Según Walter Isaacson, cuya biografía de Albert Einstein, Einstein: su vida y su universo, se publicó en 2007, merece la pena estudiar la vida del icónico físico ganador del Premio Nobel porque “nos ayuda a mantenernos en contacto con esa capacidad de asombro que tenemos en la infancia”. Aquel hombre cambió de hecho por completo el modo en que los humanos comprendían el universo y su pasión por la física era tan grande que su rostro y su estrafalario peinado se convirtieron en símbolo del trabajo duro y del desarrollo del auténtico potencial, en forma de motivadores posters que colgaban en las clases de secundaria (un dato erróneo muy extendido sobre Einstein es que suspendía las matemáticas en el instituto; pero no es así). Pero este científico nacido en Alemania quizá no sea el mejor modelo a seguir para los jóvenes estudiantes de Ciencia, Tecnología, Ingeniería y Matemáticas, a menos que queramos que todos ellos se conviertan en desequilibrados mujeriegos y misóginos.
El logro más famoso de Einstein en el ámbito de la física es la teoría de la relatividad, que a pesar de su elegante simplicidad —la energía de un cuerpo en reposo es igual a su masa multiplicada por la velocidad de la luz al cuadrado— le llevó ocho años descubrir. Y su logro más famoso en el ámbito de tratar mal a sus esposas, descubierto por primera vez en una serie de cartas de Einstein que salió a subasta en 1996, es el listado de “condiciones” que escribió para su primera mujer, Mileva Maric, a quien había conocido cuando estudiaban para docentes (era la única mujer de toda la clase en la Escuela Politécnica de Zurich). Aunque la intención de Einstein era salvar su fallido matrimonio por sus hijos, la lista, publicada en Einstein: su vida y su universo, más bien suena a amenaza. Entre muchas otras exigencias, estipula que Maric debía “asegurarse” de que la ropa de Einstein estuviera siempre limpia; de que este recibiera tres comidas al día en su habitación, que también debía mantener limpia; y de que “se esforzara por no menospreciarle delante de sus hijos, ya fuera mediante palabras o comportamientos”. En cuanto a lo que Maric podía esperar a cambio, el documento cuenta con una sección dedicada al modo en que ella “debía renunciar a mantener cualquier tipo de relación personal [con Einstein] siempre y cuando no fuera absolutamente necesaria por motivos sociales”. Esto incluía que Maric debía renunciar a que él “se sentara en casa con ella”, “a que salieran o viajaran juntos” y a “tener cualquier tipo de intimidad con él”. También debía dejar de hablar con Einstein y abandonar su presencia cuando él lo solicitara.
Videos by VICE
También era sencillamente malvado y tan inestable mentalmente que ni su familia ni sus amigos eran capaces de predecir su humor (en ocasiones era cariñoso, sobre todo al principio de sus relaciones o cuando hacía un serio esfuerzo para ello). Esta es una cualidad que sus admiradores —como el filósofo británico Bertrand Russell, que escribió un libro introduciendo la teoría de la relatividad en la década de 1920— presentaban como una especie de noble evidencia de la soledad de la mente de una persona abocada a su trabajo, que probablemente contribuyó a su genio. Roger Highfield y Paul Carter citan las siguientes palabras de Russell en su libro Las vidas privadas de Albert Einstein: “Los asuntos personales jamás ocuparon en su vida más que pequeños rincones y recovecos”. De hecho, cuando Einstein ganó el Premio Nobel de física en 1921, entregó el dinero del premio a Maric, de quien por entonces ya estaba divorciado, para que mantuviera a sus dos hijos. En cierto modo, esto puede parecer “valeroso”, pero cuando el más pequeño de ellos, Eduard, —de quien se dice que heredó parte del genio de su padre, pero en el campo de las artes— fue enviado a una clínica psiquiátrica en Suiza, Einstein, horrorizado por la esquizofrenia de su hijo, jamás fue a visitarle. Eduard acabó falleciendo “en circunstancias miserables“.
Aunque deberíamos otorgar a Einstein algún punto por ayudar a sus hijos con sus deberes de geometría a través del correo antes de que su relación con ellos se desintegrara, también fue un mujeriego incansable. Su muy anunciada separación de Maric en 1913 —quien finalmente sufrió una crisis nerviosa— fue al menos en parte provocada por el idilio que mantuvo Einstein con su prima, Elsa Einstein Lowenthal. Al final terminaron casándose, pero a pesar de que había enviado cartas a Lowenthal en las que simultáneamente añoraba su presencia y criticaba a Maric, diciendo de ella cosas como que era una mujer “de una fealdad fuera de lo común” o que era “una empleada a la que no puedo despedir“, finalmente acabó tratando a su adorada Elsa como otra desafortunada carga y como su secretaria. Según Highfield y Carter, exhibía una “superficial indiferencia hacia los sentimientos de ella” y se embarcaba en relaciones románticas con mujeres más jóvenes.
Finalmente, la afirmación de Isaacson era en cierto modo acertada: resulta útil estudiar la biografía de Einstein porque nos ayuda a ver cómo la admirable capacidad de asombrarnos como niños puede verse empañada por una personalidad de mierda. En sus cartas y documentos, Einstein con frecuencia renegaba de su ego y sus emociones, lo cual, según Highfield y Carter, probablemente radicaba en una grave represión: “A mí me parece”, escribió C. P. Snow, “que un hombre debe poseer un ego bastante considerable si necesita reprimirlo de forma tan tajante”. Hacia el final de su vida, por lo menos, parece que dejó de intentar hacerlo tanto. En una carta escrita a un amigo de su infancia, el genio de renombre mundial se describía como un “superviviente triunfal del período nazi y de dos esposas”. Ante tal afirmación nosotras decimos: quizá le ayudó el hecho de que podría haber maltratado físicamente a una de ellas.