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Operación Triunfo

'OT' vuelve con nervios, gallos y mucha vergüenza ajena

El estreno de 'Operación Triunfo' dejó muchos momentos ridículos, muchos errores técnicos y, sobre todo, la sensación de que estamos más cerca de un remake deslucido que de una revitalización absoluta del formato.
Roberto Leal, nuevo presentador de OT. Todas las imágenes propiedad de RTVE.

El mayor drama de las cenas de reunión de viejos alumnos no es que la mayoría de invitados estén más gordos, calvos, dejados y hartos de la vida. Seguramente lo peor de estas regresiones al pasado es la sensación de que ya nada es como antes, ese intento fallido y frustrado de recrear momentos que tienes bien ubicados en la memoria y que un remake a destiempo, nervioso y torpón puede llegar a convertir en un pequeño suplicio del que quieres huir cuanto antes.

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Ayer por la noche el estreno de una nueva edición de Operación Triunfo dibujó una escena muy parecida. La enorme emoción de los fans del formato ante una nueva oportunidad de revivir su programa fetiche acabó derivando en una pequeña pesadilla de voces desafinadas, gallos, letras olvidadas, descoordinación, problemas de sonido y cierto regusto a quiero y no puedo que convirtió Twitter en un bufé libre del choteo y la sorna.

En apenas una hora muchos fans habían pasado de una excitación nostálgica de vértigo a miradas de extrañeza y contrariedad, como si aquello no fuera lo que habían estado pidiendo. Y se generaron situaciones curiosas: por ejemplo, que muchos seguidores de OT de repente hubieran olvidado por arte de magia que aquella primera gala de la primera edición también fue un desastre vocal de dimensiones atómicas. O que también se produjeron considerables fallos desde la mesa de sonido o el control de iluminación.


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De hecho, las grandes dudas que plantea esta nueva edición del programa no tienen que ver con aspectos técnicos y formales. Y eso que a mí la gala de ayer no me gustó un pelo: el resultado final estuvo lejos, muy lejos, de la espectacularidad televisiva que se le presuponía a una apuesta de estas características, las voces se escuchaban mal, los concursantes difícilmente podrían haber cantado peor, hubiera preferido una iluminación más sutil, los estilismos me siguen pareciendo caducos y horteras y al presentador, Roberto Leal, le falta chispa y, sobre todo, creerse un poco más el formato.

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Pero todo esto es susceptible de ser mejorado y subsanado en noches posteriores. Los nervios, la inquietud y los errores humanos tienen solución. Lo que a mi modo de ver genera más interrogantes es el concepto: en su intento por salvaguardar la esencia original de OT, por ser noble con esa nostalgia que ha mitificado la primera edición, el programa ha renunciado a modernizar y darle una vuelta al formato. Han querido mantenerse tan cercanos al original que les ha salido una fotocopia sin alma ni margen para la sorpresa y el impacto. No es un OT fiel a 2017 y los tiempos que corren, sino más bien es un OT fiel al primer OT con la fecha cambiada.

Personalmente creo que lo peor de este nuevo OT es que intenta hacernos creer que no ha pasado nada en todo este tiempo. Pero en los veinte años que separan la primera edición de la nueva la industria musical ha desaparecido por completo, los talent shows se han multiplicado como setas, la proliferación de nuevas voces ha saturado al espectador, los mecanismos de promoción y difusión han cambiado de manera drástica y las ilusiones y pretensiones de los aspirantes poco o nada tienen que ver con las de entonces: un ejemplo muy sintomático lo vimos ayer cuando Mario, uno de los participantes, le vino a decir a Roberto Leal que su sueño es ser presentador de televisión.

Joao y Mimi a punto de saber quién era el elegido para entrar en la academia

Y claro, en todo lo que tiene que ver con emoción, excitación y garra, que es sobre lo que se sustenta el recuerdo y el impulso de los fans más motivados, la comparativa con el original tiene las de perder. Lo de ayer parecía un remake frío de aquel debut, una recreación sin personalidad propia ni argumentos novedosos que parece confiarlo todo al sentimiento nostálgico de los fans. Las únicas novedades fueron los cambios de cromos en el jurado, el profesorado o el presentador; todo lo demás se limita a revisar las bases del original.

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Más allá del formato, los ingredientes del mismo tampoco invitan al optimismo desmesurado. El jurado, una pieza clave en su etapa en Telecinco, de momento plantea algunas dudas. Sobre todo porque si en la primera noche todos tenemos más o menos claro que Joe Pérez-Orive es un sucedáneo de Risto Mejide, entonces es comprensible que se enciendan todas las alarmas: ¿era necesario repetir el perfil? Asignado el papel de malo a los cinco minutos de intervención, veremos si Pérez-Orive no acaba siendo víctima del personaje y de las comparaciones.

A Roberto Leal habrá que darle tiempo, pero también habrá que exigirle algo más de fuerza e intención televisiva: en su primera gala muchas veces no sabías si estaba presentando a los concursantes de la gran apuesta televisiva de TVE de esta temporada o si estaba presentando a alguno de los protagonistas del reportaje del día de "España Directo". Es esa chispa e implicación que sí tiene Noemí Galera cuando habla de la Academia y de sus cantantes: ante la decepción indisimulable de lo que aconteció en plató, se espera que sea la acción en la Academia lo que consiga darle nuevos aires y dinámicas al formato.

El jurado de esta edición

Y por último falta saber cómo responderá el cásting. El programa se ha lanzado en carpa a buscar un perfil millennial que atrape al público joven y consiga inyectarle al formato esa vitalidad y sentido de actualidad que no tiene la estructura del mismo. Pero a tenor de lo que vimos, escuchamos y sufrimos ayer, parece que en el empeño por dar con cantantes capaces de funcionar bien en pantalla se le ha restado trascendencia e importancia a su talento musical y vocal.

Ayer era realmente complicado no sentir vergüenza ajena al escuchar según qué gallos, según qué tonos o según qué movimientos encima del escenario. Y aún más complicado resulta pensar que en tres meses de plazo esta falta de talento y aptitudes puedan revertirse con unas cuantas clases teóricas y prácticas. Ahora en serio: ¿alguien ayer atisbó alguna futura estrella de la música?

De hecho, mejor que así sea: a mí la idea de un OT a la contra, repleto de vocalistas nerviosos y tuercebotas, incapaces de cantar en condiciones una pieza de dos minutos, condenados al fracaso incluso antes de salir de la Academia, me tienta mucho más que un OT que se tome muy en serio a sí mismo desde el punto de vista artístico y se pegue la hostia de su vida. Y porque la idea de trolear a Eurovisión con algún vocalista de esta edición es infinitamente más sugerente que la de encontrar a una hipotética nueva estrella del pop español que no llegue al tercer disco.