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cerveza

En defensa de la cerveza en vaso de tubo

Birra así, SIEMPRE.
Fotos por el autor

Pequeños detalles insignificantes de nuestro día a día pueden ocultar idiosincrasias detestables y demenciales, como esperar que sea otro vecino el que recoja ese panfleto del Lidl que cayó al suelo de la portería hace varios días; no se sabe muy bien cómo llegó ahí, por lo que nadie es culpable del mancillamiento higiénico y estético que genera en el espacio compartido de la entrada de la vivienda.

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Creyéndonos adalides de lo moralmente correcto —en lo político y lo social— nos ofendemos profundamente cuando, en un bar sin ínfulas de querer seguir con el apestoso rastro de la contemporaneidad estética, nos sirven la cerveza que hemos pedido en un vaso de tubo.

Con una decepción y ofensa desmedida, este acto es tachado como algo incómodo e incluso cutre, interpretándose como un puente directo hacia los últimos años de la dictadura, a esas barras de bar de aluminio frecuentadas por hombres de camisa abierta y cruces de cristo en el cuello (cierta imagen de “lo auténtico” que también ha sido reivindicada por un sector de la modernidad del vermuteo).

Este vaso popularizado sobre todo durante los años ochenta y noventa en discotecas de todo el país, sí que peca de poca practicidad a la hora de albergar los cubatas de toda la vida: la forma alta y estrecha dificulta la mezcla del licor con el refresco si no se fuerza con un agitador; con el hielo, la mezcla no cabe en el vaso y siempre queda esa botellita de refresco medio vacía al lado del cubata; la mezcla no puede olerse porque la nariz queda fuera del recipiente y finalmente, como todos sabemos, el hielo hace eso de golpear fuertemente la cara del bebedor, cosa que puede resultar incómoda. Todo esto hace que este vaso —parecido pero no igual a los vasos tipo Collins (más anchos)— no sea de los preferidos de los cocteleros.

El vaso de cubata es también una forma de despreocuparse por las excesivas manías en todo esto del beber y el dejarse beber

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Aun así, esto no significa, en ningún momento, que sea un compañero indecente para la cerveza, pues en este caso no existe mezcla, el tamaño es ideal y, por supuesto, no se utiliza hielo.

La política en contra de estos vasos afecta directamente a los propietarios y camareros de los locales. Para ellos es un recipiente fácil de almacenar —ocupa poco— y pueden acumularse muchos modelos en el lavavajillas; su practicidad para el trabajador es indudable. Por otra parte, los bonitos vasos de sidra —más anchos y bajos— en los que últimamente se sirven los cubatas, no son ni tan manejables ni tan almacenables.

Y aquí está el tema, en el caso de la cerveza, por un mero tema estético, estamos imponiendo costumbres perjudiciales para los camareros, siempre creyendo que las excentricidades del cliente están por encima de toda problemática causada al trabajador. El vaso de tubo, innegablemente popular —de barra de bar, de discoteca, de cubata barato—, es un arma de lucha contra esa cultura tan extendida (gracias a plataformas como Glovo, Deliveroo, Uber, Cabify y todo eso) de la falsa sensación de caciquismo servil que los clientes parecen exigir tanto. El pagar por el derecho a vivir una experiencia pura y temporal de servilismo, de tener un criado durante un corto período de tiempo al que se le puedan ordenar pequeñas tareas que el cliente considera que no son dignas de su esfuerzo. Distintos estratos sociales temporales dentro de una misma clase social (la trabajadora), una espiral infinita de servidumbre y explotación, pues luego este cliente pasará a ser el trabajador al que se le exigirá un servilismo.

El tubo significa salirse de la norma común, abrazar posibilidades distintas y, sobre todo, es una puerta abierta a la aventura

El vaso de cubata es también una forma de despreocuparse por las excesivas manías en todo esto del beber y el dejarse beber, de esa hipertrofiada visión que tiene la cultura de la coctelería sobre el simple hecho de remojar el gaznate, repleta de adjetivos pomposos y anhelos románticos. El tubo significa reivindicar la sencillez en el acto de tomarse una cerveza.

La imagen mental que tenemos de esta bebida —esa copa fría, coronada con espuma y con gotitas de agua condensadas— ha sido impostada por la publicidad de marcas de cerveza en los medios. El vaso de cubata es un acto revolucionario porque rompe con los esquemas de cómo tendría que ser y representarse ese ideal de cerveza en el imaginario consumista. De una copa sana con una panza llena que deja entrever el producto de un fuerte color ámbar —la cerveza—, a un vaso alto y fino que casi hace transparente el género. El vaso no debería ser una marquesina publicitaria, no debería estar hecho para mostrar y vender.

El tubo significa salirse de la norma común, abrazar posibilidades distintas y, sobre todo, es una puerta abierta a la aventura: uno no puede ofenderse cuando le sirven una cerveza en un vaso largo, es lo inesperado, el reto de aceptar algo que ha puesto el azar delante de ti —una imagen de una birra que se encuentra a las antípodas de como te la han ofrecido las marcas—. Una nueva imagen que ninguna empresa de marketing, ni ningún banner ni ningún escaparate te ha vendido. Es algo que, simplemente, ha sucedido.