En agosto de 1951, una extraña enfermedad asoló la pequeña ciudad de Pont-Saint-Esprit, en el sur de Francia. Los pacientes se quejaban de dolores abdominales, delirios y alucinaciones de llamas y criaturas infernales. Algunos se tiraban por la ventana para escapar de las visiones demoníacas. Otros deambulaban por la calle profiriendo gritos que ahogaban el sonido de las sirenas de las ambulancias. Una escena que parecía sacada de una película de zombis.
Más de 300 personas en la región fueron hospitalizadas. Cinco murieron y alrededor de sesenta terminaron en hospitales psiquiátricos, algunos con alucinaciones un mes después.
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Hoy día, todavía sigue siendo un misterio que causa debate. Pero muchos médicos e historiadores están de acuerdo en que puede que fuera el cornezuelo del centeno, un hongo que se adhiere al centeno, al trigo, a la cebada, a la avena y la hierba. Aquellos que se vieron afectados probablemente habían comido pan de harina de centeno contaminada y contrajeron lo que ahora se conoce como “ergotismo”. Pero en la Edad Media, la gente le puso nombres fantásticos y terroríficos: “fuego de san Antonio”, “fuego del infierno” y “fiebre de san Antonio”, por los monjes que se encargaban de cuidar a los enfermos de esta enfermedad.
El ergotismo apareció probablemente cuando se comenzó a cultivar cereales, hace unos 10 000 años. El académico romano Pliny fue el primero en describir los cereales infectados en el siglo I d. C., pero algunos historiadores y farmacéuticos creen que los Griegos usaban el hongo como un arma bioquímica y una droga psicoactiva durante las celebraciones de los misterios eleusinos.
Los efectos del cornezuelo vienen de los alcaloides, unos compuestos orgánicos que se encuentran en ciertas plantas conocidas por sus beneficios medicinales. Por ejemplo, la morfina (de las amapolas), que alivia el dolor; la atropina (de las bayas), que se utiliza como antídoto frente algunos venenos, y la quinina (en algunas especies del género Cinchona), que se usa para tratar la malaria. Todos estos alcaloides aparecen en la lista de medicinas esenciales de la OMS, pero todas pueden ser dañinas e incluso fatales. Son buenas, pero tóxicas. De igual forma, los alcaloides del cornezuelo pueden curar, pero también causar enfermedades espantosas.
En el siglo X, el ergotismo mató a miles de personas en la Europa Occidental, en una época en la que la hambruna obligó a los pobres a comer cereales contaminados. Los autores de aquella época escribieron sobre el peor de los síntomas: la gangrena. “Muchos hombres tenían quemaduras en las piernas en París y en los barrios colindantes”, escribía el historiador Flodoard durante una epidemia en el 945. “Las extremidades, que se iban quemando poco a poco, se consumían hasta que la muerte ponía fin al tormento”. Unos 50 años más tarde, el hongo mató a 40 000 personas en el sur de Francia. El monje Raoul Glaber, que también creía que las partes del cuerpo oscurecidas y atrofiadas habían sido quemadas, escribió: “En aquel tiempo una terrible plaga golpeó a los hombres, es decir un fuego escondido que, cuando atacaba las extremidades, las consumía y las separaba del cuerpo”.
Pero a pesar de estos terribles síntomas, las mismas propiedades del cornezuelo se utilizan ahora para tratar migrañas. Pero no es el único uso que se le da.
Los expertos han identificado dos tipos de ergotismo: gangrenoso, como el que hemos mencionado, y convulsivo, menos mortal pero igual de terrible. El cornezuelo activa los mismos neurotransmisores que la serotonina, que son esenciales para el correcto funcionamiento del sistema digestivo, el humor y los ciclos del sueño, entre otras cosas.
En grandes dosis, la serotonina produce lo que llamamos el síndrome serotoninérgico, en el que el cerebro manda señales inconsistentes al resto del cuerpo. Los intestinos se vacían, los músculos se contraen, la piel se cubre de sudor y la mente se confunde. La MDMA puede desencadenarlo —rechinar los dientes tras tomarla, es un leve síntoma del síndrome—.
El ergotismo convulsivo era un tipo de síndrome serotoninérgico en el que los alcaloides del hongo atacaban al cuerpo sobrecargando el cerebro. El ergotismo convulsivo apareció en Noruega desde la Edad Media hasta el siglo XVII, dejando víctimas a su paso con convulsiones violentas que podían durar horas, con las extremidades paralizadas en posiciones grotescas y dolorosas, y que a veces tenían que ser detenidas a la fuerza. Las convulsiones eran tan fuertes que podían provocar abortos y los historiadores describen que tenían que romperles las manos y las muñecas para poder volver a moverlas, o que la espina se curvaba tanto que los enfermos se curvaban dolorosamente en una “bola”.
Estos alcaloides tienen mucha importancia en la tocología, pues pueden causan fuertes contracciones en el útero. Desde el siglo XVI, las parteras administraban el hongo a las mujeres embarazadas para inducir el parto, pero se dejó de utilizar en el siglo XIX por los efectos secundarios , como la ruptura del útero. Hoy, todavía se utiliza en medicina para las hemorragias postparto o las pérdidas grandes de sangre.
Como en Francia en los 50, las alucinaciones del cornezuelo en la Noruega medieval eran misteriosas y mórbidas. Las visiones tenían relación con los terribles síntomas de la enfermedad: las úlceras de la gangrena se convertían en el fuego del infierno. Naturalmente, en aquellos tiempos, la enfermedad se achacaba a causas sobrenaturales. La gente que sufría convulsiones creía que habían sido poseída o acosada por demonios. Otras veces, las criaturas de las visiones eran amigos de las brujas del pueblo. Muchos creen que los famosos juicios de Salem en el siglo XVIII fueron en realidad el resultado de unas alucinaciones causadas por el centeno contaminado. Sin embargo, las alucinaciones se interpretaron como brujería y 20 personas fueron ahorcadas.
Fue por aquel entonces cuando varios médicos y expertos conectaron los eventos con el cornezuelo. Gracias a una serie de métodos —como los pesticidas o las cosechas resistentes a los hongos— el ergotismo fue prácticamente erradicado en el siglo siguiente, excepto por lo que muchos creen que fue un rebrote en la ciudad francesa de Pont-Saint-Esprit.
A comienzos del siglo XX, el químico alemán Arthur Stoll comenzó a interesarse por el hongo. Sus estudios sobre el cornezuelo darían como resultado unos tratamientos para las hemorragias, la infertilidad, el párkinson y, más tarde, una molécula que se volvió extremadamente popular: la LSD. Como bien es sabido, Stoll intentaba crear un compuesto para estimar el sistema respiratorio y circulatorio cuando dio con la fórmula LSD-25, su compuesto número 25 basado en el cornezuelo. Años después de que las farmacéuticas hubieran dejado de lado la LSD-25, Stoll lo ingiere sin querer y el resto es historia.
Por suerte, las alucinaciones de la LSD son diferentes de las feroces visiones de las pobres víctimas del cornezuelo. Pero la droga es un uso más de este hongo que tanto ha influido en la historia occidental: epidemias, creencias en lo supernatural, la industria farmacéutica e incluso las artes. Desde los cuadros apocalípticos de la escuela flamenca a la música psicodélica de los 70 llevan la marca de un hongo que puede llevarte al cielo, o al infierno.
Este artículo se publicó originalmente en VICE Francia.