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Analizamos el hostiazo del tío que se tira por un tobogán con un carro de la compra en Valencia

Peña, dejad de lanzaros por toboganes, por Dios.
Tobogán Gulliver
Foto vía Twitter

Cojamos la idea del tobogán. Alguien que se encuentra erguido subido en una plataforma elevada, metálica y lisa decide sentarse y lanzarse a través de una plataforma alargada que le transportará de forma descendiente varios metros, obligándole —en una especie de aterrizaje forzoso— a arrastrarse por el polvoriento y abrupto terreno que se encuentra abajo. De estar de pie encima de una estructura sólida, limpia y segura a reptar por un terruño agreste y sucio. Sin duda un tobogán es la plasmación de la perdición, de la caída, del fracaso, del dolor y la muerte, todo envuelto en una especie de eufemismo arquitectónico al que se atreven a llamar “parque infantil”, para que los niños empiecen a acostumbrarse a la idea de que en la vida, para la mayoría de la gente, las cosas siempre tienden a ir hacia abajo, no hacia arriba. Caer de pequeño, caer de viejo; esta es la sintonía de la vida.

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La semana pasada una concejala del PP de lanzó por ese tobogán enorme instalado en Estepona y la cosa salió tan mal que al final tuvieron que precintar el desproporcionado invento. Algo está pasando con los toboganes porque el otro día en el Parque Gulliver de Valencia sucedió un incidente parecido. Parecido en tanto que involucraba un tobogán, pero en vez de tratarse de un viaje largo y violento se trató de un viaje corto y muy violento, en el que también participaba un carrito de la compra. Por favor, que alguien meta el link al vídeo inmediatamente, que me estoy poniendo nervioso. METEDLO YA, POR FAVOR.

En su habitual naturaleza, el tobogán muestra a una persona sana al inicio del viaje y una persona tullida al finalizar el recorrido, es la narrativa habitual de estos aparatos del infierno, como he descrito en el primer párrafo de este presente texto digital. La concejala, al principio orgullosa y firme, se muestra avergonzada y desparrancada al final, puede que en una especie de brillante metáfora de su carrera política. ¿Y estos chavales? Bien, en el vídeo de estos chavales hay ciertas cosas que funcionan diferente. Bien, pasemos a analizar el vídeo de estos chavales.

Tobogán Parque Gulliver Valencia

Para empezar son tíos, el género más dado a acometer “bromas físicas”, esas atrocidades que consisten en generar accidentes y mofarse de la víctima magullada, como empujar a alguien que se estaba concentrando para lanzarse de una roca hacia el mar y termina en posición fetal acurrucado alrededor de sus genitales estallados por el impacto con el agua; o cuando alguien le lanza un dardo al culo de otro y eso provoca una risotada sonora descabellada.

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Juegos todos ellos muy relacionados con la idea de lo varonil, la fuerza y la humillación como estrategia para el éxito. En este caso, la “broma física” consiste a lanzar a un colega (en principio llamado “Salva”) por un tobogán, dentro de un carrito de la compra. La víctima evidencia su desgana al intentar salir del vehículo pero uno de sus amigos, mano en hombro mediante, le impide el abandono de la nave. Luego lo lanzan, allá él con su destino.

Tobogán Parque Gulliver Valencia

El pobre diablillo intenta sujetarse bien a la cuadriga sin caballos, intentando aproximarse a la máxima de que a cierta velocidad debe buscarse la máxima seguridad.

Tobogán Parque Gulliver Valencia

En este punto la víctima ya es consciente del problema. Advirtiendo un impacto inminente decide soltar las manos y dedicar estas extremidades a protegerse del impacto de uno de los cantos del tobogán. Las manos se alzan buscando proteger el centro de operaciones de un humano, la cabeza.

Tobogán Parque Gulliver Valencia

Este es el impacto número uno. Como en la relación entre las guerras mundiales del pasado siglo, este primer accidente es la causa principal del segundo impacto. El canto derecho golpea débilmente sobre el cuerpo de Salva sin causar demasiado ruido ni demasiados daños, pero proyectándolo hacia el canto opuesto.

Tobogán Parque Gulliver Valencia

Este es el impacto número dos, más alto en número natural y a la par más intenso en golpeología, es decir, de un golpe más doloroso. Me atrevería a decir que este es el momento que más daños causa a Salva con un impacto facial bastante desagradable de ver, aunque parece que sus manos frenan un poco el impacto craneal. Este impacto sí que suena, es el golpe principal, el actor principal de la película, el jodido Steven Seagal en Alerta máxima (nadie ha reconocido jamás a los demás actores). Un sonido mayúsculo.

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Tobogán Parque Gulliver Valencia

Pero este ruidal no sería nada si después no hubiera un silencio aún más estremecedor. Los milisegundos que siguen a la colisión aportan una frialdad y un miedo abismales. Ese silencio es la pregunta de “¿Está vivo?”. El miedo a la respuesta se ve reflejado en esos momentos de incertidumbre, de querer alargar el espacio de tiempo entre el interrogante y la afirmación, por pavor a una resolución mortal.

Tobogán Parque Gulliver Valencia

Este es el momento que prometen los toboganes, esa humillación pública, el arrastrarse por el lodo, el formar parte de la muchedumbre, del pueblo llano, el “tragar mierda” semana tras semana. Puede que creyeras que siempre estaría de puta madre, arriba, en la cresta de la ola, pero no, tú lugar, Salva, como el de todos, es el vulgo.

Tobogán Parque Gulliver Valencia

Como en los procesos de los lanzamientos de cohetes espaciales, este es el momento de “la separación”. Aquí Salva se desprende de su lastre, el carrito del súper, en un intento de recuperar su dignidad perdida. Se quita de encima el “dardo que le han disparado en el culo” o “el dolor de pelotas que ha recibido al impactar contra el agua”. También es esta liberación lo que le permitirá físicamente levantarse e intentar recuperar su honor y, en el fondo, su clase social.

Se estaba tan bien ahí arriba, siendo uno más de los que “manejan el cotarro y deciden qué sucede en el mundo”. Una vez se prueban esas mieles ya no se pueden olvidar, ¿verdad Salva? Desprenderse del carrito de la compra, también supone un nuevo estado de consciencia, Salva ya no es un producto más (metido en un carrito de la compra) dentro de esa idea houellebecqiana del mundo como supermercado, en el que todo, desde el amor, el sexo, la arquitectura y el trabajo actúa según las sinergias publicitarias de la economía de mercado.

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Tobogán Parque Gulliver Valencia

Aquí empieza un proceso de borrado, un Control + Z en vida que pretende deshacer todo lo que acaba de ocurrir recientemente, el típex humano ocultando sus propias huellas, rellenando los hoyos con su propia mierda blanca. Lo que acaba de pasar no existe, o no quiera que exista, pese a que ha quedado registrado en vídeo, como uno de los presentes augura con esa fatal frase “dime que lo has grabado, por favor”. Efectivamente, se ha grabado, lo estamos viendo. Todo intento de corrección o redención será en vano.

Tobogán Parque Gulliver Valencia

Siendo imposible deshacer lo hecho, solo queda la venganza. Cuando ya no queda nada el cuerpo se llena de rencor y lo humano se diluye en un mar de odio. El odio, ese querido invento que utilizamos las personas para posponer nuestros problemas más profundos y candentes, ¡qué maravilla! Miradle la mirada, Salva ya no es Salva, ya no es humano, mirad ese brillo en sus ojos. Es una masa revolucionaria abalanzándose sobre su enemigo burgués, la Toma de la Bastilla en forma de homínido. La lucha de clases en un tobogán, ese sitio donde antes solo se podía bajar ahora también se puede subir, forzando la máquina a realizar tareas no programadas, invirtiendo sus funciones, alterando las coordenadas y convirtiendo el sur en norte y el norte en sur, destronando de una vez por todas a esos miserables de arriba que mantienen su posición gracias a sus “bromas físicas”, humillaciones y risotadas sonoras. ¡Vamos Salva!

Sigue a Pol Rodellar en @rodellaroficial.

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