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Hace dos semanas Inga Rauber se fue de excursión con dos de sus amigas por el centro histórico de la ciudad alemana de Würzburg. Las tres amigas atravesaron los exuberantes bosques y campos bávaros, enclavados en una de las provincias más ricas del país y de Europa.
Ruber, de 64 años, todavía no se puede creer que apenas unos días después de su plácido trayecto, un refugiado afgano irrumpiera en el mismo tren blandiendo un hacha y la emprendiera a machetazos contra los pasajeros.
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Aquel fue uno de los cuatro atentados que iba a padecer Alemania en solo 4 días, cuatro ataques que se han cobrado la vida de 10 personas. Tres de los perpetradores habían entrado al país en busca de asilo político como refugiados. Dos de los atentados han sido reivindicados por la organización terrorista Estado Islámico.
“Sé que nos podría haber sucedido a alguna de nosotras”, asegura Rauber, desde su residencia de Lahnau, un pueblo de 8.000 personas ubicado en el corazón de Alemania.
El atentado ha provocado que afluyan sus miedos ante el flujo de migrantes que han entrado en Alemania en los últimos meses. Alemania es el país de la Unión Europea más acogedor para con los refugiados. Ahora, sin embargo, la mitad de sus habitantes se muestran contrarios a la decisión de su canciller, Angela Merkel, de haber recibido a más de 1,1 millones de refugiados en un solo año — una cifra que rebasa ampliamente a la de todos sus homólogos europeos.
‘Es imposible encontrar el lenguaje político o un análisis lo suficientemente sobrio para explicarle a la gente lo que está sucediendo’
“Al principio me dije, por supuesto, tenemos que ayudar a los refugiados”, opina Rauber. “Claro que luego la gente empezó a entrar en el país descontroladamente. Nadie sabía cuántos eran exactamente ni si contaban con antecedentes peligrosos. Y la verdad es que esta falta de control da miedo”.
Según cuenta, la gente de Lahnau también está preocupada.
“Al principio la idea era darles la bienvenida, tal fue nuestra cultura, pero ahora, con tanta gente… hay ansiedad”, cuenta Rauber. “Cuando voy a la panadería, las clientas repiten: ‘se tienen que ir, se tienen que ir’.
El 39 por ciento de los alemanes se siente menos seguro de lo que se sentía antes de los atentados, mientras que el 57 por ciento asegura que la política de refugiados de Merkel ha fracasado. Así lo concluye una encuesta impulsada por la compañía de investigación Emnid que salió a la luz la semana pasada.
En primavera, antes de la oleada de atentados, el 73 por ciento de los alemanes encuestados aseguraron que temían al terrorismo.
El jueves pasado, Merkel emitió un discurso con la intención de sembrar la calma. La canciller sigue defendiendo su política de puertas abiertas. Durante su intervención enfatizó que el gobierno tomará más precauciones en adelante, y detalló que se ha diseñado un programa dividido en nueve etapas para garantizar la seguridad del pueblo alemán.
Merkel explicó que Alemania llevará a cabo entrenamientos antiterroristas conjuntos para la policía y el ejército, que se desplegarán más agentes en las calles, que asumirá una política de prevención y seguimiento del radicalismo, y que introducirá una cláusula para la deportación más rápida de los refugiados cuya aplicación haya sido denegada.
“Hoy sigo igual de convencida que ayer de que seremos capaces de cumplir con este desafío —el de vivir de acuerdo con nuestra misión histórica, que no es otra que superar la prueba de vivir en un mundo globalizado”, proclamó Merkel. “Se trata de una situación que nos enfrenta a un gran reto, una situación que está poniendo a prueba nuestro estilo de vida, y nuestra noción de libertad y de democracia”.
“Su objetivo principal es recuperar la confianza y extenderla entre el pueblo”, comenta Astrid Ziebarth, una experta en políticas migratorias que trabaja para la división alemana de la Fundación Marshall en Estados Unidos.
El discurso de Merkel — y la reacción popular— siguen centrados alrededor de la política de puertas abiertas para con los refugiados sirios. La política fue activada en otoño del año pasado, como respuesta a llegada masiva de refugiados desesperados que irrumpieron por distintas fronteras del país.
Pese a todo, no existe ningún vínculo directo entre la política de Merkel y los atentados. Así lo piensa Ziebarth, quien recuerda que, de cualquier modo, a día de hoy son muy pocos los refugiados que están entrando en el país, una vez que se haya consumado el acuerdo entre la Unión Europea y Turquía para impedir que los migrantes sigan entrando en Europa.
“Si observamos los últimos cuatro atentados cometidos, descubriremos que ninguno de los perpetradores llegó a Alemania bajo el plan de puertas abiertas, sino que lo habían hecho antes”, ha comentado Ziebarth en relación a la variada procedencia de los delincuentes. El adolescente que abrió fuego en un centro comercial de Munich había nacido en Alemania; mientras que los responsables de los atentados en Ainsbach, Würzburg y Reutlingen entraron en el país durante el otoño pasado.
Y pese a todo los atentados han generado una sensación de inseguridad respecto a los refugiados, un miedo del que se están aprovechando las formaciones xenófobas y de extrema derecha del país, como Alternativa para Alemania (AfD en sus siglas alemanas).
“Es imposible encontrar el lenguaje político o un análisis lo suficientemente sobrio para explicarle a la gente lo que está sucediendo”, cuenta Mario Munster, un consultor de campañas políticas radicado en Berlín que ha trabajado recientemente con los socialdemócratas. “Un año después la situación ha dado un vuelco de 180 grados: hemos pasado de vivir el verano de la bienvenida al verano del miedo y la indignación”.
La sociedad germana está profundamente dividida sobre qué hacer con los refugiados, en ausencia de un plan nacional para la integración. La búsqueda de casas, de escuelas y de trabajo para los refugiados ha sido dejada en manos de las autoridades locales. “Si hablas con los alcaldes de las ciudades, verás que son ellos quienes tienen que lidiar con el problema”, cuenta Munster. “No existe ningún plan. Los tienen en refugios, pero no existe ningún plan para encontrar soluciones a largo plazo”.
Incluso entre las mismas familias alemanas —como los Rauber— hay sentimientos encontrados.
“Yo apoyaba el plan de Merkel entonces y lo sigo apoyando ahora”, comenta Hans, el marido de Inga, un policía jubilado. Hans asegura que no se siente más ansioso después de los últimos atentados. “Creo que se puede anticipar que va a haber atentados — es la reacción natural a la exclusión”, explica en alusión a la falta de adaptación de algunos a la sociedad alemana. Mientras la hija de los Rauber, Mona, se ha interesado de tal manera en la causa de los refugiados, que ahora mismo les está dedicando la tesis de su maestría en Berlín.
Y en el otro lado de la balanza están todos aquellos alemanes que están en contra de la migración y que han expresado su rechazo contra los nacidos en Oriente Medio.
‘Muchos están muy asustados porque esto les parece demasiado’
“Llegaron demasiados. Uno de los problemas es que no podemos seguir financiándoles”, explica Katrin, que dirige una agencia inmobiliaria en el Berlín Oriental y que habla a condición de que no empleemos su apellido. “Anunciamos vacantes laborales y nos mandan a turcos, a árabes. Pero no han venido a trabajar, solo han salido durante un par de horas porque les parece que trabajar es demasiado duro… o demasiado envilecedor para ellos”.
“Hay mucha gente muy asustada”, cuenta en relación a sus compañeros alemanes. “Simplemente, todo esto es demasiado”.
Y mientras tanto, los refugiados se encuentran ante un amalgama de lo más diverso de actitudes. Algunos, de hecho, ya no saben si les conviene desvelar su procedencia cuando hablan con desconocidos.
“Cuando conozco a alguien procuro no contar que soy refugiado de buenas a primeras. Así se quedan más tranquilos. Si lo digo al principio, igual se asustan”, cuenta Zain Hazzouri, un sirio de 22 años que migró a Berlín después de huir de Alepo hace 10 meses. “Los perpetradores hicieron lo que hicieron n porque sean refugiados, sino porque eran psicóticos”.
Pese a todo, Hazzouri podría ser considerado como un ejemplo intachable de integración. Acude a diario a clases para aprender alemán, unas clases que le paga el estado. Además, se está preparando para estudiar ingeniería informática en la universidad de Berlín, y ha hecho un puñado de amigos alemanes.
“Aquí me siento muy tranquilo porque Berlín es una ciudad multicultural y hay muchas nacionalidades distintas”, relata. “No es que me sienta como en casa, pero lo cierto es que tampoco me siento extranjero”.
A Mohammad Al-Asri, que también ha desembarcado recientemente en Berlín procedente de Siria y que está estudiando clases intensivas de alemán, le preocupa que los atentados “perjudiquen a todo los refugiados del país”.
“Vinieron aquí, consiguieron todo lo que buscaban. ¿Cómo es posible que hayan hecho algo así?”, se pregunta sobre los perpetradores Al-Asri, un joven de 22 años. “La verdad es que no hay ningún otro país como Alemania donde existan tantas posibilidades para empezar con una vida nueva”.
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