El álbum de las fotos ‘invisibles’ de los emigrantes españoles en EE.UU.

Luis Argeo y James D. Fernández, asturiano y estadounidense, tienen en común que en sus álbumes familiares había fotos de gente que «hizo las Américas» en los primeros años del siglo XX. Esto activó su necesidad de buscar más, profundizar en la vida de aquellos viajeros y descubrir (a través de las imágenes) cómo fue su existencia a miles de kilómetros de donde habían nacido. Así surge un gran proyecto de investigación que ellos llaman Ni frailes ni conquistadores: Spanish Immigrants in the US.

«Está formado por todo nuestro trabajo de campo: entrevistas, rescate de documentos, creación de películas documentales, exposiciones, libros…. La idea final es constituir un gran archivo online y ponerlo a disposición de todo el mundo. Así que si nos queréis ayudar en este asunto, podéis entrar en la web del libro Invisible Immigrants, dice James.

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Es una obra ambiciosa que pretende hacer ‘visibles’ fotografías que con el paso del tiempo se habían vuelto invisibles. Además, alrededor de la búsqueda, se ha creado una gran red de contactos que está poniendo en conexión a los descendientes de aquellos pioneros.

VICE: Decís que el libro es un álbum colectivo de la gran familia de emigrantes españoles en Estados Unidos hace cien años… me parece una idea preciosa. ¿Cómo llegáis hasta ella?

Luis Argeo: En los álbumes familiares de la familia de James, como en los de la mía, hemos visto fotos y documentos de la época que estamos estudiando. Fotos de gente que hizo las Américas. Supongo que ese es el origen de todo… De lo privado, familiar, saltamos a lo colectivo cuando vimos que a través de pequeñas historias se podía mostrar y entender el capítulo de la emigración española a los Estados Unidos. Y esas pequeñas historias aguardaban a la vuelta de la esquina, escondidas en álbumes de fotos, baúles y recuerdos de gente mayor. En mi caso, vi que casi todos mis amigos de la infancia, vecinos, conocidos de la comarca donde crecí tenían antepasados que habían emigrado a Virginia Occidental o San Luis, Misuri, sitios industriales. Fue solo cuestión de organizar nuestras agendas y ponernos a trabajar juntos.

James D. Fernández: Es curioso; hemos aprendido que, en realidad, casi todos los álbumes fotográficos de los descendientes de españoles en EE.UU. son, en sus orígenes, colectivos; es sólo con la dispersión de la comunidad y la asimilación de los hijos y nietos, que esos álbumes se vuelven estrictamente familiares, y de alguna manera ‘privatizados’. Pasa mucho que cuando algún nieto o bisnieto nos enseña una foto de grupo con treinta o cuarenta españoles, repasa con el dedo el mar de caras, para detenerse sobre una pareja y decirnos, como si en la identificación estuviera agotando el significado de la imagen: «Estos son mis abuelos». Muchas veces no tienen mucha idea de quiénes son los demás o por qué se retrataron juntos. Con el libro -y con nuestra página de Facebook- de alguna manera estamos devolviendo estas fotos privatizadas al aire público de la historia. Mucha gente está descubriendo fotos de sus familiares en los archivos fotográficos de ‘extraños’ y desconocidos…

Habladnos del proceso de documentación, ¿cómo se consiguen 7.000 fotos?

L. A.: Con un par de escáneres portátiles y algunos discos de almacenamiento. Llevamos años haciendo viajes, en Estados Unidos, también en España, yendo por casas de informantes, haciendo entrevistas a descendientes de aquellos valientes, documentando nuestros encuentros con los veteranos de los principales enclaves de emigrantes españoles… Una familia nos lleva a otra; un enclave a otro enclave. Nos falta mucho por hacer, todavía.

¿Os han contactado los descendientes de la gente que aparece en estas fotos?

L. A.: Varios se han emocionado al ver a sus padres, o parientes, incluidos en un libro. Lo más agradable de este trabajo, y lo venimos notando últimamente con más y más frecuencia, es que vamos creando una comunidad virtual (vía Facebook) de descendientes de emigrantes que ya interaccionan sin nuestra mediación, que quedan, conversan, incluso organizan encuentros y viajes para intercambiar experiencias, recuerdos, documentos.

Se ha creado una especie de red de descendientes de emigrantes, ¿no?

L. A.: Exacto

J. D. F.: Sí, se va creando, poco a poco. Las redes sociales sobre todo permiten la reintegración de comunidades y de historias dispersadas por la movilidad y la asimilación. Nosotros inauguramos nuestra página de Facebook hace dos años, pensando que iba a ser un escaparate donde podríamos ir exhibiendo nuestros hallazgos; tardamos poco en darnos cuenta de que más que un escaparate, la página es una especie de Plaza Mayor, un lugar de tráfico, de encuentros. Hemos conocido a algunos de nuestros informantes más valiosos gracias a esta red social. Muy pronto, la cifra de nuestros seguidores alcanzará 6,000. Y como dice Luis, no todo se queda en lo virtual; hay cada vez más reuniones familiares, contactos entre los distintos enclaves que antes sobrevivían en aislamiento, etc.

Algunas son fotos hechas por profesionales en estudio, pero otras son domésticas y creo que habéis descubierto a algún fotógrafo amateur realmente interesante.

L. A.: En realidad, la gran mayoría de fotos del libro fueron tomadas por fotógrafos profesionales anónimos, y no tan anónimos (Paul Pérez firma las copias sobre el positivo). No todas son fotos de estudio, pero detrás de las cámaras se puede intuir siempre alguien con claras nociones y mucha maña fotográfica. Se nota en la forma de posar, rigurosa, elegante, dirigida por profesionales que conocían el valor de un buen retrato. Con el paso del tiempo, ya en los años 30, la fotografía se populariza, las cámaras son más baratas y manejables, y ya vemos que forman parte de las excursiones, picnics, días de playa o bailes a los que acuden los jóvenes españoles en Nueva York, California, Florida, Ohio… A mediados de los 40, hacerse fotos ya resulta un acto cotidiano en estas familias de emigrantes.

Cuando le planteé el reportaje a Luis hablamos de dar visibilidad a fotografías invisibles…

J. D. F.: Sí; como decíamos antes, privatizar una fotografía -guardarla en un álbum o en una caja de zapatos en un desván- es, de alguna manera, volver invisible esa foto. Convertir imágenes que documentan la historia de una comunidad en reliquias personales, donde lo único que importa es poder identificar a los abuelos, es volver invisibles a las demás caras de la foto de grupo. No documentar las claves interpretativas de una fotos mientras viven los poseedores de esas claves –¿dónde, quiénes, cuándo, por qué?– es otra forma de garantizar su invisibilidad –su ilegibilidad– más o menos inmediata. En Estados Unidos, es muy común ver el triste espectáculo de fotos familiares a la venta en los mercados de pulga o las «yard sales». Esos mercadillos –o, peor, el vertedero de basura– constituyen el destino de fotos que se han vuelto invisibles, por muy a la vista que estén.

Qué os ha movido a cada uno a meteros en esto, ¿qué motivaciones personales teníais?

L. A.: Siempre hemos creído que es una historia digna de ser conocida, y que si no la rescatábamos correría el riesgo de desaparecer. Nuestros informantes están entrando en edades avanzadas, lo que nos hace trabajar contrarreloj. En la España institucional de hoy, esa que promueve eslóganes y marcas, a nadie parece importarle este capítulo histórico protagonizado por obreros y campesinos que además, en su gran mayoría, se posicionaron frente al fascismo en tiempos de guerra en España. Todo eso me motiva para dar el siguiente paso, el siguiente viaje, película, libro…