De las montañas al buzón de casa: pasé un fin de semana con un narcotraficante de la ‘deep web’

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Drogas

De las montañas al buzón de casa: pasé un fin de semana con un narcotraficante de la ‘deep web’

Fui testigo de primera mano de cómo se lleva un imperio virtual de la droga.

En el fondo de un recóndito valle de las montañas de Marruecos había un edificio de ladrillo. Era de noche y una tenue luz se colaba por las aberturas donde debía haber ventanas. Al volante de un coche, el hombre que se hacía llamar Patrón y yo nos dirigíamos por el camino de tierra hacia el edificio. Habíamos tardado cinco horas en llegar hasta allí, en un recorrido a través de las montañas, por estrechas carreteras al borde de escarpados precipicios y salpicadas de controles policiales. En cada parada, los gendarmes abrían la puerta del conductor, estrechaban la mano de Patrón y esbozaban amplias sonrisas.

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"Tengo comprada a toda la policía desde aquí hasta la costa", comentó Patrón entre risas.

Me sentía mareado del viaje. Hacía ocho kilómetros que la carretera de asfalto se había terminado abruptamente y, además, Patrón había hecho varios cambios de sentido sin previo aviso "para evitar que nos puedan rastrear". Finalmente, llegamos al edificio de ladrillo y salimos del vehículo. Patrón hizo sonar el claxon y al poco apareció un hombre ataviado con un mono que abrazó efusivamente a Patrón. Intercambiaron unas palabras en francés y a continuación me invitaron a entrar.

El interior era austero y albergaba bolsas de cannabis del tamaño de balas de heno apiladas hasta tocar el techo. "Creo que hay unas dos toneladas de hierba", señaló Patrón.

Gran parte de aquella marihuana era de su propiedad, aunque no iba destinada a la venta en la calle, sino que se dividiría en paquetes pequeños y se distribuiría por correo postal. Porque, como él mismo dice, Patrón no es "un gánster", sino que se define más bien como un narcotraficante a gran escala en el internet profundo, donde vende opio y hachís de elevada pureza. Me explica que esta actividad le reporta "cerca de 118.000 euros mensuales" en bitcoins. Su mercancía se distribuye por todo el mundo mediante correo postal. Una vez conocí a un jefazo de la droga en la deep web que me explicó cómo funcionaba el negocio, pero con patrón tuve la oportunidad de vivirlo de primera mano.

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El mercado de la droga en la web profunda tiene sus orígenes en la popular Silk Road (ruta de la seda), cuyo máximo responsable es Dread Pirate Robert (DPR). En 2013, el FBI clausuró el sitio web y arrestó a DPR, identidad tras la cual se ocultaba Ross Ulbricht, de 32 años. La condena para Ulbricht fue máxima: dos cadenas perpetuas sin libertad condicional y otras dos sentencias de 20 y 15 años por otros dos cargos. Con semejante lección, el FBI pretendía poner fin al creciente negocio del narcotráfico por internet, si bien lo único que consiguió es crear una hidra. Cuando Silk Road estaba en activo, solo tenía un único competidor: Black Market Reloaded. Ahora existen más de 15 mercados de droga en la web profunda, muchos de los cuales disponen de sistemas de seguridad mucho más sofisticados que los de Silk Road. Podría decirse, pues, que actualmente el panorama del narcotráfico virtual presenta más opciones que nunca.

Patrón, que vende su producto en sitios de reciente creación, como Hansa Market y AlphaBay, ve la deep web como un espacio en el que puede "vender drogas de forma ética". Como muchos otros miembros de esta comunidad, Patrón no se considera un delincuente. "A ver, hay delincuentes y delincuentes", dice mientras pasamos a otra sala. "Si bebes y conduces, estás delinquiendo; si superas la velocidad permitida con el coche, también; si tienes cáncer y decides buscarte la vida para conseguir marihuana y aliviar tu sufrimiento, también estás delinquiendo. En mi opinión, cada uno de nosotros debería decidir qué está bien o mal para uno mismo, más que dejar esa decisión en manos del gobierno".

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Patrón hace una pausa para encenderse un cigarrillo, un gesto que repite sistemáticamente cada pocos minutos. Cuando no fumaba un pitillo detrás de otro, daba caladas a un cigarrillo electrónico. "A través del internet profundo ayudamos a la gente a obtener lo que quiere de una forma segura. Así no se ven obligados a ir en busca de un camello en algún callejón oscuro y pueden esperar que llegue su pedido a casa sentados cómodamente en el sofá".

Pese a que por su aspecto Patrón no parece el clásico "jefazo" de la droga, hay algo en él que transmite esa sensación. Verlo tratar con sus socios en medio de las montañas fue toda una lección. Tan pronto se mostraba carismático como adoptaba una actitud distante y seria, hasta fría, me atrevería a decir. Sin embargo, a medida que hablábamos empecé a ver el friki que parecía ocultarse tras esa fachada de hombre de negocios. Pero era un friki de los chungos.

A Patrón le fascinaban los procesos de seguridad utilizados por el ejército estadounidense, los ordenadores, la tecnología y el hardware. Horas antes ese mismo día, por ejemplo, mientras paseábamos por el puerto, Patrón me señaló las lanchas motoras que circulaban por las aguas del puerto y me enumeró sus nombres, sus números de modelo, el tipo de motor con el que iban equipadas, las velocidades que podían alcanzar y el perfil de las personas que las pilotaban. Enseguida vi que Patrón no era un narcotraficante que había hecho una incursión en el internet profundo, sino un friki del internet profundo que se había topado con el mundo de las drogas, aspecto que quizá le ayudaba a mantenerse un paso por delante de las autoridades.

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Patrón echó mano de un saco, que volcó sobre la mesa, dejando a la vista varios kilos de hachís prensado y tres bolsas de cannabis molido muy fino. "Ahí lo tienes", dijo, "este es mi próximo envío. En breve voy a enviar esto con el equipo", refiriéndose a un grupo de colaboradores a los que él llama Cártel Norte África, o CNA, compuesto por varios hombres de origen español y bereber. El grupo opera en Marruecos y España. Con la ayuda del CNA, Patrón puede vender su producto a Europa, desde donde se distribuye por todo el mundo para satisfacer los pedidos que recibe por la deep web.

"Ahora hago envíos de 250 kilos. Depende de cuánto quiere el cliente, pero hacemos una media de dos envíos al mes". También me explicó que, pese a las abundantes ganancias que le reporta el negocio, no es ni mucho menos un hombre rico. "Vivo bien, pero tengo que pagar a los hombres de mi equipo, a los tipos que cuidan de mi seguridad, a los cultivadores, los contrabandistas… a todos esos. Quiero que todo el mundo tenga su parte. Por eso trabajo con estos tíos: para tener el mejor producto a un precio razonable. Estas granjas llevan generaciones funcionando".

Patrón abrió una de las bosas de cannabis en polvo y el intenso aroma enseguida llenó la habitación. "Cuando las plantas ya están maduras, se cortan, se secan y se prepara este polvo, del que luego se saca el hachís. Luego lo transportamos con varios vehículos".

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Una vez prensados, los bloques de hachís son cargados en camiones de plataforma plana, que los transportarán a la costa de Marruecos, desde donde se trasladarán en lanchas. "Las embarcaciones tienen motores de 300 caballos de vapor", me explicó. "Son muy rápidas. Cuando te subes a una vas tan rápido que lo ves todo borroso. Da miedo. Desde Marruecos vamos a la costa de España y allí descargamos toda la mercancía".

Una vez en la costa española, la droga se lleva a lugares seguros. Ese era nuestro próximo destino. Al día siguiente abandonamos Marruecos, tras pasar la gélida noche en aquella construcción a medio acabar.

Cada vez que llegábamos a un nuevo destino, Patrón tomaba la precaución de cambiarles la tarjeta SIM a sus dos teléfonos y a continuación los metía en bolsas especiales que inhibían cualquier señal. Asimismo, dejó uno de sus dos pasaportes —al menos los dos que yo pude ver— en manos de los hombres que vinieron a recogernos. El piso franco se encontraba a tres horas de camino y dos cambios de vehículo. Patrón estaba paranoico, y con razón. Si lo pillaran, le caerían 15 años de cárcel.

"Vale", dijo con cautela al tiempo que soltaba una bocanada de humo y miraba por enésima vez por el retrovisor. "Estamos llegando al piso franco". Nos desviamos de la carretera y tomamos un camino que desembocaba en un pequeño patio rodeado de un puñado de casas. Dos hombres se acercaron y abrazaron a Patrón y se pusieron a hablar con él. Minutos después, Patrón y yo entramos en el piso franco y los dos hombres desaparecieron en alguna de las casas que rodeaban el patio.

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El piso parecía el refugio de un ciberpunk. Había varios portátiles repartidos por la mesa, un montón de cables, un televisor de pantalla plana y tarjetas USB desperdigadas por todas partes. El resto de la decoración del lugar lo componían un sofá y un rifle de caza con mira telescópica colgado de la pared. Le pregunté a Patrón si era aficionado a la caza.

"Sí, me gusta cazar", respondió. Pausa. "Pero te digo una cosa: como le des a alguien con ese trasto, duele la hostia".

Patrón desapareció en una habitación contigua y regresó con un portátil y otro saco, cuyo contenido también vació sobre la mesa: un kilo de hachís Amnez y un bloque de opio en forma de disco de hockey.

Patrón conectó uno de los dispositivos USB al portátil y lo encendió. "Mira, yo suelo usar Tails", dijo señalando el USB. Tail es un sistema operativo que se utiliza para preservar la privacidad en la red, ya que bloquea toda conexión no anónima y filtra todas las conexiones de salida por Tor, un buscador web también diseñado para mantener el anonimato del usuario. Básicamente, un traficante que venda su mercancía sin Tails tiene más números de acabar en prisión.

Una vez conectado a los mercados de la deep web, Patrón verificó los pedidos. Había bastantes. El negocio iba bien. "Vamos allá", dijo. "Esta mujer quiere chocolate. Te enseño cómo lo hacemos". Hizo varios clics y se encendió otro cigarrillo. Ver a Patrón trabajar en aquel piso, completando pedidos, era como ver a un buen mecánico arreglar un coche: estaba en su salsa y trabajaba movido por el instinto.

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De repente, se oyó un ruido mecánico procedente de una esquina. Era una impresora, de la que salió una factura falsa camuflada como la cuota de suscripción de un gimnasio. Sin mediar palabra, Patrón sacó dos guantes de látex y un cuchillo de uno de los bolsillos de su chaqueta y se dirigió a un escritorio que había en una de las esquinas de la sala, llevándose también la factura falsa y el bloque de hachís. Junto a la mesa había un calefactor de aire. Lo encendió y metió la punta del cuchillo entre los huecos de la rejilla metálica. A continuación, colocó el bloque de chocolate sobre una tabla de cortar y se encendió otro cigarrillo, mientras el anterior aún se consumía en un cenicero cercano. "Mira", dijo, e hizo una pausa para inhalar. "Bien, estoy haciendo algo que el gobierno considera ilegal, pero que desde el punto de vista de la moral, me parece perfectamente razonable".

Mientras esperaba a que se calentara el cuchillo, Patrón se salió por la tangente con su discurso. Me contó que su sueño último era poder abrir una especie de clínica de la salud, un lugar donde tuvieran cabida legal los tratamientos experimentales con drogas y con CBD (el componente químico no psicoactivo del cannabis).

La hoja del cuchillo por fin estaba caliente. Patrón apagó el cigarrillo a medio fumar y cortó aproximadamente un gramo de hachís del bloque. Lo envolvió en film transparente y lo pegó en el reverso de la factura, que a su vez dobló y metió en un sobre. "Ya está", rió. "Lo recibes en el buzón, lo abres y es solo una factura del gimnasio".

Posiblemente, Patrón sea en la misma medida producto de internet como de la guerra contra las drogas. Refugiado en un piso franco, rodeado de portátiles, paquetes de tabaco y droga, Patrón parecía estar más en su hábitat que en las montañas, donde su trabajo se volvía más peligroso. Para él, ni el dinero ni ese estilo de vida tendrían sentido sin la comunidad y la camaradería de la deep web. Como él mismo dijo: "Me identifico mucho con lo que creía DPR. Llegó a crear una nueva cultura".

Antes de despedirme de Patrón, le pregunté qué era lo que tanto le apasionaba de este negocio.

"Generalmente, en el internet profundo todo el mundo intenta salir adelante", me contó. "La gente resuelve las disputas a través de administradores del mercado y todo se hace de manera muy educada y civilizada. Luego está el negocio del transporte de la droga, que ocurre fuera de la red. Piensa en ello: es algo que lleva haciéndose desde que se creó la Ruta de la Seda original y resulta irónico, porque todo empezó con violencia —las guerras del opio, etc.— y, ahora que ha caído el sitio web de Silk Road, todo termina también con violencia".

@Jake_Hanrahan

Traducción por Mario Abad.