Adiós a la brillante y afortunada carrera de Paul Pierce

El domingo en Los Ángeles, Paul Pierce disputó el último partido de su carrera con seis puntos, tres rebotes, una asistencia y un robo en la pesadilla del Juego 7 de los Clippers ante el Jazz de Utah. Pierce es un sólido candidato para ingresar al Salón de la Fama: es dueño de la posición 15 en puntos anotados, cuarto en triples, 21 en robos de balón, y junto con Dirk Nowitzki, Jason Terry, y Ray Allen es uno de los jugadores cruciales que cerró la brecha entre la era de Jordan del juego físico de media distancia y el estilo más moderno, espacioso de triples de la actual NBA.

La despedida fue digan de alguien como Pierce, a pesar de que su equipo no le ayudó mucho mientras él se partía el alma subiendo y bajando sobre la duela.

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Pero su carrera además de ser exitosa estuvo marcada por sus múltiples encantos. Por ejemplo, recordemos el tapón de Pierce en el Juego 7 sobre Kyle Lowry en la serie de los Nets contra los malditos Raptors de Toronto. Con un punto abajo en el marcador después de un extraño regreso, el jugador de los Raptors dejó atrás a Deron Williams e intentó encestar un tiro flotado sobre Pierce, quien como una sólida pared sólo tuvo que pararse sobre la punta de sus pies para bloquear el débil tiro del rival.

Pero la jugada, el tapón, presente para siempre en el historial de Pierce como un momento trascendental en postemporada es, a lo mucho, una muestra de aviso, una expresión universal del misterioso conocimiento del basquetbol, y en realidad algo menos importante de lo que parece. No nos dice algo sobre las habilidades de un jugador o su dominio o experiencia. Fue un producto del cansancio de Lowry que Paul aprovechó por estar en el momento preciso. Es decir, suerte.

Pero esto no resta a su constancia a lo largo de su carrera y su excelencia en más de una década.

En un universo racional, el tiro de dos puntos de larga distancia como el que Pierce ejecutó con los Wizards en los playoffs de 2015 es visto como un producto de la suerte, descrito como una coincidencia entre coincidencias. Pero Pierce declaró casualmente después del partido que había decidido terminar el juego, lo cual añade a su estatus como un jugador que aparecía en los encuentro importantes.

Ningún equipo sufrió tanto las consecuencias de las fuerzas inexplicables de Paul Pierce que los Knicks de Nueva York. Pierce vivió para atormentar a los Bockers, la franquicia de alto valor más patética de la NBA, al parecer alimentado por la energía mítica del Madison Square Garden, sin importar qué tan bueno o malo fuese el equipo. De 2001 a 2010, Paul Pierce fue la imagen que definió a los Knicks.

Si los Knicks hubiesen sido buenos, o incluso por encima del promedio, en TODO momento, Pierce seguramente no hubiese podido cosechar las recompensas psicológicas para atormentar a los fieles de los Knicks. Cuando le pregunté a Bob Silverman, escritor y fan desde la cuna de los Knicks, sobre Paul Pierce, no pudo encontrar una gota de compasión para el jugador que siempre lo atormentará: “Es difícil bailar sobre la tumba de un gran jugador, incluso cuando se trata de uno tan odiado por los fans de los Knicks como Paul Pierce, pero por mí puede llevarse su maldito estilo de juego derechito al infierno”.

La vida de Pierce en el basquetbol estuvo plagada de encantos, como aquel equipo de los Celtics Ubuntu. Pierce, Allen y Garnett, tres jugadores de la misma generación, todos innovadores en sus respectivos campos, complementarios, una máquina de puntos, espacios y trabajo a la defensiva que vivieron sus carreras batallando en equipos no tan buenos. Estos tres se atraían por el excelente timing, el trabajo en equipo, y la estúpida suerte bajo las órdenes de un entrenador que, por ninguna razón en particular, era la persona perfecta para mezclarlos y ganar un campeonato.

Incluso en dicho ambiente de colectividad, Pierce se las ingeniaba para cosechar y recoger los premios más hermosos como el MVP de la Finales, aunque Garnett haya sido un jugador superior.

Pero así funcionaba el espíritu de Pierce, desde el primer segundo que tocó un balón de basquetbol. ¿Acaso Pierce era descendiente de los dioses de la duela? ¿O fue simplemente muy afortunado?

Sin duda fue un jugador impresionante y extraño. La alusión de Silverman al juego de viejos de Pierce es bastante atinado. No era precisamente atlético, pero sí muy fuerte y poseía un repertorio de afinados instintos. Para convertirse en uno de los mejores basquetbolistas de todos los tiempos, se necesita talento, seguro, pero también mucha suerte. Pierce tuvo ambos requisitos.