Encontramos una lista de cómo estaba surtida la 'tiendita' de El Altiplano
Imagen vía cuartoscuro.com/Rodolfo Angulo.

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Encontramos una lista de cómo estaba surtida la 'tiendita' de El Altiplano

Los presos considerados como "más peligrosos" podían comprar frituras, sandalias y hasta televisores a blanco y negro, si sabían administrar sus reducidas finanzas.

Un documento desclasificado del penal de El Altiplano, en el Estado de México, revela cómo estaban surtidos los estantes de su tienda comunal. En ella, los reos considerados como más peligrosos en el país podían adquirir desde artículos de aseo personal, hasta frituras y timbres postales.

El listado, concedido a VICE News por la Comisión Nacional de los Derechos Humanos (CNDH), data de marzo del 2015. Y muestra las 69 únicas cosas que podían adquirir los reclusos, con la especificación de la periodicidad con que podían hacerlo.

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Si sabían administrar los 365 pesos (cerca de 20 dólares) de los que disponían al mes para compras, podían hacerse de desodorantes Gillette, champús Caprice, papas fritas, blocs de raya, cremas Palmolive, pilas para reloj, sobres para las cartas que les escribían a sus familiares, audífonos de chícharo, tabletas Pepto Bismol y hasta bastidores con tela, para pintar si así lo decidían.


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Flavio Sosa estuvo preso ahí durante 10 meses: de diciembre del 2006 a de octubre del 2007. Estuvo acusado de 12 delitos del fuero común. Se le identificó como uno de los líderes más importantes de la revuelta magisterial que convulsionó por esas fechas el sureño estado de Oaxaca, y que casi hace caer al gobernador en turno, Ulises Ruiz Ortiz.

Durante su permanencia en la zona de mayor seguridad de El Altiplano —un área de 20 celdas distribuidas en dos pasillos, en donde estuviera preso meses antes Joaquín ‘El Chapo’ Guzmán, antes de su huida mediante un túnel— tuvo que acostumbrarse a hacer malabares cada mes para alcanzar a comprarse en la 'tiendita' papel de baño, alguna golosina o refrescos.

El mecanismo era el siguiente: para que los reos tuvieran derecho a gastar su dinero ahí, sus familias tenían previamente que depositar los 365 pesos reglamentarios a una cuenta bancaria que administraba el penal.

De ahí les descontaban el monto de lo que consumieran. Si no se gastaban completo el dinero —lo cual pasaba muy pocas veces, según cuenta Sosa— podían guardar el excedente para el siguiente periodo. Después de siete meses de estar adentro podían solicitar un permiso especial para adquirir una TV a blanco y negro. Lo cual era un gran lujo.

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La población del penal que no estaba en la veintena de celdas custodiadas con más recelo podía ir directamente a comprar a la 'tiendita'. Para los presos “más peligrosos” esto era imposible. Hasta su celda llegaba periódicamente una relación escrita de estos artículos, con su respectivo precio. Ellos elegían, pasaban la selección a su custodio y recibían la mercancía a la mañana siguiente.


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De acuerdo con Feggy Ostrosky, directora del laboratorio de neuropsicología de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y quien durante años ha estudiado la mente de asesinos seriales e individuos extremadamente violentos, es una buena medida que dentro de El Altiplano estén a la venta artículos de esparcimiento sano.

“El común de la gente se alegra de que un delincuente sea encarcelado. El castigo y el aislamiento, en esos casos, son bien vistos. Y sobran razones para defender esa postura”, asegura.

Sin embargo, también cree que es importante tener en cuenta que las cárceles son para readaptar y reintegrar humanos a la sociedad. Y que venderle a los reos bastidores, pinceles y hojas para escribir podría ser uno de los pasos para alcanzarlo.

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A modo de anécdota, Flavio Sosa recuerda que en la tienda de El Altiplano nunca había Coca Colas. Y dicho refresco era especialmente deseado por los presos.

“Las únicas ocasiones en que podíamos tomarlo era en Navidad y Año Nuevo. La cena que nos llevaban hasta la celda esos días venía acompañada de una botellita de plástico de Coca Cola. La podíamos guardar hasta cuatro días, la tomábamos de poco a poco. Era como un tesoro”, dice.

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