“Uy… ¡ahí están los que te van a romper tu madre!”, le dijo un vecino a Aoztoc mientras rayaba su nombre sobre un muro de Arabronx. “No pasa nada…”, respondió y continuó. Al voltear, su vecino huía mientras un hombre se quitaba la camiseta y se acercaba. “¡Ya! ¡Rómpele su madre!”, exclamó un fisgón a lo lejos.
Aoztoc comprendió que en la calle y en el graffiti hay reglas. La primera: no encimar tu nombre sobre el de alguien más o encontrarás broncas. “¿Tú qué? ¿Pintas?”, lo abordó el líder. Aoztoc sudó y en vez de golpes consiguió un nuevo crew.
Videos by VICE
Conoció a todos por sus apodos. Se reunían por las noches. Con lata en mano pintaban por avenida Tlalpan, Eje Central y de regreso. Plasmaban su tag o bomba, letras rellenas de colores y fusiones de nombres. Aprendió a hacer plumones y válvulas con nuevas técnicas, usando agujas de jeringas, cutters y otros objetos como lociones.
Dos o tres se subían a los espectaculares. Los que caían se quebraban. A otros, durante las riñas, los picaban. Aoztoc, que soñaba con ser muralista, se contenía.
Cuando desde las alturas le gritaban “¡vas! ¡Sube!”, se negaba. “Desde aquí los veo…” respondía. De intentarlo, su cuerpo se transformaba. Comenzaba a sudar, a temblar y el vértigo lo interrumpía.
En los vuelos era igual. Ansiedad. Estómago mal. “No pasa nada”, lo convencía su familia, “es más probable que se estrelle un camión, que te atropellen o que un barco se hunda”.
Pero se imaginaba cayendo y era como morir ahogado. Desesperado. Sentía un hoyo en el estómago y temblaba. “Cuando te toca, ni aunque te quites, y cuando no, ni aunque te pongas”, recordaba las palabras de su abuela. Respiraba, se calmaba y dejaba llevar. Sabía que era algo mental, algo creado.
Nunca lo agarraron. El miedo era caer. Por coraje subió a pintar un letrero de cinco metros. Luego probó más alto con andamios, arneses y temblaba más. “Tranquilízate o los trazos te saldrán chuecos”, se repetía para concentrarse y olvidar el vacío.
“Soy artista, pintor y temo a trabajar desde las alturas, en gran formato, sobre grúas…” confesó Aoztoc en una página de Samsung y lo invitaron al cierre de su campaña internacional en Nueva York.
La idea era combatir los miedos con realidad virtual. Enfrentarlos. Aoztoc, que nunca había asistido a terapias ni al psicólogo, probó y al poco tiempo logró subir andamios y mejorar sus trazos.
“¿Y qué se siente?”, preguntó Aoztoc a una compañera antes de abordar un helicóptero sin puertas que sobrevolaría Manhattan. “Padrísimo”, respondió la chica cuyos miedos se enraizaban en el suelo y no en el cielo.
Aoztoc esperó su turno. Las manos le sudaban y se le retorcían. Después del despegue no podía gesticular ni respirar. El viento en la cara no se lo permitía. “Me voy a morir”, pensaba. Debía enfrentar y despedazar el temor pues su razón concluía que era pura sugestión.
Tomando fotos se tranquilizó. Poco a poco comenzó a sentir sus pies y a dejar de temblar. Luego los columpió. Observaba al piloto y recordaba que había que temer más a los vivos más que a los muertos. Luego, cambiando de posición, se soltó más. Aparte de la altura, lo que más le sorprendió de la ciudad fue su multiculturalidad.
“Recuerda que a donde fueres, haz lo que vieres”, le decía su padre para tranquilizarlo cuando de niño visitaban su estudio por la colonia Guerrero.
Con los años, Aoztoc se ha convencido de que el miedo se aprende. Lo ha observado, es como una actitud que algunos adoptan, pues “si te ven seguro estás a salvo”. Lo ha aprendido en las calles, caminando, pues “el miedo apesta” concluye. “Como los perros” diría su padre.
Conoce más del trabajo de Aoztoc aquí y en su cuenta de Instagram.
Este texto es una colaboración entre VICE y Samsung. Lee más sobre miedos y cómo superarlos aquí.