verano

Este verano no tendremos que fingir que estamos teniendo las mejores vacaciones de nuestras vidas

Ni una fotito en Bali, ni ese post profundo sobre el retiro espiritual en la India de tu colega, ni un boomerang saltando delante del puente de Brooklyn.
IMG-20200514-WA0001
Fotografía por la autora

Hace calor. Mucho calor. De ese calor con el que sudas tanto que cuando te sientas en el metro las piernas se te quedan pegadas al asiento. Esa putada que hace que cuando te levantas duela un poquito y se quede la forma de tu culo en el plástico. Por suerte, aunque sea hora punta, no hay nadie en el metro y la vergüenza es menor. En realidad, no hay casi nadie en la ciudad. Pero esta vez ese hueco que deja la gente de siempre no lo llenan los guiris. Ni franceses raritos, ni alemanes borrachos a las 4 de la tarde, ni los enormes grupos de japoneses con palos selfies. Ahora el vacío es real. Abres Instagram en busca de toda esa gente que parece haberse esfumado. Nada. Ni una fotito en Bali, ni ese post profundo sobre el retiro espiritual en la India de tu colega, ni un boomerang saltando delante del puente de Brooklyn. Estamos a mediados de julio, pero todo el mundo parece preguntarse si realmente ha llegado el verano. ¿Qué ha pasado con nuestras esperadas vacaciones pandemic edition?

Publicidad

Después de meses encerrados, muchas semanas de desescalada y tantas otras restricciones, todos teníamos ganazas de abrazar la nueva normalidad en su máximo esplendor. Queríamos hacer COSAS. En nuestra cabeza había una lista interminable de planes para cuando pudiéramos salir. Pero ahora que ya podemos -siempre siguiendo las medidas de seguridad™️- las cosas no están siendo tal y como las imaginamos. Hace no mucho, con motivo del rebrote en Lleida, Fernando Simón volvió a nuestras pantallas. En mitad de su discurso, en lugar de utilizar un buen reclamo como el concepto nuevo verano, dijo que estábamos ante un verano diferente. Que quizás este año nos tocaba sacrificarnos y hacer las cosas de otra manera.

Me lo quedé mirando. Ahí estaba él, con su pelo calculadamente despeinado, su sonrisa cándida y su polo ligeramente oversize. En realidad, todo lo que ha estado pasando desde que empezó el verano, es bastante familiar. No hay nada nuevo, y más o menos todo ya lo he vivido. Es verdad que las mascarillas no entran en mis recuerdos, pero todo lo que he hecho hasta el momento, para disfrutar de la estación más calurosa del año, es bastante lo de siempre. Entonces, mientras resonaba la idea de un verano diferente en mi cabeza, no pude evitar pensar "vale, sí, ¿pero diferente respecto a qué?".

Hace unos 10 años, antes de los vuelos baratos, la explosión de Instagram y de esos colegas que van más a encontrarse a sí mismos a la otra punta del mundo que a ver a sus madres al pueblo, los veranos eran para estar tranquilito, desconectar y recobrar fuerzas. Pero eso se nos acabó. Antes de la pandemia, parecía que las vacaciones eran como una especie de álbum de cromos. Tenías que hacerlo todo. Aprovechar al máximo. Viajar a Tailandia, hacer un curso de acroyoga, ir a ver a tus amigos de la Costa Brava y al que se acababa de mudar a Viena, ir a dos o tres festivales, bajar a las fiestas del pueblo, ir unos días a Barcelona o Madrid para decir que "uff con este calor es imposible estar en la ciudad", hacer una escapadita de fin de semana a una casa rural, respirar aire fresco, una rutita mochilera, un par de expos, cine al aire libre, algo de deporte, comida rica de proximidad y, si te daba tiempo y apurabas bien los días, irte una semanita a una capital europea a principios de septiembre, para estirar esos últimos días. Exprimir tu tiempo al máximo. Nos habíamos enganchado a las experiencias. ¿Si no tenías nada que contar, realmente lo estabas haciendo bien?

Publicidad

Freno de mano y todo ha saltado por los aires. Ahora entras en cualquier red social y todas esas imágenes espectaculares que te hacían sentir un FOMO de cuidado ya no están. Da igual el dinero que tenga la última influencer de moda, este año no se va a ir recorrer tres países diferentes del trópico. Hemos llegado a una especie de democratización -cogido con pinzas porque ella tendrá una motito de agua y tú un hinchable cutre- de las posibilidades del verano. Tampoco es que la gente haya dejado de hacer cosas y se haya encerrado en sus casas a esperar un tiempo mejor. Que va. Se sigue quedando, yendo a sitios y pasándolo bien. Pero quizás, en lugar de seguir esta tendencia creciente y capitalista de cada año ir un poco más lejos, probar algo un poco más exótico y adentrarte un poco más en una cultura que luego olvidarás, nos hemos visto obligados a volver a casa. Y eso puede estar bien.

A mi, todo este verano pandémico, nuevo verano, verano diferente o como os apetezca llamarle, me está recordando mucho a cuando era una niña. Esa época en la que cualquier tontería, cualquier oportunidad para hacer algo mínimamente diferente ya era un gran acontecimiento. Y es que ¿por qué hacer una excursión al parque natural que hay al lado de casa no debería ser algo memorable? No sé, nunca he necesitado -ni he podido- ir al sudeste asiático para ser feliz.

El tiempo ha tomado otra velocidad. No hace falta ir a toda hostia. Todo va saliendo un poco solo. Por fin hemos encontrado esa semana para bajar al pueblo sin prisas. Dormir una siesta. Dar un paseo largo sin coger el móvil. Que lo que iba a ser una cena con cuatro colegas acabe convirtiéndose en una fiesta. No hacer nada. Volver a cortar fruta a trozos y ponerla en un tupper para bajar a la playa y que sin querer casi se nos pase la hora de comer. Repetirle todas las veces que haga falta a tu abuelo que te has quedado en el paro, pero que no pasa nada, que así puedes ir un rato a verles. Y que él te sonría, aunque no ha entendido una mierda de lo que has dicho, porque el hombre está mayor y sordo como una tapia. Por fin tenemos tiempo para todas esas cosas que nos vendieron los anuncios de cerveza local, pero esta vez de verdad. Con todo el feísmo y amor que hay en las pequeñas cosas que no ponemos en Instagram.

Es verdad que vivimos en una total incertidumbre. Hacer planes más allá de dos semanas vista es arriesgado. Y ni te digo si es algo de larga duración. Tenemos que ir improvisando un poco. Hacer las cosas sobre la marcha y disfrutar del caminito. Por primera vez en muchos años, nuestro verano se ha desencorsetado. El ritmo ya no lo marca los paneles de salidas y llegadas de los aeropuertos. Las vacaciones de la distancia social nos han demostrado algo que ya sabíamos: que no importaba el dónde o el qué, sino el con quién.

Solo creemos que es diferente porque en su día dimos por seguro este mundo acelerado. Esta constante idea de escalar en todos los aspectos de nuestra vida. Quizás este sea el año en el que todos volvamos a disfrutar, y a mucha honra, de ser domingueros. Sin pretensiones ni foto opportunities. Hacer esas cosas que pensábamos hacer en otro momento porque antes considerábamos que teníamos planes y viajes más importantes. Llegados a este punto, en el que la idea de un rebrote y otro encierro parecen inminentes, deberíamos disfrutar de ese bocadillo de chopped en el río con nuestros amigos. Y que sea lo que tenga que ser. No tendremos la verbena que merecemos, pero la gente seguirá ahí y se pondrá música y bailaremos igual. Luego nos pondremos la mascarilla y volveremos a casa sin sentirnos mal por no tener pasta para viajar al Caribe. Esta vez nadie va a fingir que está viviendo un verano ideal y eso es un respiro.

Evidentemente es inevitable preguntarse dónde estaríamos si toda esta pandemia no hubiera pasado. Todos los planes que habríamos hecho, la gente a la que habríamos conocido y los recuerdos que hubiéramos creado. Aunque este no sea el verano más pomposo, va a estar bien. Ya hemos estado aquí. No saldremos siendo mejores personas, eso ya me lo veo venir. Pero quizás nos deje de parecer menos eso de solo ir al pueblo en agosto o tener que admitir que no nos podemos pagar seis destinos diferentes, donde nos van a timar por turistas. Lo más seguro es que esas supuestas vacaciones de ensueño, que ahora tanto anhelamos, tampoco llegaran a existir. Y lo más seguro es que, de aquí a unos años, nos de por romantizar el verano en el que no hubo guiris pero si distancia social, mascarillas y muchos memes sobre la crisis económica que se nos venía encima.

@evasefe