cuernos románticos redes sociales
Ilustración por Teresa Cano

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Relaciones

Hay cuernos en un 'buenas noches bb <3' o no

¿Cómo funciona el Pantone de la infidelidad? ¿Es mejor o peor que tu pareja se escriba mucho con alguien a que se lo folle?

"Hay más cuernos en un 'buenas noches' desde la cama mientras ves una serie con tu pareja que en un polvo rápido". Lo escribía Manuel Jabois en su columna de El País hace unos meses y el artículo se hizo viral. Se refería a un "buenas noches" a un tercero, claro, no a la pareja con la que se está viendo el último de Sex Education. Concretamente, a un tercero con el que se ha establecido o se está estableciendo una relación potencialmente romántica en la cual lo carnal queda o ha quedado por el momento excluido.

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Una vez más, el gallego dio en el clavo contando una historia cotidiana, la de un amigo suyo que no paraba de escribirse con una mujer por WhatsApp con la que, sin embargo, no se acostaba. Porque él "respetaba a su novia". Porque escribirse todos los días "y siempre un mensaje de buenos días y otro de buenas noches" no eran cuernos, pensaba.

Y al leerlo todos volvimos inevitablemente a aquella escena de Paquita Salas en la que Noemí Argüelles confiesa eso de "bueno, te lo voy a decir: la amiga soy yo". Porque todos hemos sido alguna vez y a lo mejor el colega de Jabois, ese para quien escribirse de manera compulsiva no era ni de lejos una infidelidad porque no implicaba intercambio de fluidos alguno.

O a lo peor, quizá lo que hemos sido en alguna que otra ocasión es la novia del colega de Jabois, esa pobre muchacha que no se olía la tostada cuando su pareja se iba a cagar con el móvil y no se oían las Stories retumbando en las paredes alicatadas del baño.


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Decía Jabois que su amigo, y suponía que "varios amigos más, porque esto es una plaga", tenía tanta confianza en su educación católica, apostólica y romana que creía que había más infidelidad en el sexo que en el coqueteo continuado mediante redes sociales. Y Jabois tenía razón: la sacralización del sexo, el sexto mandamiento y la consideración de la Iglesia Católica de que toda relación carnal extramatrimonial, incluida la que se mantiene con uno mismo —esto es: las gayolas— es pecaminosa y el mil veces repetido en conversaciones de café "un novio es un amigo al que te follas" están ahí.

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Pero, antes que el colega de Jabois y que todos nosotros sintiéndonos o el colega de Jabois o su pobre pareja, antes incluso que los Diez Mandamientos y que la Iglesia católica, Estesícoro ya se inventó para Helena la misma excusa. Resulta que algunos autores grecolatinos atacaban con frecuencia a la más bella de entre las hijas de Zeus, paradigma de la mujer infiel, casquivana y fornicaria. Sin embargo Estesícoro creó para ella una bonita historia que, además, la exculpaba de dar origen a la Guerra de Troya. Decía que, en realidad, Helena nunca había llegado a Troya, sino que en una escala que hizo el barco de su raptor, encalló en Egipto. Una copia suya hecha de nubes había sido la que había viajado con Paris hasta allí.

Y nuestra justificación cuando acabamos mandándole un "buenas noches bb" al tío o la tía que nos mola después de todo un día mirando si está en línea para escribirle mientras nuestra pareja pone una lavadora a nuestro lado o elige el pan de molde más barato en el Dia es la misma que Estesícoro inventó para Helena: que no somos nosotros, joder. Que son solo nubes.

Son letras, que una al lado de la otra conforman palabras, que una al lado de la otra acaban dando lugar a frases. Son solo likes, interacciones intangibles con eventuales emojis, capturas de pantalla de canciones de Spotify al fin y al cabo, aunque a veces sean capturas de pantalla de canciones de Spotify cargadas de más intención que la correspondencia entre Henry Miller y Anaïs Nin. En una de sus epístolas, por cierto, el autor de Trópico de cáncer se despedía de ella con un "Me duelen los cojones. Te quiero". La Historia, me decía el otro día la dómina Sofía Rincón parafraseando a Gómez Dávila, es un préstamo de tabúes. Y vaya si lo es.

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Pero nos afanamos en buscar nuevos términos para las supersticiones de siempre. Nos creemos, como Jabois, que es una plaga de nuestra generación, porque siempre nos han dicho que éramos especiales, que "nuestra generación tenía sus cositas", pecando de provincianismo generacional, que viene a ser la adaptación de un término acuñado por Gerchunoff en su reciente Ironía On del "provincianismo histórico"; es decir, la tendencia de una época a considerarse a sí misma terrible y única al mismo tiempo. Pues igual nos pasa con las generaciones, si es que existe tal cosa.

"¿De verdad las microinfidelidades nacen de y solo ocurren en los entornos digitales? ¿En serio hemos inventado el puto flirteo? ¿Las fichas no existían antes del los likes de Instagram?"

Así, en nuestro ímpetu por huir siempre hacia delante, por no aceptar que desde los romanos no hay puto nada nuevo bajo el sol —ojo que la RAE ya ha incluido el uso de "puto" como intensificador, que esa es otra historia— surgen gurús que nos hablan de microinfidelidades online. La psicóloga y consultora australiana Melanie Schilling es una de ellas, y se afanó en explicarle a distintos medios en qué consistían y dónde estaban los límites de la fidelidad en los tiempos modernos.

"(Su pareja) podría estar involucrada en microinfidelidades si habla en secreto con otra persona en las redes sociales, si comparte chistes íntimos, si minimiza la seriedad de su relación con su pareja o si tiene guardada a esa persona con un sobrenombre en su teléfono", declaraba en al Daily Mail. Ni el jodido Sherlock Holmes.

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Ahora bien, ¿de verdad las microinfidelidades nacen de y solo ocurren en los entornos digitales? ¿En serio hemos inventado el puto flirteo? ¿Las fichas no existían antes del los likes de Instagram, no precede a la tecnología la dicotomía —por no llamarla choque frontal— que siempre surge —porque siempre surge— entre deseo y voluntad en una relación romántica monógama? Me niego a pensar que el coqueteo se inventó en un garaje de Silicon Valley.

Volviendo a Jabois, el autor cierra su artículo apelando, de nuevo, a su generación. La de los de treintaitantos-casi-cuarenta, la última que recuerda haber fumado en los bares. "Es urgente desprestigiar y banalizar, en según qué ocasiones, el sexo. El problema que tiene mi generación es que cree que para saber dónde va el mundo tiene que mirar a sus padres en lugar de a sus hijos, y no solo", escribe.

Y yo, que no pertenezco a la generación del gallego sino a aquella a la que se refiere como "sus hijos", hice lo propio: preguntar en Instagram. ¿Hay cuernos en un "buenas noches bb"?, puse en Stories. Añadí el "bb" porque, como he mencionado, no pertenezco a la generación de Jabois. Me respondieron más de 15 personas. Todas excepto dos pensaban que sí, que claro que había cuernos. Unos cuernos "peores" en el Pantone, en la Matrioska de los cuernos que los puramente deportivos (es decir, los polvos de una noche, el sexo espontáneo).

"Claro que hay cuernos. A ver, al final es el tipo de relación que tú tengas con tu pareja, pero si partimos de una relación monógama exclusiva y romántica, lo más normativa posible, y estás teniendo una relación en la cual hay romanticismo, claramente es una manera de ser infiel a esa exclusividad romántica. Eso es lo que hace que haya infidelidad", me decía Cristina. Y Cristina tiene toda la razón apuntando al amor romántico y a sobrepasar los límites de la complicidad en una relación romántica, sean cuales sean los límites de la complicidad en una relación romántica.

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"Claro que hay cuernos. Si partimos de una relación monógama exclusiva y romántica, lo más normativa posible, y estás teniendo una relación en la cual hay romanticismo, claramente es una manera de ser infiel"

"Yo lo veo peor que un polvo. A mí en una relación el contacto físico y el afecto o el sexo me importan, sí, pero es que eso se lo puedes dar a cualquier persona y no necesariamente es tu pareja. Desde mi visión del amor sano, del amor compañero, lo más importante es respetar el vínculo de confianza que se ha creado entre ambos. Una relación que supera lo sexoafectivo e incluso se puede parecer a lo familiar, a lo filial. Cuando me traicionas o violas esa confianza y esa magia entre los dos, y encima no me informas de ello sino que me lo ocultas, y pretendes que yo siga igual cuando tú estás deseando estar con otra persona, me parece traicionar completamente mis sentimientos", me decía Marina, que también tiene toda la razón hablando de una relación de pareja como algo que trasciende, incluso, lo sexoafectivo.

Edgar también apuntaba que claro que los hay, que "el dolor es mucho más grande cuando la pareja quiere compartir intimidad y reflexiones con otra persona que cuando simplemente quiere follar". Y ahí es donde dudo y me pregunto si no deberíamos, quizá también, desacralizar la intimidad. Asumir que no somos tan especiales como nos han dicho, ni como generaciones —Pardo Bazán ya coqueteaba epistolarmente con Pérez Galdós, a sabiendas de que era cierto aquello que mucho después un guionista decidió meter como diálogo en Martín H, "hay que follarse a las mentes"— ni como individuos.

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Quizá todo tenga un poco que ver con que estamos enfermos de narcisismo, con que nos pensamos únicos e irrepetibles más que con que hayamos desacralizado el sexo y nos hayamos atrevido a salir, por fin, del cobijo de la larga sombra de la moral cristiana para sustituir el matrimonio por una relación en la que sigue habiendo un contrato, unos términos y condiciones: hasta aquí puedes escribirte con otro, de este tema no se habla con otro, este like no se da, no sigas a esa persona porque me pone triste, no mires sus Stories, puedes follar pero no enamorarte, podemos ser tres pero no más.

Quizá debamos a veces y sin necesidad de caer (o no necesariamente) en la teorización del poliamor, el yugo de amor romántico o el encorsetamiento de las relaciones monógamas, aceptar lo que es natural, lo que viene dado: que en cualquier relación de pareja siempre hay una tirantez entre el deseo y la voluntad. O como apuntaba Errejón en su ya célebre tuit de 2015, que "la hegemonía se mueve en la tensión entre el núcleo irradiador y la seducción de los sectores aliados laterales. Afirmación-apertura".

"En cualquier relación de pareja siempre hay una tirantez entre el deseo y la voluntad"

Quizá debamos asumir, en primera instancia, que nuestros padres llevan mintiéndonos desde que con 3 años llevamos de la guarde una mierda de collar de macarrones y pusieron cara de sorprendidos y dijeron que era la hostia: no somos ni tan listos ni tan guapos ni mucho menos tan especiales. Y en segunda, que nuestra pareja tiene los mismos pensamientos, las mismas inquietudes respecto a algunas personas que nosotros tenemos con otras, las reprimamos o no. Es algo natural.

Por pequeñas que sean nuestras interacciones "románticas", en analógico o digital, fácticas o de pensamiento —una mirada, un like, un comentario con doble sentido, un pensar "joder, qué bueno está" y decir "estás guapo hoy", un aguantar más la mano de lo debido cuando le das algo a alguien, una respuesta a un Stories y un esperar impaciente la contrarrespuesta, que tire la primera piedra quien no haya hecho algo de lo anterior con personas que no son su pareja, joder— todos somos alguna vez el amigo de Jabois.

En ocasiones porque nos sentimos pequeños, a veces porque no podemos evitar sentirnos atraídos por alguien (y menos mal), otras porque necesitamos ambrosía para nuestros egos y otras porque, simplemente, nos parece divertido. Así que eso nos convierte otras veces, irremediablemente, en la novia del amigo de Jabois. No hay otra, nunca la hubo. Y, joder, tampoco pasa nada, ¿no?

Sigue a Ana Iris Simón en @anairissimon.

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