Desplome relaciones poscovid
Ilustración por Lenny Maya
El Desplome

¿Sobrevivirán nuestras nuevas relaciones a un mundo poscovid?

Mi inquietud principal no es si nuestrxs vínculos hechos en pandemia les caerán bien o mal a nuestros amigos y nuestras familias, es si alguien que nos quiso en privado querrá también nuestras versiones públicas y viceversa.

De todas las especulaciones sobre cómo será el mundo poscovid, hay dos que nos desvelan: cómo serán nuestras relaciones sexoafectivas a partir de ese momento y cómo el aislamiento, las cuarentenas y la “virtualización” de nuestra vida social alterará la forma de este tipo de vínculos. Las teorías que a mí me resultaron más interesantes se escribieron durante las cuarentenas más estrictas en el mundo, cuando juntarnos a celebrar cumpleaños y coquetear en bares parecía un horizonte imposible e irreal. 

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Al respecto reflexionó la maravillosa teórica franco-israelí Eva Illouz, quien auguró, en el marco de la pandemia, una escasez en los vínculos casuales y un retorno de cierta formalidad, por frecuencia, en la vida de la pareja. Desde la vereda opuesta, el teórico franco-español Paul B. Preciado se preguntó qué pasaría con las personas que no teníamos o queríamos una pareja  formal con la que pudiéramos convivir. ¿Acaso no tendríamos derecho al contacto físico? ¿Al beso, al garche, al cuerpo de otras personas porque no teníamos con ellas vínculos formalísimos? 

Sin embargo, lo que parecería ser una especie de “nueva normalidad” que se teje sobre las ruinas de la anterior nos sorprende retomando actividades sociales, laborales y familiares y volviendo a ocupar la calle con un montón de situaciones nuevas y prácticas que ahora nos resultan ajenas. En este retorno, muchas personas estamos conociendo a las nuevas parejas de amigxs y familiares que no habíamos visto nunca porque empezaron su vínculo durante la cuarentena y estamos escuchando los relatos de relaciones que se han estirado más de doce meses y se han mantenido en las cuatro paredes de la casa de alguna de las personas involucradas. 

Hay algo fascinante acerca de estos vínculos que se formaron en medio del apocalipsis del 2020. Primero, que nadie sabe muy bien cómo denominarlos, y quizás allí esté parte de su éxito. No conozco a nadie que a mi edad —casi voy llegando a los treinta— se pare frente a la persona con la que coge, come y pasa los domingos y le diga “¿quieres ser mi novix?”. La intimidad de las conversaciones, el empezar a manifestar las necesidades y los gustos, algún cambio en el método anticonceptivo, el diálogo sobre cómo vamos a gestionar los vínculos sexoafectivos, el compartir con las personas cercanas al otrx son más bien el tipo de cosas que nos indican que estamos construyendo una relación estable. Pero el título  suele asignarlo alguien más: una amiga o una tía que dice  en un asado “pásale las papas a tu novio”.  Así es como normalmente se oficializa una relación: gracias a los demás.

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Durante el 2020 no existieron esos otros, y los vínculos tuvieron la libertad de crecer sin presiones. Las relaciones que se gestaron en el periodo que permanecimos sin ver amigues o familia fueron tomando la forma que necesitaban las personas involucradas y adoptaron más rápido un lenguaje común que una pose social. Toda una novedad para vínculos que no son ni secretos ni ilegítimos.

Sin la presión de los círculos sociales, de los barrios, de las demandas que tiene para cada quien la gente de la que se rodea también pudieron conocerse y acercarse personas que de otro modo no lo habrían hecho. Y que de haberlo hecho, su relación hubiera  sido rápidamente categorizada como algo sexual con alguien que no comparte los mismos hábitos sociales. Pero como no había tales espacios, ni tales amigos, ni la necesidad de estar a la altura de normas implícitas —horrendas, snobs y la mayoría de las veces clasistas—, muchas relaciones se solidificaron a espaldas de esos mandatos. 

Escucho a una amiga decirme que está segura de que sin la pandemia habría conocido a su actual novia, pero que no habrían llegado a intimar porque la gente que la rodea le cae mal y ella de vista siempre le había caído mal por su entorno. Ahora llevan un año juntas y no comparten espacios con sus amigues; no por eso su relación es más casual. 

Recuerdo una  escena de La vida de Adele (2013) en la que las protagonistas,  -que ya son novias oficiales y conviven-, están en el cumpleaños de la chica de pelo azul. Adele habla con sus amistades sofisticadas y se ve visiblemente incómoda por las demandas del entorno de su novia. Le da angustia sentirse más inculta y saber que eso repercute directamente en su relación. Creo que esa escena ilustra con crudeza las fracturas en la intimidad de las diferencias sociales. 

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Sin embargo, hay una pregunta que me queda a la luz de las reaperturas en todas partes de todo, la vuelta de los cumpleaños, de las reuniones familiares, de los bares, de los cafés y de los hábitos sociales. ¿Cuál es el futuro de estas relaciones? Se me ocurren dos caminos: que quizás hayamos descubierto que nuestras relaciones sexoafectivas pueden tener un status inclasificable y ser íntimas, profundas, duraderas y funcionales a nosotros sin necesidad de los fogueos externos, por lo que así quedarán. O que saldrán a nuestros espacios públicos porque para muchas personas la pareja transversal a la vida social sigue siendo importante, y ahí se verá si se adaptan al aire de la calle o si simplemente terminan de manera muy darwinista. El amor que no resiste, muere. 

Mi inquietud principal no es si nuestrxs vínculos les caerán bien o mal a nuestros amigos y nuestras familias, es si alguien que nos quiso en privado querrá también nuestras versiones públicas. Y viceversa. Conozco muchas relaciones que, al estar desprovistas de la vida social que compartían, al quedar juntxs y solxs, ante ese silencio terminaron por diluirse. Tengo la certeza de que nadie es de la misma manera todo el tiempo, y de que en lugar de ser un defecto, la capacidad de adaptación es una virtud humana. No soy igual cuando estoy en pijama en el sillón que cuando estoy hablando a todo volumen con mis amigas o estoy en un evento que me hace sentir insegura y quiero alardear. ¿Tendremos que mostrarle a los otros todas las personas que somos capaces de ser entre lo público y lo privado? ¿Si no lo hacemos significa que no nos conocen de verdad? ¿Hay alguna de esas versiones que sea más real? 

Siempre me había parecido necesario mostrarles a las personas que salían conmigo todas mis facetas y comportamientos — los buenos y los malos (especialmente los malos)—, para asegurarme de que tuvieran toda la información y eligieran quererme así. No quería que fueran a sorprenderse cuando me vieran ridiculizándome en alguna situación social, o con la angustia premenstrual de una tarde de domingo en la cama. Sin embargo, la consolidación de ese espacio privado y la idea de que no soy necesariamente solo mis comportamientos públicos— porque ello es algo mucho más efímero e inestable de lo que creíamos— me hacen pensar que esta ventana a la privacidad obligada de nuestros vínculos quizás también nos haya dado herramientas para darles legitimidad así estén desprovistos de la aprobación de los otros. 

Como dijo la escritora argentina Tamara Tenenbaum, una relación es una historia que buscamos contarnos, y que también le queremos contar a los demás. El tema es que ni nosotros ni “los demás”, somos lo que éramos, y eso quizás nunca vaya a volver. 


* El mundo tal como lo conocemos está cambiando, las estructuras vinculares que nos habían impuesto se han derrumbado. Esta es la primera entrega de El Desplome, una columna bimensual de María del Mar Ramón sobre lo que estamos construyendo desde los escombros.