“10:26 a.m. La tierra tiembla”: cincuenta años del último gran terremoto en Bogotá

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“10:26 a.m. La tierra tiembla”: cincuenta años del último gran terremoto en Bogotá

Un 9 de febrero de 1967, es decir, dentro de tres días hace 50 años, Bogotá vivió uno de los sismos más catastróficos de la historia. Uno de 90 segundos con la energía de 40 bombas atómicas, que destruyó torres, aplastó carros y mató a más de 77 personas.

Noticia del terremoto en el diario La República, el 10 de febrero de 1967

"Otro temblor que solo sentí en Facebook", escribió alguien esta mañana. Los bogotanos nos hemos acostumbrado a subestimar los sismos. Cada vez hay menos atención —tal vez los más jóvenes ya lo olvidaron— al mito que dice que Bogotá sería destruida por un terremoto. Somos la generación que recuerda apenas unas cuantas sacudidas inofensivas anunciadas por Twitter, memes de temblores que apenas mueven las cortinas de la casa, cortos simulacros de evacuación que solo servían para capar clase —o para aprovechar y tomar tinto con los amigos de la oficina— y gente reunida en pijama haciendo visita frente al edificio.

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Vemos lejana la posibilidad de que Bogotá termine sepultada en escombros por un terremoto o que "un temblorcito" mate a alguien, aunque sabemos que ni la ciudad está preparada para resistir uno de gran magnitud ni los ciudadanos están capacitados para sobrevivirlo. Pero, a veces, las placas tectónicas han hecho lo que les ha venido en gana en este supuesto oasis sísmico. Una semana como esta, hace cincuenta años, ocurrió el último gran terremoto en Bogotá. Recordamos ese siniestro 9 de febrero para que se preocupen un poquito y, por lo menos, se tomen en serio lo de los simulacros.

Portada del diario La República, 10 de febrero de 1967

Noticia del terremoto en El Tiempo, 10 de febrero de 1967

"Hora: 10 y 26. La tierra tiembla"

El reloj de la Iglesia de las Nieves quedó paralizado a las 10:26 de la mañana del 9 de febrero de 1967. Las lámparas comenzaron una violenta oscilación, poco antes de que las paredes empezaran a agrietarse y a quebrarse los vidrios. Duró noventa segundos. No hubo tiempo de evacuar los edificios más altos, ni siquiera de ponerse bien los zapatos. Noventa segundos de pánico que dejaron, como escribió ese año Jorge Rincón en La República, "cementerios sin paredes, miles de vidrios destrozados, llantos y crisis nerviosas, paralización de los servicios públicos, heridos y muertos". En Bogotá, más de 100 heridos y 13 muertos. En el Huila, epicentro de la catástrofe, 53 muertos y 96 heridos. En el país, más de 77.

El cadáver de María Elena Mosquera, una ciudadana que murió por la caída de escombros. Diario La República

Un carro "último modelo" destruido por la caída de ladrillos durante el sismo. Diario La República

Según cuentan los periódicos El Espectador La República, al edificio de Bavaria, en ese entonces el más alto del país, no le pasó nada. Pero a más de cincuenta lotes, al bloque uno del Centro Urbano Antonio Nariño y a dos cementerios (el del sur en Muzú y el hebreo en el Barrio Inglés), sí. Y mucho: lápidas rotas, ascensores destruidos, techos de apartamentos derrumbados y fragmentos de vidrios en el piso. Cuentan que a un obrero que trabajaba en la construcción de un nuevo edificio para el Banco Grancolombiano, un vidrio le cercenó la mano. También cuentan que un taxista que frenó en la Séptima con catorce se bajó a insultar a un ciudadano que corría por el estruendo y, como en una comedia, fue silenciado por una pared que cayó encima de su carro. Uno de tantos vehículos que quedaron inservibles por los constantes aludes de piedras. Y hubo muertos. Trece. Desde ciudadanos anónimos hasta Jaime Rey, un exjugador del Club Independiente Santa Fe, víctima de una cornisa pesada que se desprendió y le cayó en la cabeza mientras trabajaba en una cafetería.

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Anuncio de los 13 muertos en Bogotá. Periódico El Tiempo, 10 de febrero de 1967

Un terremoto con la energía de 40 bombas atómicas

El padre Jesús Emilio Ramírez, entonces investigador del Instituto Geofísico de los Andes, dijo al día siguiente que el terremoto había tenido "una energía similar a la de una bomba atómica de cuarenta megatones, esto es, equivalente a la energía de 40 bombas atómicas como la que estalló en Hiroshima en 1945". La intensidad de la actividad sísmica dejó a Neiva sin luz eléctrica y sin telefonía pública por semanas. Desde el 31 de agosto de 1917 Colombia no había vivido un terremoto tan intenso. El padre Ramírez confirmó que el origen había sido tectónico, es decir, que el temblor había sido producido por reajustes de la capa terrestre en ciertos flancos al oriente de la Cordillera Central de los Andes. No se supo con completa precisión la magnitud del terremoto porque las agujas diagramáticas, esas que miden los sismos en escala de 1 a 12, dieron un salto y colapsaron. Se dice que la intensidad fue de 7 (el de hoy fue de 5,7 según el Servicio Geológico Colombiano). Además, los sismógrafos registraron la llegada de dos tipos de ondas: las que se propagan a lo largo y se parecen a las que produce una piedra al caer al agua, y las que circulan verticalmente, del interior de la tierra hacia fuera. Dos tipos de ondas: algo insólito en la historia sísmica del país.

Pero más allá de los registros institucionales, la prensa recuerda el pánico popular, los gritos y el desorden de los ciudadanos horrorizados en la calle: "¡Tiembla! ¡Tiembla!". Y, sobre todo, las curiosidades: en El Tiempo anunciaron que ("gracias a Dios") en el senado solo se habían dañado los micrófonos. En La República hablaban de un panadero que se tiró por la ventana y de damas que "salían con escasa indumentaria" siguiendo el "impulso del instinto de conservación". También de la vergüenza que pasaron algunos reporteros nerviosos, en un "corto lapso de humor", por decir movimiento teutónico en vez de movimiento telúrico. En El Espectador narraron la historia de una mujer muy devota que salió corriendo al patio de su casa a rezar y fue aplastada por una pared de ladrillo. O la de un afortunado obispo que se salvó porque, a pesar de estar en la cúpula de una de las torres, solo se desplomó la mitad de la iglesia: justo en la que no estaba él. O la de un sastre que gritó "no me muevan la escalera" y se cayó en la primera sacudida.

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Lo curioso es que, más allá del horror, los periodistas se dieron sus licencias creativas, como cuando describieron el movimiento de los vehículos con el temblor como una danza a go-go (a propósito de un espectáculo que había tenido lugar la noche anterior). O con la feliz celebración de las distribuidoras de vidrios después del desastre, cuyas ventas se dispararon como nunca. O con el relato de cómo el mismo día, antes del temblor, se estaban celebrando las exequias de Julio González Anguita, un actor filipino que se murió súbitamente dormido sobre el hombro de su compañera de escena.

El taxista que sobrevivió en El Espectador, 10 febrero de 1967

"… Un terremoto destruirá Bogotá…"

Hubo duelo en todo el país. Se dio licencia de tres días en el Huila y el gobierno declaró el hecho una "calamidad pública". Venezuela envió una comisión de socorro para ayudar en la tragedia. El daño material fue de cientos de millones de pesos (pesos colombianos de hace cincuenta años). En Bogotá, las pérdidas se calcularon en 5 millones. Al día siguiente se identificaron otros 6 muertos y 8 heridos en el Tolima. Allí, las pérdidas fueron de más de 8 millones. El Vaticano envió sus condolencias, varios niños huilenses quedaron huérfanos y se dice que hubo gente en Bogotá de la que nunca se volvió a saber. Fue considerado "el terremoto más fuerte en medio siglo". Decían que "sonaba como el ruido de un gran avión" y que le fracturó el brazo derecho a la virgen de Guadalupe en el cerro. Temblaron los kindergarden. Se rezaron rosarios y se recordó esa curiosa profecía según la cual "un terremoto destruirá Bogotá".

"Un terremoto destruirá Bogotá". El Espectador, 10 de febrero de 1967