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Draymond Green, el impredecible milagro de la NBA

Draymond Green es un jugador desafiante, devastador en muchos sentidos, y esencial para el equipo más dominante de la NBA en mucho tiempo. ¿Entonces por qué no podemos aceptarlo como es?
Photo by Kyle Terada-USA TODAY Sports

El triunfo central de los Golden State Warriors, en estrategia como en estilo, es que logran allanar la fluctuación en el basquetbol. Son parte de un juego que se supone solo algunos equipos pueden acceder en sus mejores momentos —el automático movimiento de balón, la posesión y los cuartos que se desarrollan con una narrativa coherente— y, además, hacen una rutina de ello. Siempre se les ve alegres, sus tiros siempre encestan, y casi siempre ganan.

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Cuando suele haber preocupaciones por un exceso de perfección, tiene una respuesta hecha en casa. Supuestamente, Draymond Green, en su diatriba durante el medio tiempo de un partido televisado a nivel nacional en contra de Oklahoma City, exclamó, "¡No soy un robot!" Sin duda fue una queja por el aspecto del sistema de Golden State en aquella noche, y además dejó bien claro que estos impecables Warriors son de carne y hueso. Por lo general Green suele desempeñar esa función. En un equipo plagado de habilidosas deidades, Green es el elemento que humaniza, el jugador convencional cuyos errores menores hacen ver a sus logros aún más grandes.

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En ocasiones los elogios para Green suelen ser de dos filos. Los Warriors no serían los mismos con alguien más en su lugar, seguro, pero él también sería peor en cualquier otro equipo. Es uno de los basquetbolistas más importantes de la NBA en la actualidad, pero dicha estima está acompañada de la advertencia que podría dejar de serlo en un período de cinco años. La admiración que provoca su habilidad para hacer funcionar la ofensiva y defensiva de Golden State nos hace preguntarnos, inevitablemente, si podría hacer lo mismo para un equipo menos afortunado en cuanto a talento.

La pregunta es irrelevante, por el momento, pero eso no la hace menos interesante. Conforme los Warriors continúan su racha, Green se vuelve algo más complejo que Steph Curry o Klay Thompson. Su lugar en los Warriors es algo parecido a una serendipia, su trayectoria como profesional un poco menos definida. Forma parte de uno de los hábitos más añejos de la fanaticada, es decir, el intento por aislar el valor de un jugador. Y aún así, resulta ser bueno y muy sobresaliente, tanto que nos hace preguntarnos si estamos perdiendo nuestro tiempo cuestionándolo.

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Cuando expresas tu opinión apasionadamente. Foto por Reinhold Matay-USA TODAY Sports

Draymond Green tiene suerte. Esto puede considerarse un insulto, pero no lo digo con esa intención. Es imposible verlo sin darse cuenta, de vez en cuando, de su inmensa fortuna por haber terminado en este equipo y con estos jugadores. En todos lados, con excepción de Oakland, Green habría sido opacado hasta cierto grado. El equipo en cuestión no sería realmente la falla en esta situación; existen muy pocos escenarios capaces de explotar el espectro de talentos. En Cleveland, Oklahoma City, Charlotte, o Detroit, habría sido un jugador a la mano pero limitado, un matillo de piano presionado sobre clavos de construcción.

Entre que esto y lo otro, Green funciona como el fulcro de la única jugada imparable en el deporte. Seguro que sabes de qué hablo: Curry trata de fintar a la marca de Green, y la defensiva, por miedo a una canasta de tres, rodea a Curry, así que este pasa el balón a Green quien corre por toda la banda mientras que uno de los cuatro Warriors se pone frente a los tres defensores restantes. Un lanzador aguarda en cada esquina; Andrew Bogut, a veces, se cuela junto al aro listo para clavar el balón. Green analiza la duela, todo mientras sigue corriendo con la fuerza para atravesar una pared. Si alguien se pone en su camino, Green pasa el balón a cualquiera de sus compañeros sin marca. Si nadie está disponible, se detiene para tirar o atraviesa el centro para encestar.

Es una jugada hermosa que da frutos —se lo debe a su simplicidad—. Un niño de cuarto año podría hacer un diagrama de ella. También sirve como un resumen de todo lo que hace a Green tan esencial. Ese "todo" incluye a Curry y al resto de los maestros de la parábolas de Golden State. Ningún otro equipo puede estirar una defensiva a tal grado con tanta variedad de distancias.

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Pero está hecha a la medida para la habilidad de Green a la hora tomar decisiones, para su perfil atlético, y su forma de dar prioridad a sus opciones. Green juega con una combinación de descarado ego y desinterés. Sabe que es el hombre indicado para el puesto, y no le importa cómo lo desempeñe.

Siempre encontrando la manera de hacer las cosas incómodas para los demás. Foto por Kyle Terada-USA TODAY Sports

El otro factor es que Draymond Green nunca para. Esto podría sonar como un cumplido falso. Es el tipo de comentario que podría iniciar una pelea de cómo un atleta dedicado se distingue de los demás. No es a lo que me refiero.

Lo que quiero decir es solo eso, en el momento en que te das cuenta de la gran fortuna de Green por llegar a este equipo con la capacidad de explotar su set de habilidades, tu cerebro comienza a temblar un poco por la cercanía de las palabras "Green" y "suerte". Esto ocurre porque ningún otro basquetbolista se ve tan despreocupado, tan desdeñoso ante la idea de que cualquier cosa que pueda pasar más allá de sí mismo podría sacarlo de curso.

Los embates de cuatro contra tres a prueba de balas es como imagino abstractamente a Green, pero la jugada en específico que viene a mi mente sucedió en Navidad del año pasado, cuando los Warriors recibieron a los Cavaliers. En el cierre del partido, los Warriors arriba por cinco puntos, LeBron James dejó atrás a Curry y se perfilo hacia el aro. Green se puso en su camino, y brincó un instante antes que James, anticipando su movimiento, y en el aire le arrebató el balón al cuatro veces MVP. Fue escandaloso. Todo mundo supo a la perfección qué sonido hacer.

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Sin embargo, uno de los oficiales lo marcó como falta, y James tuvo dos tiros libres mientras Green discutía. Los fans en el Oracle Arena refunfuñaron. Green hace lo indicado en la duela, incluso cuando es desalentador y su esfuerzo no se ve recompensado.

A principios de este mes, los Warriors recibieron a los Hawks mientras Curry se quedó en la banca por una lesión de tobillo. Green sobresale en este tipo de situaciones —ve los problemas como diversión, y limitaciones como un oportunidad—. Jugó más de 42 minutos esa noche, como delantero de poder y base de apoyo. Le añadió organización a la duela, y dio pases abrir los espacios. Fintó las coberturas, abrazando la oportunidad de tomar por prestado el rol de Steph. Los Warriors ganaron en tiempo extra; la cereza en el pastel se presentó cuando Green recogió un balón con poco tiempo en el reloj y terminó por colarse como un triple.

Cuando no tienes tiempo para especulaciones en materia de basquetbol. Foto por Dale Zanine-USA TODAY Sports

Es más fácil especular que admirar. Es por esto que gran parte de la conversación que rodea la temporada de los Warriors se ha enfocado más en lo que podrían lograr en otras eras, bajo una serie diferente de reglas. Lo mismo sucede cuando vemos la brillante de combinación de intelecto y astucia de Green, y nos preguntamos si podría repetirlo en algunos de los peores escenarios de la NBA. Cuando no queda más que afirmar lo bueno de una situación, pensamos en alternativas. De otra forma, seguiremos viendo el mismo espectáculo de pirotecnia una y otra vez.

En el caso de Green, esa otras situaciones terminarán por corroborarse. Él es el tipo de superestrella circunstancial con el potencial de bajar su rendimiento rápidamente —él y Joakim Noah comparten algunas cualidades tácticas y emotivas— pero también es el tipo que sabe reconocer dichas expectativas y pasar el resto de su carrera anotando dobles y triples.

Por el momento y para el futuro cercano, Green sigue siendo el misterio alegre, el jugador con un puesto esencial e inapropiado en el mejor equipo del basquetbol. Los Warriors brillan y él se luce. Curry sonríe, Steve Kerr se ríe, y Green hace lo que tiene que hacer. El truco está en disfrutar todo esto mientras dure.