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Cultură

Samanta Schweblin: Lo fantástico de la realidad

A pesar del asedio porque escriba novela, la narradora argentina prefiere el cuento “por la energía que puede acumularse en tan pocas páginas”.

Fotos por Grey Hutton.

La primera vez que escuché hablar de Samanta Schweblin se referían a ella como “la chica valiente que sólo escribe cuentos”. Después supe que la presionaban para que escribiera una novela pero hasta el momento no ha presentado nada y eso es algo destacable: Es una escritora con una clara idea de lo que quiere hacer y cuándo lo quiere hacer, sin presiones de mercado, becas ni premios, lo cual no significa que no le interesen, pero deja claro que le importa más su escritura. Sin desdeñar otros géneros literarios, escribe lo que le gusta y se toma su tiempo. Tiene tres libros excelentes (El núcleo del disturbio, Pájaros en la boca y La pesada valija de Benavides) y varios cuentos notables repartidos en diversas antologías. A Samanta le importan las formas gramaticales, estilísticas, morfológicas, argumentales, y tiene especial interés en que sus cuentos se estiren como ligas y logren la tensión suficiente para mantenerse firmes sin llegar a romperse. Sin temor a equivocarme diría que es una de las escritoras latinoamericanas más interesantes de los últimos años, ganadora de diversos premios entre ellos Casa de las Américas, por su libro Pájaros en la boca (Almadía, 2010) y del último Premio Internacional de Cuento Juan Rulfo (que a partir de este año cambia de nombre a petición de los herederos del escritor de Pedro Páramo), por el cuento “Un hombre sin suerte”.

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Bajando del pedestal de la crítica literaria, Samanta es una mujer que se enfrenta a los mismos problemas que cualquier otra persona trabajadora: es necesario pensar en el sueldo, en las motivaciones para continuar llevando a cabo el trabajo que desempeña, sonreír ante los comentarios que en pleno siglo XXI siguen existiendo en torno a la superioridad masculina para realizar este o aquel oficio, y las presiones para dar pasos en otra dirección diferente a la que ha estado caminando en su carrera. Algo de esto y de otros temas nos cuenta en esta entrevista.

VICE: ¿Qué motiva a una escritora a escribir cuentos en un momento en que el mercado editorial exige novelas casi como requisito para ser publicada?
Supongo que lo mismo que motiva a muchísimos lectores a seguir leyendo cuentos, a pesar de las tendencias del mercado editorial. Soy lectora de cuentos. La mitad de mi biblioteca es de cuentos y si alguien me recomienda un nuevo autor lo primero que intento es buscar a ver si tiene un libro de cuentos. Me atrae el género por su inminencia, por la energía que puede acumularse en tan pocas páginas y el impacto que estas historias logran sobre un lector.

¿Te ha limitado en algo el haber elegido el cuento como el género en que plasmas tus inquietudes literarias en lugar de la esperada novela?
Desde mi experiencia personal, creo que dedicarme exclusivamente al cuento abrió más puertas que las que cerró. No hay lectura, entrevista o evento dedicado al cuento al que no me inviten. Serán las ventajas de la famosa “especialización”. A veces lo que es distinto a la media también marca la diferencia. Me acuerdo del caso del último libro, de Pájaros en la boca, cuando se tradujo al alemán. Los editores me advirtieron que sería difícil promocionar el libro. Parece que los alemanes casi no leen literatura extranjera, prefieren la novela al cuento y tienen muy pocas lecturas de literatura fantástica. Además, yo era una autora inédita, y muy joven. Pero la crítica fue muy buena y el libro circuló con creces. Supongo que estas cosas no juegan tanto en contra del libro como uno cree, a veces terminan también llamando la atención.

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¿Qué te motiva a escribir en ocasiones cuentos fantásticos o bien, cuentos “realistas que incluyen anormalidades en su trama”?
A veces me asusta la etiqueta de “género fantástico”; el lector que busque fantasmas, brujas y mundos paralelos va a llevarse una desilusión. Mi fascinación por el género fantástico nació de mis lecturas de Adolfo Bioy Casares, Antonio de Benedetto, Julio Cortázar, donde todo sucede en un plano realista, pero hay algo: un detalle, un gesto, una sospecha, que abre la historia a la posibilidad de otra cosa. Creo que una de las cosas que más me fascinan cuando escribo es lograr correr el velo entre lo “normal”, y lo “anormal”, comprobar una y otra vez que lo que consideramos normal a veces no es más que un pacto social, un espacio cerrado y seguro que nos permite movernos sin vislumbrar nunca lo desconocido. Pero lo desconocido no es lo inventado ni lo imposible, ¡por favor!

Ya que es claro que no eliges escribir este tipo de historias por ganar dinero, ¿qué te lleva por esos temas poco ortodoxos a la hora de escribir?
Siempre me impresionó el trabajo de mi abuelo paterno durante la segunda guerra mundial. Hacía la “avanzada” para el ejército francés. Es decir, intentando no ser visto, iba en bicicleta varios kilómetros por delante de su batallón, para acercarse lo más posible al enemigo y regresar constantemente con información. Creo que la literatura tiene mucho de esto. De acercarse al abismo, a los miedos y los odios más profundos que no reconoceríamos ni en nosotros mismos; de la posibilidad inaceptable de la muerte, y regresar a la vida diaria lo más ilesos posibles.

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Aunque no hay una prohibición escrita para que las mujeres se dediquen a la literatura, es curioso notar que en los catálogos de las editoriales (grandes y pequeñas) haya muchas menos mujeres que hombres. ¿A qué crees que se deba esto? ¿Te ha limitado en el desarrollo de tu carrera el hecho de ser mujer?
Una vez un crítico dijo, intentando ser halagador, que mis cuentos parecían escritos por un hombre. Supongo que un comentario como este delata claramente qué tipo de autoras leía este señor. También suele pasarme que, cuando digo que escribo “cuentos”, los menos lectores sonríen condescendientemente y preguntan: “¿Para chicos?” Supongo que a un hombre no le preguntarían esto. Pero más allá de este tipo de anécdotas, ser mujer nunca fue un problema, creo que eso ya está bastante resuelto en nuestra generación. De hecho, propongo olvidarnos de esto como un problema. Si no, suceden cosas que terminan jugando en contra, como encapricharse en que la mitad de los autores de una antología sean mujeres, cuando lo único que debería importar es la calidad de los textos. Creo que el terreno ya está ganado, ahora hay que ocuparse de escribir bien, y poco a poco la balanza se irá compensando.

He leído en varias entrevistas en las que mencionas a los escritores que de alguna manera han influido en tu escritura, pero ahora mismo no recuerdo la mención de alguna mujer latinoamericana; mencionas a patricia Highsmith, a Grace Paley… ¿Será que no te venían a la mente en esas entrevistas que respondiste o no te gusta la escritura de ninguna mujer de América Latina?
Ah, muy buena pregunta. Tenés toda la razón. Lo que pasa es que ese tipo de respuestas suelen estar relacionadas con los grandes maestros que nos influenciaron, y la verdad es que uno de mis grandes amores fue la literatura norteamericana, y fueron un par de generaciones en donde no hubo muchas Flannery O’Connor o Patricia Higshmith. Pero claro que hubo lecturas de escritoras de América Latina fundamentales. Para empezar, Alfonsina Storni y Gabriela Mistral, fueron libros de cabecera en mi infancia: mi abuelo me los leía de pie, casi a los gritos por la pasión que sentía por ellos, así que aprendí a adorarlas desde chiquita. Después vino María Luisa Bombal —su novela Última niebla, ¡cómo me impactó ese mundo gris entre el sueño y la vigilia!—, nuestra Silvina Ocampo, por supuesto. La genial Hebe Uhart, Liliana Heker, Luisa Valenzuela. Y haciendo un salto a la literatura contemporánea tengo el lujo de compartir generación con autoras como Mariana Enríquez, Guadalupe Nettel, Lina Meruane, y todas las que me debo estar olvidando.

Si tú pudieras elegir el tipo de lector que lee tus cuentos, ¿cómo sería?
Bueno, esto es bastante egocéntrico, pero si tengo que decir la verdad, sería yo misma. De todas las luchas que implican el hecho de escribir —gramaticales, estilísticas, morfológicas, argumentales, de tensión, etcétera—, la que más problemas me trae es mi propio ojo de lectora. Abandono muchas ideas, constantemente. Si en mi escritura algo no me cierra como lectora, me cuesta mucho seguir trabajando. Es un gran problema, porque habrá muchos textos que, avanzando a ciegas, a pesar de este rechazo de mi “otro yo lector”, seguramente encontrarían al final su camino. Pero es una negativa contra la que me cuesta mucho luchar.

Las últimas ocasiones en que hemos hablado has estado en otros países, no en tu natal Argentina. ¿Ya vives el desarraigo de muchos de tus personajes? ¿Qué haces en Berlín, tan lejos de las deliciosas facturas argentinas?
Ay, qué buenas son las medialunas de Buenos Aires. Buenos Aires es mi ciudad, me encanta, y ahí es donde me imagino viviendo a largo plazo. Pero surgieron algunas invitaciones interesantes y la idea de vivir un período en Europa me entusiasma. Ahora por ejemplo estoy por cumplir un año en Berlín, y acaban de invitarme unos meses a Shanghái. Me parece un destino tan insólito que hasta me cuesta imaginarme en un lugar así, pero estoy muy entusiasmada, por supuesto. Ya me lo decía Liliana Heker: con la literatura no se gana dinero, es verdad, pero puede conocerse todo el mundo sin gastar un solo centavo. Y yo, agradecida.