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Los compañeros de piso de la universidad son una pesadilla

Un perro perdido, cientos de personas y una langosta.
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Ilustración por: This Is Gary 

Una vez, llegué a casa y me encontré a algunos de mis compañeros de piso desnudos y encadenados a la valla del jardín. Se les había ocurrido la feliz idea de hacer huelga en nuestro barrio lleno de familias y al final los arrestaron. Por razones prácticas, la policía los había encadenado a la valla del jardín mientras buscaban al resto de involucrados dentro de la casa. No es precisamente algo que desees encontrarte cuando llegas a casa.

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Por desgracia, si fuiste a la universidad, es muy probable que hayas tenido que vivir en un piso de estudiantes asqueroso o en una residencia con un montón de extraños. Todos son pobres y nadie sabe lo que es la higiene o la decencia humana. Lo peor es que no puedes irte de casa porque el mercado inmobiliario está tan jodido como tú. He recopilado una serie de anécdotas insólitas de compañeros de pisos, para recordarte que siempre hay alguien que pasándolo peor que tú.

Marloes, 28

Vivía en el decimotercer piso de un enorme edificio de estudiantes, al lado de un hombre al que llamábamos Gabber. Él tenía treinta y pico años, siempre estaba borracho o fumado y era un tanto raro. Una noche, que había estado de fiesta, llegué a casa con una amiga. Nos habíamos metido éxtasis y estábamos muy colocadas. Estábamos en mi habitación cuando, de pronto, vimos una humareda que entraba por debajo de la puerta. Salimos para ver qué estaba pasando y me encontré con una nube de humo tan espesa que no se podía ver nada.

La alarma de incendios saltó y todo el mundo salió al pasillo. Los bomberos recibieron el aviso y llegaron en poco tiempo.



No fue difícil descubrir dónde se había originado el fuego. El humo se filtraba por debajo de la puerta del dormitorio de Gabber, que estaba cerrada, así que pensamos: “Joder, está muerto”. Pero cuando llamamos, abrió. Nos dijo que no había ningún incendio, aunque vimos las llamas detrás de él. Cerró la puerta y todo el mundo entró en pánico. Aporreamos la puerta con insistencia, hasta que por fin abrió de nuevo. Uno de mis compañeros le dio un puñetazo para que pudiéramos entrar. Sin embargo, una vez dentro, no había ningún fuego.

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Los bomberos llegaron y se fueron, y yo llamé al vecino de abajo para contarle todo lo que había pasado. Me dijo: “Ah, me había parecido ver un colchón en llamas cayendo por la ventana”. Al final, nos enteramos de que Gabber se había quedado dormido con un cigarrillo encendido y el colchón se prendió. Como no quería que sonara la alarma, decidió tirar el colchón por la ventana desde el decimotercer piso. Era la tercera vez que provocaba un incendio en su habitación. Después, todo volvió a la normalidad, como siempre. Creo que todavía vive ahí.

Alessandra, 23

Larry the Crayfish

Foto Courtesy of Alessandra

Comparto un piso grande con tres compañeras. Hace unos meses, una encontró una langosta en la calle. Nunca sabremos si se había escapado de una pescadería o si había salido de alguna alcantarilla, pero el caso es que mi compañera decidió “salvarla”. Cuando llegué a casa, me dijo que teníamos una nueva compañera. La langosta, que ahora se llama Larry, mide 15 centímetros, tiene dos pinzas enormes y vive en un barreño de plástico en el salón.

El único problema es que se escapa todo el rato y acaba merodeando por la casa. Mi otra compañera se la encontró una vez por la noche y casi la pisa. Estaba muy alterada y tuvimos una discusión sobre si Larry debía quedarse o no. A mí me daba pena la langosta; quedárnosla no era bueno para ella y era un poco peligroso, así que sugerí dejarla en libertad en el campo. Pero mi compañera dijo que ella no podía. Ya han pasado unos meses. A veces la veo intentando abrazarla mientras que la langosta intenta agarrarla la nariz con las pinzas. Es muy raro, pero ella no quiere dejarla ir.

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María, 28

Mi compañero volvió de fiesta una noche borracho y con hambre. Lo único que tenía eran patatas congeladas para hornear. Como no quería esperar a que se precalentara el horno, decidió ponerlas en una sartén sin aceite mientras se tomaba otra copa de vodka. La pila de patatas empezó a arder y salió una llamarada que llegó hasta el techo. Lo primero que hicimos fue tirar una toalla porque es lo que siempre te explican en los vídeos de prevención de incendios, pero se quemó también.

Al final, conseguimos apagar el fuego con un cubo de agua. A mi compañero le dieron tanta pena las patatas chamuscadas que se intentó comer lo de dentro.

Kristina, 28

Mi compañera a menudo se queda encerrada en el balcón desnuda. Sale a fumar un cigarrillo, desnuda o en ropa interior, y cierra la puerta sin darse cuenta. También le sucede en invierno. Salgo de fiesta, me lo estoy pasando bien y, de repente, me llama y me dice que se ha quedado encerrada, a menos dos grados, y que si puedo ir a salvarla. Obviamente, tengo que ir. Nadie quiere que su compañera muera de frío desnuda en el balcón con un piti entre los labios. Cuando por fin llego a casa, suele estar al borde de la hipotermia y tengo que arroparla para que entre en calor. Por suerte, siempre se lleva el teléfono cuando sale a fumar.

Ati, 23

Hace dos años, mi compañero de piso decidió darme una fiesta sorpresa por mi cumpleaños. Cuando llegué a casa ya era tarde, la puerta estaba abierta y la escalera llena de vómito que llegaba hasta las paredes. Había un perro callejero corriendo por el piso, que estaba lleno de gente. Fue una sorpresa, pero no de las buenas. Había por lo menos ochenta personas dentro, a la mayoría no los había visto en mi vida. La fiesta se había ido de las manos.

Unos días más tarde, recibí un correo electrónico de mi casero. Mencionó lo del vómito y el ruido y dijo que varios vecinos nos habían denunciado. Nos multaron con 200 euros. Era una putada, pero no tanto como tener que raspar el vómito de las paredes y limpiar los condones usados del suelo después de una fiesta que yo no había pedido.