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Foto de Inés Ripari
Charly García

El doble de Charly García vive en mi barrio

“Yo no soy parecido a Charly, yo soy fanático de Charly”, dice Alex. “Somos los dos de escorpio”.

Es miércoles por la tarde, pasadas las seis, el sol va dejando de quemar la piel pero sigue firme. El cielo se pone rosado, anaranjado, amarillento, y es una muestra contundente de la llegada de los mejores meses del año en el hemisferio sur: más largos, con buen brillo y mayor temperatura. En la Ciudad de Buenos Aires los días previos al cumpleaños número 70 de Charly García, el emblema argentino del rock nacional, se pintaron finalmente de primavera. En las calles sonaron sus canciones y se palpitó una vibra como de pogo, la antesala a la celebración: durante el fin de semana se celebrarán recitales tributo a su obra en distintos puntos de la ciudad. El pronóstico anuncia una tormenta para el 23 de octubre en la Capital Federal. ¿Será una vez más la lluvia el escenario de su grandeza? 

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Foto de Inés Ripari

Alex Vilas se llama el doble de Charly García. Tiene nombre de rockero. Y en parte lo es. Toca la guitarra desde los 10 años y es un devoto de la música de los Beatles. La tercera vez que lo veo sale a abrirme la puerta con una remera color verde debajo de un saco de traje como de un negro desteñido. “Estoy verde”, me dice, y abre la reja de su casa, que se distancia de la mía por menos de diez cuadras. Es simpático. Es lo primero que registro de él, que cuando entro me pide que le haga un favor: “Es muy choto pero yo no tengo ganas de ir porque sino me tengo que quedar. ¿Me comprarías un paquete de papas fritas? Necesito sal porque me baja la presión”. Durmió poco, dice, y esa misma noche a las tres de la mañana viajará a Tucumán en auto con el bajista de su banda, Los Garzia. Conducirá 1300 kilómetros, desde el centro al norte de la Argentina, atravesará tres provincias y el calor extremo de Santiago del Estero, para llegar en hora a tocar en vivo en un recital homenaje al que lo invitaron para hacer covers de los mejores temas de Charly.

“Yo no soy parecido a Charly, yo soy fanático de Charly”, dice Alex, que cumple 63 años en noviembre. “Somos los dos de escorpio”, agrega, pero se llevan siete años de diferencia. Hay algo que los distingue un poco más, un detalle en el parecido físico inminente que existe entre ambos: el bigote. Charly, el Charly original, tiene los pelos blancos del lado opuesto —el derecho— que los de Alex, quien confiesa haberse retocado recién hace poco tiempo. “En estos cinco años (el parecido) es insoportable. Obviamente me hago una carmela en el pelo porque si no tendría el pelo blanco o más o menos blanco. Es una cuestión de coqueto”, dice, porque en la calle le gritan, le piden fotos, lo frenan.

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Unos días antes de encontrarnos me lo crucé. Era domingo y yo volvía caminando a mi casa con una amiga, cuando vi salir un auto muy ondeado, tuneado con colores naranjas, de una casa grande y desprolija. El tipo que salió de su casa y se subió a ese auto se me hizo tan parecido que le dije a mi amiga: “Charly, boluda, mirá”. Después de que se subiera al auto, puso a sonar “Oh! Darling” de los Beatles y arrancó. “Charly no maneja, siempre tuvo chófer”, me diría unos días después Alex, “el triple” del artista, como le gusta decirse a él mismo, en el living de su casa. 

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Foto de Inés Ripari

Cuenta una anécdota vieja. Conoció al hermano de Charly García, a quien le decían “Carulo”  —de nombre Enrique García Moreno—, en un ensayo improvisado que se armó en la sala que tenía en su casa, la misma en la que sigue viviendo actualmente, donde llevamos adelante la entrevista. “Charly le decía Carulo, por la cara de culo y él se enojaba”, dice. Se lo presentó un vecino, lo trajo con él. Y cuando entró, manoteó un alfajor de una caja cerrada de Havana, tienda marplatense de producción de este tipo de postre argentino, abrió el celofán del paquete sin preguntar y se lo metió en la boca. “Era ‘fanfarrón’, igual que Charly”, cuenta Alex, que tendría 12 o 13 años, “pero me cayó bien lo que hizo. Bien a lo Charly”. 

En su casa hay guitarras, posters de bandas de rock y de solistas, telas con las caras de los Beatles y fotos de su juventud. Hay una en la que se detiene, está colgada en la pared. Alex está tocando la guitarra de perfil, sentado sobre un cajón o un amplificador. Cuenta que está en San Bernardo, ciudad balnearia ubicada en la provincia de Buenos Aires en 1985, tocando una Gibson. En esa época a veces le decían que se parecía a su ídolo. Pero recién hace cinco años que se hace cargo y lo usa a su favor. “Una vez se acercó una tipa llorando, ¿y qué le voy a decir? ¿Le voy a explicar? No. Me saqué la foto”, dice Alex, y expone una teoría que tiene pensada en detalle: “Yo ya analicé esto: la gente que quiere a Charly, quiere ver a Charly hace 20 años atrás. Y quizás la imagen que tengo yo, les recuerda a ese Charly. No al de ahora, que está en silla de ruedas, que no puede levantarse, que está gordo, que está viejo”. En algunas ocasiones durante nuestra charla, discutiremos sobre esto y él dirá: es el flash. “A veces sigo el juego y otras veces digo: ¿qué estoy haciendo? Pero me gusta”.

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Foto de Inés Ripari

La historia de cómo llegó a los medios es corta. Hace cinco semanas su representante tuvo una idea. “Loco, hay que subir un video a TikTok”, le dijo. Fue el cuarto video el que disparó las vistas. “Subía 100.000 visualizaciones por día”, cuenta Alex. Hoy está llegando a un millón. Dura 56 segundos y toca un fragmento de “Yo no quiero volverme tan loco” al lado de un maniquí que viste un sombrero verde. Sobre el final dice: “Sean felices, man”. Mientras lo narra dice una frase que me llama la atención: “La curva es primero exponencial y después logarítmica”. Del lado de su brazo izquierdo hay un cuaderno cuadriculado apoyado sobre la mesa, arriba tiene unas hojas de magnetoestática. Claro, este Charly vive de dar clases pero no de música, sino de análisis matemático. Es ingeniero industrial de grado. 

El 5 de septiembre de 1975 tuvo lugar el último concierto del dúo Sui Géneris, conformado por Charly García y Nito Mestre, antes de su disolución, en el Luna Park ante 30 mil personas. Seis meses antes o seis meses después, Oasis, un grupo de rock en el que Alex tocaba la guitarra, fue la banda soporte del dúo en el Centro Asturiano, en la calle Solís entre Belgrano y Venezuela. “El Charly sin bigote con las lanas largas”, comenta Alex. “Entra y se sienta en una pre salita que había antes del escenario. Estaba con una Gibson Dove, creo, acústica, y empieza a tocar ‘Roll over Beethoven’ muy alto, en sol”. Alex dice que lo miraba anonadado, porque para él, como para muchos y muchas, Charly era un semidios. Entonces le preguntó por Carulo, dónde estaba, y Charly hizo una pausa y lo miró: “¿Eh? Qué sé yo, debe estar durmiendo”, le dijo. Alex miró todo el recital desde el costado del escenario.

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Foto de Inés Ripari

La segunda vez que lo vi a Alex fue a la mañana. Lo fui a buscar a su casa para preguntarle si podía conversar con él. Toqué el timbre. Llevaba reconocida la fachada gracias a haberlo visto salir andando en auto rápido y con el volumen de la música alto. Toqué el timbre y esperé. Varios minutos después vi, desde afuera, una mano correr la cortina. Alex se asomó. “¿Qué querés?”, me preguntó, “estaba durmiendo”. Salió a atenderme en calzones, con un buzo. Es que sí: las estrellas de rock duermen hasta tarde y arrastran la voz.


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