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Identidad

De qué hablamos cuando hablamos de perder la virginidad

Durante siglos, la gente ha estado obsesionada con las historias sobre la pérdida de la virginidad. Hablamos con una experta sobre por qué esto es así y sobre cómo están cambiando las tradicionales historias sobre desvirgamiento.
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Aunque planificar mentalmente tu primer polvo es algo normal, también es algo en cierto modo inútil: según quienes han estudiado la pérdida de la virginidad a lo largo de la historia, perderla ―tanto si eres una dama victoriana como una revolucionaria sexual de los setenta― es casi siempre una decepción.

El problema, según Jodi McAlister, catedrática en la Universidad de Tasmania cuyo ensayo recientemente publicado trata de la evolución a lo largo del tiempo del género "confesional de pérdida de la virginidad", es que tendemos a pensar en el amor como un prerrequisito indispensable para la primera vez que tenemos sexo cuando en realidad es un espejismo. "El amor ha sustituido al matrimonio como la excusa que necesitamos para tener sexo, pero no existe ningún certificado que firmes y diga 'Sí, existe amor en esta relación, así que eso definitivamente cuenta'. Montones de historias femeninas siguen el patrón de pensar que amabas a alguien que al final resultó no ser la persona adecuada, o no la conociste en el momento adecuado".

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Un reciente estudio realizado entre 364 estudiantes universitarias respalda las afirmaciones de McAlister. Investigadores de la Universidad de Hanover descubrieron que las mujeres experimentan más culpa sexual que los hombres, especialmente las que se han criado en un entorno religioso. "Esto implica que la sociedad sigue instilando sentimiento de culpa en las mujeres", explica el estudio.

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Los hombres, por otra parte, tienen muchas más probabilidades de hablar de su primera vez en términos positivos, hayan sido desvirgados por una persona con quien compartían una conexión genuina o no, según McAlister. "En el caso de los hombres, no parece importar si estaban enamorados de la primera o no", afirma McAlister. También hay pruebas que permiten creer que los hombres mienten acerca de su primera vez, indica McAlister, "presumiendo de haber tenido su primera relación sexual con una estrella del porno cuando tenían 14 años, por ejemplo".

McAlister desgranó más de 600 narraciones sobre pérdida de la virginidad a lo largo de la historia para tratar de comprender cómo y por qué contamos historias sobre la primera vez que nos acostamos con alguien. Algunos de estos relatos son desgarradores; a principios del siglo XX, las historias de pérdida de la virginidad solían ser tirando a gore, con "hombres embrutecidos chillando y sangre por todas partes", afirma McAlister. "Las mujeres, casi universalmente, hablaban de lo violento que resultaba y, como era una época en la que virtualmente se carecía de educación sexual adecuada, aquellas mujeres no tenían ni idea de qué podían esperar".

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Según algunos libros medievales y victorianos, no se pensaba que la virginidad fuera completamente física, sino también espiritual

En parte puede culparse a los panfletos y los libros victorianos de los horrores que soportaron las mujeres. Aquellos textos trataban de preparar a las mujeres para su noche de bodas haciendo que estuvieran incluso más paranoicas y confusas sobre sus cuerpos de lo que ya estaban. Por ejemplo, según el libro escrito en 1897 por Karl Heinzen The Rights of Women and Their Sexual Relations ("Los derechos de las mujeres y sus relaciones sexuales"), las mujeres no debían sentirse demasiado cómodas en su piel antes de su estreno sexual, porque nada vuelve más locos a los hombres que ver que la mujer siente reparo y vergüenza:

"Esta 'vergüenza' es… una consecuencia natural del afecto emocional al entrar en una nueva vida… no tiene nada que ver con la conciencia o el miedo de ver desvelarse algo indecoroso, sino que es un ornamento de las mujeres y su ausencia es prueba de estupidez y ordinariez", escribe Heinzen.

Los denominados "expertos" también tenían ideas peculiares sobre lo que significaba permanecer virgen hasta aquella aciaga noche de bodas. Según algunos libros medievales y victorianos, no se pensaba que la virginidad fuera completamente física, sino también espiritual. Podías haber permanecido completamente incólume sin que te tocara individuo alguno del sexo opuesto, pero seguir siendo considerada no virginal si habías tenido un pensamiento impuro. Una carta escrita al editor de un periódico británico en 1730 afirmaba que los libros escritos por autoras femeninas como Eliza Haywood y Delarivier Manley "arruinan más vírgenes que los carnavales o los burdeles", explica McAllister a Broadly.

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McAlister está convencida de que el lenguaje en torno a la pérdida de la virginidad, que tanta ansiedad provoca, no experimentó una transformación radical hasta la publicación en 1916 de libro de Marie Stopes llamado Married Love ("Amor en el matrimonio"). Aquella obra se unió al libro de Margaret Sangers, What Every Girl Should Know ("Lo que toda chica debería saber"), publicado en 1916, en la lucha contra las normas victorianas, pues afirmaban que las mujeres podían disfrutar de sus propios impulsos sexuales.

Otro cambio se produjo durante la revolución sexual, cuando las mujeres que se habían sentido reprimidas por la sociedad se rebelaron hablando más abiertamente sobre sus devaneos sexuales. McAlister escogió centrarse en un fenómeno relativamente más reciente: los libros sobre la primera relación sexual escritos en la década de 1990. Algunos de estos libros son didácticos y emparejan historias sobre la pérdida de la virginidad con epílogos escritos por expertos en sexo. Pero conforme se ha ido desarrollando el género, afirma McAlister, las historias sobre la pérdida de la virginidad se han alejado del tono moralizante y se han convertido en obras de interés antropológico.

Existe también una auténtica sensación de fascinación, porque esto era algo de lo que no podíamos hablar antes pero ahora sí

"La gente sigue queriendo saber cómo pierden la virginidad otras personas para poder preguntarse cosas como '¿Lo hice bien?', o '¿Soy normal?', pero también existe una auténtica sensación de fascinación, porque esto era algo de lo que no podíamos hablar antes pero ahora sí", afirma.

Eso no significa que ahora mismo estemos completamente iluminados en lo que al tema sexual se refiere, por supuesto. Incluso los consejos que se ofrecen en revistas para adolescentes giran más en torno a ayudar a las adolescentes a asumir la confusión de su primera vez que a ofrecer consejos sólidos sobre cómo evitar sentirse avergonzadas o cohibidas después. Quizá eso se deba a que hay muy pocas formas de evitar teñir todo el evento de una especie de importancia forzada: la primera vez de cualquier cosa con frecuencia da la sensación de ser todo un acontecimiento, como si fuera a predecir el éxito de todos los encuentros futuros.

McAlister afirma que el modo en que describimos mentalmente nuestras experiencias sexuales tiene un enorme efecto en la cantidad de culpa o vergüenza que sentimos después. Ella distingue tres niveles de "descripción sexual" que empleamos para narrar nuestras experiencias sexuales: el nivel cultural, o narrativa dominante; el nivel interpersonal, o narrativa que aprendemos de los amigos y la gente que nos rodea; y el nivel intrapsíquico, o nuestras propias fantasías personales. Y lo que cada uno elige priorizar depende completamente de él o ella.

"En las historias pasivas, la descripción cultural se convierte la narrativa por defecto y desemboca en toda una avalancha de vergüenza", indica McAlister. "En cambio, en las historias activas, el nivel intrapsíquico juega un papel más destacado y las cosas tienden a ir bien".