Es la estación del metro de Osseghem, en medio de Molenbeek. Tan pronto como se bajan del vagón, los pasajeros se encuentran con dos camiones verde olivo y una patrulla de soldados, imperturbables. Luego de los ataques terroristas de París y Bruselas, estos soldados, de boina roja y gesto endurecido, son los únicos signos visibles de la estricta seguridad que rodea a Molenbeek desde hace un año y medio. Por lo demás, no hay nada en esta comuna, una de las 19 que comprenden el área metropolitana de Bruselas, que sugiera que este es el lugar que atrajera la atención de todo el mundo en noviembre de 2015. Las calles bien cuidadas de Molenbeek están lejos de parecerse a esa jungla urbana sucia y encabronada que se comentó en la prensa desde que fuera arrestado Salah Abdeslam, un sospechoso clave en los ataques terroristas que cobraron la vida de 130 personas en París y a las afueras del Stade de France, en Saint-Denis, cuando se jugaba un amistoso entre Francia y Alemania.
De hecho, desde Abdessatar Dahmane, ligado al asesinato del comandante Massoud (famoso opositor de los talibanes y de la ocupación soviética en Afganistán) en 2001, diez habitantes de Molenbeek han participado en operaciones terroristas. Ciertamente, Molenbeek es citada a menudo cuando se trata de noticias de que células jihadistas son desmembradas o de jóvenes belgas que se marchan a Siria.
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Pero en esta ciudad, donde un tercio de la población tiene menos de 25 años y donde la tasa de desempleo juvenil ronda el 45 por ciento, el futuro de la gente de Molenbeek no solo está en las mezquitas señaladas como centros de radicalización, sino también en los campos de futbol del municipio. En cualquier caso, Ahmed El Khannous, concejal de deportes del municipio, habló con nosotros en su oficina. “Tanto niños como niñas, unos 2,000 jóvenes están inscritos en las cuatro escuelas de futbol de la ciudad. Y ni siquiera estoy contando las pequeñas asociaciones de futbol 5 o de futbol de salón que abundan en las esquinas de la ciudad. En Molenbeek, el futbol es tan popular que se ha vuelto una herramienta esencial para llegarle a la juventud”.
A unos pasos de la estación del metro, conforme caminamos el entorno, comenzamos a darle la razón a Ahmed El Khanouss. En una tarde de viernes, a pesar del clima frío y gris, docenas de niños y jóvenes se encuentran en los campos de Sippelberg, el corazón futbolístico de Molenbeek. Sippelberg es un lugar de encuentro. Los jóvenes y sus padres van y vienen cada fin de semana, lo mismo en el borde del pasto de las canchas que en el puesto de refrescos que atiende un albano. En el primer campo de pasto sintético, dos equipos de niñas, algunas con velo y otras sin él, compiten en un juego de entrenamiento bajo la mirada de sus padres, y de Mohamed Tabbakit, presidente de la Academia Juvenil de Molenbeek.
De cabello escaso, bigote fino y ojos alegres, Mohamed Tabbakalt desembarcó en Bélgica en los 60 junto a un gran contingente de la comunidad marroquí, principalmente del Rif, que se estableció al este de Molenbeek. Con el tiempo, se convirtió en una figura del barrio, un guía, una autoridad. Sin embargo, nunca vivió en la comuna: “Cuando llegué, yo tenía seis años y un doctor de la Cruz Roja ayudó a mis padres a encontrar vivienda en otra comuna y le agradezco por eso, pues es complicado criar a sus hijos aquí”, asegura, mientras recibe los saludos de niños y padres que se le acercan. Jugó futbol profesional en Marruecos, y hoy dirige este club de futbol, que originalmente era comunitario, pero que hoy está abierto a todos los orígenes y nacionalidades. El FC Jeunesse ofrece 600 licencias, distribuidas desde equipos menores de 7 años hasta adultos mayores.
Si Mohamed inspira tanto respeto a pesar de nunca haber vivido aquí, es porque le dedica una gran parte de su tiempo a los jóvenes de la calle. Tiene una meta: ayudar a los niños de Molenbeek a hacer algo productivo de su vida. A que escapen de un esquema que ha visto repetirse, y que describe de una forma algo fatalista: “Siempre parece igual. Los niños no tienen dinero en sus bolsillos, y ven a alguien mayor que tiene dinero porque roba o vende drogas, y se meten en eso. Los más inteligentes han logrado evitarlo y estudiar, pero hasta para ellos es difícil. Tienen un título, pero no tienen trabajo y pocas posibilidades de encontrar uno porque la dirección de su domicilio es una línea poco elogiosa en su currículum. En este contexto, desafortunadamente no me sorprende ver que algunos chicos se vayan y mueran en Siria”.
A las 6:30 de la tarde, Mohamed sigue el entrenamiento del equipo de menores de siete años, donde juegan dos de sus nietos. Con las manos en las bolsas, les da algo de aliento. Pero para él, como para los otros 36 entrenadores que trabajan en el club, el objetivo principal no es entrenar a las estrellas del futuro. Los entrenadores monitorean el nivel académico de sus jugadores tanto o más que su destreza con el balón. “Cada fin de mes se les pide sus libretas. Si no van bien, se les pone en la banca y no juegan. Después de un tiempo, entienden el mensaje, y así es como el futbol realmente puede utilizarse para algo”, insiste Mohamed Tabbakalt.
Esta es una razón más por la que el FC Jeunesse da la bienvenida a jugadores que no necesariamente son talentosos, a menudo transferidos de otros clubes de Molenbeek. En la cancha vecina, los chicos de la Sub-15 que disputa un partido de entrenamiento, no son los más hábiles con la pelota. Pero Mohamed Ben Saihi, su entrenador, pone a jugar a sus pupilos como puede, ya que le resta importancia: “Son buenos chicos que están dispuestos a escuchar a los mayores y ponen todo su esfuerzo . Es lo principal”. Al igual que muchos otros entrenadores FC Jeunesse Académie, cuando Saihi no está en el campo de futbol, enseña en las calles. Para él son dos actividades complementarias, pues considera al futbol “una buena excusa para acercarse a los jóvenes y realizar trabajo social. Se enseña muchas cosas, la autonomía, el respeto al árbitro, evitar las faltas innecesarias… Son buenas lecciones que sirven en todas partes”, dice el entrenador.
Mejor aún, el futbol es una de las mejores maneras de destruir los estereotipos e ideas preconcebidas que se pegan a la piel de los niños de Molenbeek tan pronto como dejan su barrio. Cada fin de semana, Mohamed Ben Saihi acompaña a sus jugadores en los partidos. Donde quiera que vayan, el entrenador se centra más en el comportamiento que en el marcador final. Las reglas con claras e inmutables: estrechar la manos a los rivales antes y después del encuentro, mostrar respeto absoluto hacia el árbitro y, sobre todo, mantener la sonrisa y divertirse. Mohamed castiga severamente la más mínima falta, insulto o golpe de parte de sus pupilos.
El entrenador espera que las lecciones que se enseñan en el campo sirvan de algo: “Al final del día, se transmite el mensaje: ‘No te dejes llevar por las palabras, todo lo que entra por un oído sale por el otro, ya también aplica en la vida’”. Los esfuerzos están dando frutos, ya que en el FC Jeunesse Molenbeek Académie recibió un premio por su juego limpio a finales de 2015.
“Con este comportamiento, son los mismos niños quienes muestran que son muy diferentes de la imagen que tenemos de ellos”, sonríe Mohamed Ben Saihi. Al escuchar a este veterano con 22 años de experiencia enseñando en las calles, se logra percibir su orgullo por participar en este proyecto que busca destruir prejuicios. “¿Habrían nuestros niños conocido a los jóvenes de otros barrios de no haber sido por el deporte? No estoy seguro. Es por eso que el futbol puede ser un arma para combatir los estereotipos, para sacar a la gente de sus hábitos, para despertarles la curiosidad. Al final de nuestro último juego, los entrenadores rivales nos invitaron a un asado. Se siente calidez en el corazón cuando ocurren cosas como esas”.
Debe decirse que en el pasado, los equipos de la FC Jeunesse Académie no siempre eran bien recibidos. Luego de que Molenbeek atrajera los titulares de los periódicos, tomó mucho tiempo disipar los miedos y el nerviosismo en los equipos rivales.
“La preocupación es que nos hemos enfocado tanto en el problema del jihadismo en Molenbeek que queríamos asociarlo a equipos de futbol que nada tenían que ver con ello. Nos sirvió, aunque nos lastimó”, reconoce Mohamed Tabbakalt. “Algunos clubes no querían jugar contra nosotros. Los Estrellas Negras, otro equipo de Bruselas, no quisieron jugar contra nuestro equipo de menores de siete años. ¡Los menores de siete años! Luego se detuvo un juego porque el árbitro designado no quiso involucrarse. ¿Y a quién acusaron de haber arruinado el partido? A nosotros, por supuesto”.
El club tuvo que manejar esta crisis y esta imagen como pudo. Y ello consistió en abrirle sus puertas a la prensa, e intentar ampliar el debate en Molenbeek, que en ese momento estaba muy concentrado en el terrorismo y en los jóvenes que se marchaban a Siria a pelear en la guerra civil. “Los periodistas venían a verme después de los ataques terroristas y me preguntaban si alguno de mis jugadores se había ido a Siria. Y les respondía la verdad: que sí. Pero el limitarte a esa respuesta es conformarse con sólo una parte de la realidad. Lo que no ven es que gracias a nuestro trabajo muchos no se han ido”, recuerda el presidente.
El futbol puede ser un arma para combatir los estereotipos, para sacar a la gente de sus hábitos, para despertarles su curiosidad.
Mohamed Ben Saihi, entrenador en la Academia Juvenil de Molenbeek FC
Mohamed no es ingenuo sobre la eficacia de su trabajo. Él sabe que “los reclutadores continúan su trabajo en las calles, fuera de las mezquitas”. Cita como evidencia el mensaje vía WhatsApp que recibió de un amigo denunciando un grupo de conformado por yihadistas o futuros candidatos radicales. “Mandé el mensaje a todos los padres que tengo en mis contactos para estar alerta, pero ¿es suficiente?” Este es uno de los problemas para los miembros del FC Jeunesse Académie, conscientes de que el futbol nunca va a resolver todos los males de Molenbeek. Después de 15 años, Mohamed ha visto la aparición de un nuevo informe sobre la religión en su comunidad. “Algunas familias han comenzado a poner demasiada presión sobre los niños para llevar a cabo prácticas religiosas sin haberles enseñado primero los principios básicos. Bajo estas circunstancias, ¿cómo puede el Islam ayudar a su desarrollo?”
A más de un año de los atentados de Bruselas en marzo de 2016, a pesar de la aparente calma en las calles de Molenbeek, la situación sigue siendo tensa. Oliver Vanderhaegen, a cargo del proyecto contra la radicalización de la ciudad, declaró en marzo pasado ante la comisión parlamentaria que investiga los ataques terroristas que “aumentó la cantidad de jóvenes que se adhieren a discursos radicales y su complejidad”. Desde su lanzamiento en febrero de 2016, el proyecto “Plan canal” se ha dedicado a luchar contra la radicalización por el Ministro del Interior, Jan Jambon, en Molenbeek, y ha controlado 1600 asociaciones.
Este contexto pone un gran peso sobre los hombros de Mohamed Tabbakalt, quien lucha por el desarrollo de su club y ayuda a todos aquellos con una licencia. Pero no siempre es fácil, ya que Molenbeek, cuna de jugadores como Wesley Sonck, Dedryck Boyata, Romelu Lukaku, y Adnan Januzaj, es objeto de muchos cazatalentos belgas y extranjeros que acuden, temporada tras temporada, en busca de la nueva joya del futbol mundial, si es posible a bajo costo. Cada año, la FC Jeunesse Molenbeek Académie pierde entre 80 y 100 de sus jóvenes más talentosos sin que se obtengan beneficios de parte del club que los formó.
A unos cientos de metros más adelante, la llama del futbol se reavivó en otro lugar en Molenbeek, donde el futbol juega un papel distinto al de la juventud, aunque igualmente importante. Durante varios meses, el estadio Edmond-Machtens, llamado así en homenaje al famoso alcalde de Molenbeek, vibra de nuevo. El Racing White Daring Molenbeek, club histórico de la ciudad, comenzó a jugar allí desde hace dos temporadas y ganó el campeonato amateur D3 (la quinta división belga). Aunque deportivamente hablando no es la Champions League, el club ha despertado un gran fervor en Molenbeek. Para el partido de la coronación a finales de abril, 7 mil aficionados fueron a apoyar al club; cuando juegan de visitantes, a veces son más de mil para defender sus colores. “El RWDM siempre ha sido importante para Molenbeek. Afecta a su propia identidad, que es un verdadero orgullo local a nivel comunal e incluso a nivel de Bruselas”, dice Kurt Deswert, autor de la pelota en el centro de Bruselas, dedicado a la historia del futbol en la capital. “El club no sólo tuvo sus días de gloria en el pasado, sino que también encarna el trabajo y la historia industrial de Molenbeek, Bruselas y más”.
Antes de acabar en las divisiones amateurs, el RWDM estuvo entre los principales equipos. Primero a principios del Siglo XX, cuando rivalizó con la Unión Saint-Gilloise (el club de Saint-Gilles, otra comuna de Bruselas), después en los años 70 cuando, llevado por el entonces ganador de la Bota de Oro, Johan Boskamp, el RWDM ganó el campeonato en 1975 e incluso se comportó al nivel en las semifinales de la Copa de la UEFA en 1977 contra el Athletic de Bilbao. “Para toda una generación de habitantes de Molenbeek y Bruselas de 50 o 60 años, la remontada del RWDM les trae gratos recuerdos”, dice Kurt Deswert, fan del Anderlecht. El club ha albergado a algunos grandes nombres del futbol, como Raymond Goethals. Durante todos estos años, Edmond Machtens, alcalde de Molenbeek, ha trabajado por la supervivencia financiera del club, vitrina deportiva de su comunidad obrera. Pero el RWDM ha quebrado dos veces. Una en 2002, antes de su renacimiento, y en 2014 bajo la presidencia de Johan Vermeersch, exjugador del club.
En enero de 2015, Thierry Dailly compró el registro del RWDM y le dio una tercera oportunidad al club de renacer. De tez oscura y pelo plateado, Dailly piensa en los comienzos caóticos, planteados desde las gradas del estadio: “Es la mayor locura que he hecho en mi vida. No tenía estadio, no había jugadores, ningún logotipo, sólo un registro. Había una posibilidad en un millón de ser exitoso. La semana que viene empieza la venta de abonos para la temporada 2015/2016 en Sippelberg, donde crecí. Llegamos a 700-800 seguidores, nuevos y viejos, de todas las edades, familias, también políticos y figuras conocidas del futbol. Vendimos entre 300 y 400 abonos. Los políticos se han dado cuenta de la locura que había, comenzaron a apoyarnos y nos permitirán jugar aquí en el estadio”. Unos meses más tarde, el primer partido en casa atrajo a 4,500 espectadores, una señal de que “el club es un motivo de orgullo para el pueblo de Molenbeek, una manera de hablar de la ciudad de forms positiva después de los ataques”.
En el plano deportivo, el RWDM se apoyó de un excelente centro de formación, después de que Johan Boskamp asumiera el cargo en los años 90. En el equipo campeón amateur de la D3 de esta temporada hay varios nacidos en Molenbeek como Anthony Cabeke Nico Vanderhaegen o Anthony Rivituso, todos ellos formados en el club. Thierry Dailly quiere darle una responsabilidad social al RWDM en la ciudad. De los 450 jóvenes inscritos en la academia, Dailly está encantado de contar con 160 niñas: “¿Las niñas juegan en Molenbeek, esto demuestra una vez más que la ley de los idiotas que quieren encerrar a las mujeres en sus cuartos no aplica. Esto demuestra que los jóvenes tienen un enorme respeto, sentido de disciplina, y forma parte de un todo mayor”.
El club es también socio de FEDASIL, la agencia federal belga a cargo de los solicitantes
de asilo, que instalaron un centro de acogida en el Petit Château, a lo largo del canal de Molenbeek. Cada semana, los niños de este centro conviven con los jóvenes del club para una sesión: “Es importante para integrarlos. Es por eso que les damos una hora para integrarlos con nuestros hijos”, dice Thierry Dailly. Además, Cissé Sindou, uno de los propietarios del equipo campeón de este año, es un refugiado político de Costa de Marfil y él también proviene del centro Petit Château.
El año que viene, Cissé y sus compañeros de equipo jugarán en la D2 amateur con el sueño de formar parte de la Jupiler League, la primera división belga. “Un club que sobrevivió a dos quiebras es algo inusual. Y con todas estas dificultades, los aficionados siguen ahí, es increíble. ¿De dónde sacan tantas fuerzas? No sé. Esta es nuestra magia”.
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