Uno de los instrumentos de opresión más poderoso que tiene el patriarcado es la hegemonía corporal: el establecimiento de qué cuerpos son mejores, cuáles son más dignos, cuáles merecen mejor cuidado y atención médica, o sea, el decreto de los cuerpos que sí importan.
Todas las sociedades renuevan continuamente sus valores y percepciones para afirmar su identidad colectiva; por eso la convención de los cuerpos ha cambiado a lo largo del tiempo, pero curiosamente, siempre perdura y se reproduce como una forma de opresión femenina y para la satisfacción de la visión masculina.
Actualmente, la hegemonía occidental de los cuerpos es sostenida, entre otras cosas, gracias a las formas mercantiles de salud, belleza y moda esparcida por los medios de comunicación masiva y los productos culturales que definen el consumo de identidades y sexualidades estéticas.
Así que lo deseable y aceptable, la norma, son los cuerpos blancos, delgados, sin vello, sin marcas… Estos son los cuerpos “hermosos”, y todo lo que no encaja dentro de estas características es feo. Todo bien hasta aquí, nadie tiene la obligación de tener un cuerpo hermoso, el problema está en que estos cuerpos son discriminados, maltratados y abusados sólo por ser “feos” y, a todo cuerpo le corresponde una persona que está siendo marginalizada de la misma forma.
El movimiento Body Positive intenta reflexionar críticamente acerca de cómo nos relacionamos con nuestro cuerpo en la sociedad y cómo hacer esa experiencia más placentera para una misma y las demás personas. En teoría y, como su nombre lo indica, es positivo: todos los cuerpos son positivos. Pero gran parte de la praxis contemporánea sólo se ha dedicado a crear y aceptar “nuevas identidades” que también pueden ser “las correctas” mientras otros cuerpos continúan siendo oprimidos.
La nueva visión del Body Positive es igual de tóxica que el mensaje continuo de la delgadez. Analicemos el problema que genera y cómo podríamos mejorarlo.