporánea, es difícil imaginar cuál va a ser el legado de los leñadores además de haber convertido en cafeterías de moda todos los terrenos vacíos que han visto a su paso.

El legado de los metrosexuales se puede ver en los hombres, que son cada vez más femeninos. En el lápiz de ojos para hombre, la creatina y los bronceados de espray que usan los hombres obsesionados con el gimnasio que toman bebidas de proteínas. Lo acepto, es mucho más espeluznante y sexual que Jude Law montado en una Vespa o Jamie Oliver desmenuzando con sus manos (y no picando con un cuchillo) un poco de perejil, pero al menos es más bonito que comprar una propiedad abandonada, vender café barato a precios desorbitaos y mandar al diablo a todos los que se quejen. Es algo que se extendió más, que tuvo más repercusión y, quizá, a pesar de ser tan ridículo, cambió nuestra forma de percibir la masculinidad. Mientras tanto, los leñadores sólo sirven para desafiar las ideas de futuro y se pasan el tiempo "reclamando lo que es suyo" en vez de "reimaginarlo".

Es fácil criticar a los metrosexuales pero quizá no eran más que vanguardistas del futuro sin guía, soñadores olvidados con un legado que llegó más allá del mundo en que vivieron. Soñadores, hidratados, texturizados y depilados que conducen Vespas hacia una libertad que probablemente acabamos de encontrar.