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Identidad

Sexo, mentiras y titulares: los secretos de escribir para una revista de famoseo

Mis editores querían listados de ideas completas con historias salvajemente variadas sobre un círculo muy pequeño de celebridades y les daba igual cuál fuera la fuente, o si no había ninguna fuente en absoluto.
Illustration by Zing Tsjeng

Como tantas otras historias, esta comienza con un cliché: siempre había soñado con trabajar en una revista. Cuando era adolescente, el día más importante de la semana era el miércoles, porque era cuando compraba la revista ¡Qué me dices! de camino al colegio. La leía con tanta intensidad que tenía la sensación de formar parte de su universo. La forma de escribir era tan divertida, las historias tan inverosímiles y el mundo del que se ocupaba estaba tan alejado del mundo en que yo vivía que sabía que aquel era el único camino para mí.

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Cuando finalmente me adentré en el perverso gran mundo del periodismo profesional, las revistas estaban de capa caída, así como la industria en general, pero aunque quizá las revistas sobre famosos que en su día devoraba habían perdido su lustre, seguía pareciéndome que podría ser divertido escribir para ellas.

Empecé a trabajar en una revista semanal centrada en los famosos con la esperanza de escribir sobre frívolos cotilleos y hacer entrevistas estúpidas, pero me encontré sumida en medio de un interminable ciclo de "no-artículos" embellecidos, el mismo ciclo que critica Jennifer Aniston en la carta abierta que escribió para el Huffington Post. En ese artículo habla sobre el asco que le produce la constante especulación en torno a su vida amorosa, qué se cuece en su útero y cuántos kilos pesa. Durante medio año, yo formé parte de esta industria de la especulación.

No puedo decir que estuviera orgullosa del producto resultante, pero no me importaba porque para eso me pagaban

Cuando me asignaron mi primer artículo durante mi primera semana allí me sentí más que emocionada, pero fue una gran sorpresa cuando me di cuenta de que los artículos no se encargaban en función de las cosas sobre las que merecía la pena escribir… o incluso sobre algo que fuera verdad. Aniston (junto con un pequeño puñado de otras famosas como Beyoncé o Kim Kardashian) acaba saliendo constantemente en las portadas de las revistas porque vende ejemplares, es así de sencillo. En consecuencia, mis editores querían listados de ideas completas con historias salvajemente variadas sobre un círculo muy pequeño de celebridades y les daba igual cuál fuera la fuente, o si no había ninguna fuente en absoluto.

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Aquella semana me vi escribiendo un artículo sobre Victoria Beckham casi como si fuera ficción, haciendo ocasionales pausas para destrozar citas de entrevistas que ella o su marido habían concedido en los últimos 18 meses y a continuación salpicándolas con detalles que un editor sénior me había enviado por mail sobre la vida en "chez Beckham". No puedo decir que estuviera orgullosa del producto resultante, pero no me importaba porque para eso me pagaban. Nadie más parecía cuestionarse aquello. Los profesionales tenemos que hacer cualquier cosa, pensé.

Gracias a los siempre menguantes presupuestos, no había dinero con el que enviar reporteros a las fiestas para que se ganaran la confianza de las celebridades, de sus agentes y de sus amigos, así que realizaba mis investigaciones por internet. Los cotilleos a menudo los sacaba de mails enviados por agencias de medios de comunicación, que también incluían citas de las fuentes. Tenían una red de contactos y enviaban todos los días un mail con resúmenes de lo que sus "confidentes" les habían cantado. Algunos eran entrenadores personales o amigos de verdad, pero con mucha mayor frecuencia era alguien que trabajó una vez en una película con la celebridad en cuestión, haciendo de extra.

De pronto me vi confiando en citas absolutamente poco fiables como si fueran el evangelio. Escribía a las agencias para pedirles citas adicionales, que a veces me llegaban con sospechosa rapidez. En ocasiones ―no siempre, pero ocasionalmente sí― daba la sensación de que alguien se las acababa de inventar en ese mismo momento. En el artículo, las citas se disfrazaban como procedentes de "un amigo cercano a la estrella". Entonces yo pagaba religiosamente a la agencia o al chivato de turno hasta 580 €.

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Las reuniones editoriales me resultaban intimidantes al principio, pero rápidamente me acostumbré a la locura surrealista de aquellas reuniones en las que todo vivía o moría según el capricho de unos cuantos editores que parecían agotados. Las ideas ―incluso las ideas que habían sido minuciosamente investigadas para historias que eran verdad― se rechazaban con un vago "mmm… no lo veo" o con un más grosero "es que literalmente no entiendo de qué me estás hablando, ¿has hecho alguna investigación?". Los miembros del personal lloraban rutinariamente después de aquellas reuniones.

Rápidamente aprendí cuáles eran los vacíos legales para poder dar a entender lo que te diera la gana sin meterte en problemas

Después de que la mayoría de tus ideas hubieran sido atacadas ferozmente, el equipo de fotografía presentaba las fotos más recientes hechas por los paparazzi y los últimos posts de las celebridades en Instagram. Una vez que los editores habían decidido que mierda de tema querían, tenías que confeccionar tu artículo para que se ajustara a lo que sea que quisiera tu jefe. De forma muy parecida a como sucedió con los supuestos rumores del embarazo de Aniston, de pronto la foto de una celebridad en bikini que usaba la talla 34 pero que aparecía ligeramente hinchada era recibida con ideas para hacer un artículo sobre la alegría de esperar un bebé. "¡Está embarazada seguro!", cacareaban los editores (pero no lo estaba). O una foto de alguien con el ceño algo fruncido se acompañaba con un artículo en que se explicaba lo mal que iba su romance. "¡No puede faltar mucho para que rompan!", decían los editores (como siempre, se equivocaban).

En medio de este ambiente, rápidamente aprendí cuáles eran los vacíos legales para poder dar a entender lo que te diera la gana sin meterte en problemas. Es decir, siendo sincera, la principal habilidad que aprendí. Nos dijeron ―quizá erradamente― que bajo la legislación inglesa (la revista tenía su sede en Londres) las publicaciones podían utilizar comillas simples incluso aunque la celebridad en cuestión nunca hubiera pronunciado esa frase. Pensad en todos esos titulares rollo 'Por qué no puedo esperar a tener mi tercer hijo', por ejemplo. Solo nos adentrábamos en territorio de dudosa legalidad si la afirmación se ponía entre comillas dobles, aunque el lector medio jamás sería capaz de distinguir entre los dos tipos. Nuestros editores podían hacer que un famoso dijera prácticamente cualquier cosa en la portada de una revista británica.

Inicialmente nada de esto me molestaba. Forma parte del juego al que juegan las celebridades y algunas de ellas son muy buenas a la hora de mantener su vida personal en privado y demostrar que sí es posible. Ni siquiera me molestaba que mi equipo no me pidiera ni una vez que contrastara ningún hecho con nadie que quizá pudiera poseer auténtica información real. Pero después de algunos meses mecanografiando aquellos dementes "no-artículos", lo que empezó a molestarme fue el tono de falsa preocupación ―incluso de falso feminismo― que estaba tomando la publicación. Para mí aquello era una puta mierda y fue entonces cuando empecé a sentirme incómoda con el trabajo que estaba haciendo.

El trabajo se me daba fatal y lo dejé después de unos seis meses escribiendo aquellos artículos. Mis editores no eran muy de ofrecer feedback, porque andaban siempre muy ocupados con los plazos de entrega y las páginas que debían llenar, pero en el fondo de mi corazón yo ya sabía que no era en este trabajo donde se encontraban mis puntos fuertes. Ahora escribo otros artículos para otra gente y puedo asegurar que en ningún lugar donde he trabajado desde entonces se ha confiado en un material tan dudoso ni se ha escrito con un tono tan condescendiente sobre los protagonistas de las historias. La "pobre Jennifer Aniston" tiene razón con respecto al ridículo ciclo que suponen las noticias sobre famosos, pero no son solo los famosos los que sufren. Párate un momento a pensar en las personas que escriben esta mierda. Todos somos engranajes de la misma máquina, solo que algunos somos más pequeños e insignificantes que otros.