Aquí viene la patrulla de seguridad del poder blanco


Miembros de la Unión de Estudiantes Blancos; de izquierda a derecha (accedieron a participar con la condición de que usáramos únicamente su nombre de pila): Sean, Ken, Paddy, Matthew Heimbach, Addie y Shayne.

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atthew Heimbach insiste en que él no es racista. Esto le supone una sorpresa a sus compañeros estudiantes de la universidad de Towson, en la periferia de Baltimore, donde Matthew ha formado un grupo, la Unión de Estudiantes Blancos (White Student Union, WSU), que aboga por las “personas de herencia europea”, lo que la mayoría de nosotros llama “gente blanca”. También les resulta sorprendente a los estudiantes afroamericanos que se sienten objetivo de las patrullas nocturnas que este graduado en Historia empezó a dirigir en marzo. Las patrullas tienen como presunto objetivo a los “depredadores negros”, escribió Matthew en la web de la WSU, citando (entre otros) el caso de un hombre afroamericano que sacó un cuchillo y su pene y meneó ambos ante una pareja mixta que estaba copulando en un aparcamiento. “Los hombres blancos sureños”, dejó escrito, “hace mucho tiempo que fueron llamados a defender sus comunidades que las fuerzas de la ley y el estado parecen reacias a proteger a nuestra gente”.

   También a Duane Davis le sorprende que Matthew afirme no ser racista. “Tú eres un puto racista gordo”, le dijo a Matthew este desastrado hombre con rastas un soleado martes de abril. Había en marcha una manifestación organizada por la Asociación Gubernamental de Estudiantes y la Unión de Estudiantes Negros [Black Students Union, BSU]. En un campo detrás de Duane y Matthew, unos cien estudiantes protestaban contra la WSU con una competición de poesía, leyendo con un micrófono poemas sobre la unidad. Cuando Matthew apareció a un lado de la multitud, una docena de manifestantes fueron a encararse con él. Debajo de la fachada de un parking, había una pancarta desdoblada en la que se leía, wsu gtfo (White Student Union Get the Fuck Out – Unión de Estudiantes Blancos Largaos de Aquí).

   “No hay necesidad de insultarme”, le dijo Matthew a Duane, que parecía a una mala réplica de distancia de darle un puñetazo al joven de 21 años.

   “He matado a gente”, dijo Duane. “En defensa propia… pero he matado a gente”.

   Matthew tiene el aspecto de alguien de quien hubieran abusado toda su vida: hincha el pecho para esconder su prominente barriga, lleva unas cutres gafas baratas y ese día lucía lo que vagamente parecía una camiseta de Morrissey.

   “¿Quién es ese de la camiseta?”, dijo Duane dándole a Matthew un golpe en el pecho. Los espectadores se inclinaron para oír la respuesta. “Ian Smith”, dijo Matthew antes de desgranar la biografía del antiguo primer ministro de Rhodesia, un supremacista blanco que se resistió a poner fin a la dominación blanca en los años 60. “Es uno de mis héroes”.

   Una mujer esbelta con un dashiki interrumpió. “Si te estuvieras muriendo y necesitaras un transplante de corazón”, le preguntó, “¿aceptarías el de una persona negra?”

   Matthew se quedó en silencio. Esbozó una incómoda sonrisa. Se oyó a alguien recitando al micrófono la letra de “Give Peace a Chance”, de John Lennon.

   “No necesita un corazón negro”, dijo Duane. “¡Ya tiene uno!”


Los participantes en una “manifestación por la unidad” en el campus de Towson les envían un mensaje a Matthew y compañía: “Unión de Estudiantes Blancos Largaos de Aquí”. Foto de Iram Nayati

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esde que empezara con las patrullas nocturnas, Matthew se ha convertido en el pálido rostro público del odio en el campus. Sabe cómo cortejar a los medios, y lo prueban los segmentos que han aparecido sobre él en CNN, CBS, el Thom Hartmann Program y casi cualquier blog de noticias. Así pues, ir a Maryland y conocerle a él y a sus turbios “camaradas” entraña el riesgo de darle aquello que más quiere aparte de su propia Rhodesia: atención. Lo que sucede es que las noticias han tratado hasta ahora al estudiante como una vil curiosidad antes que lo en realidad es –el posible futuro del racismo organizado en Norteamérica–, de modo que nos dijimos, qué demonios, vamos a entrevistarle.

  “Yo odio a Hitler”, me dijo Matthew en su apartamento, en un barrio afroamericano de Baltimore a quince millas del campus de Towson. Le ofende que le clasifiquen como “racista” o “supremacista blanco”, dijo, y desprecia al KKK y las organizaciones neonazis. “Son solo matones de baja estofa intentando sentirse mejor. Francamente, son embarazosos”.

  Sorbiendo café en una taza esmaltada con la bandera confederada, Matthew explicó que él es parte de un movimiento académico de “realistas de la raza” que han cambiado el quemar cruces por títulos universitarios y chaquetas de tweed. Fluctúan entre diversas ideologías, pero la más popular es el identitarianismo (un término usado sobre todo en Europa) y el realismo racial, nombres intercambiables para la gente que cree que ser blanco es tan motivo de celebración como ser negro o tener cualquier otra identidad. “Defendemos un amor positivo a nuestra gente”, me dijo Matthew, “pero también el respeto a cualquier otra… Esa es la diferencia clave [entre ellos y grupos como el Klan]. El amor nos llevará mucho más lejos que berrear epítetos raciales a través de un megáfono”. Según Matthew, el identitarianismo y el realismo racial rechazan el poder blanco pero aceptan el orgullo blanco basándose en que si el orgullo es algo bueno para un grupo, entonces lo es para cualquier otro. “En América nunca vas a llegar a ninguna parte ondeando una bandera con una esvástica”, dijo.

  Matthew formó su primera Unión de Estudiantes Blancos cuando todavía iba al instituto, en el pueblo rural de Poolesville, Maryland, después de que la escuela intentara la integración. “Antes había unos, digamos, tres chicos negros”, dijo. Pero el grupo no se convirtió en una realidad hasta varios años más tarde, cuando en agosto de 2012 Matthew organizó a simpatizantes en Towson y alistó a un profesor conservador como consejero. Pasaron en buena medida desapercibidos hasta que uno de sus miembros, Scott Terry (que no es estudiante en Towson) apareció el pasado mes de marzo en la televisión nacional en la Conferencia de Acción Política Conservadora. Scott le contó a K. Carl Smith, el fundador negro de los Republicanos de Frederick Douglass, que Frederick Douglass debería haberle estado agradecido a su amo por “alimentarlo y darle un techo”. Jon Stewart pasó el vídeo en The Daily Show y arremetió contra Scott. Su consejero pronto les retiró su apoyo y la universidad les denegó reconocimiento oficial, pero el grupo, como resultado, creció: según Matthew, ahora tiene supuestamente 50 miembros. También ha ayudado a crear grupos similares en otros campus, más recientemente en la universidad de Indiana, en Bloomington (aunque activistas antirracismo han clausurado desde entonces esa sección).

  Cuando le pregunté a Matthew cómo se sentía respecto a la presidencia de Obama, dijo, “No me entusiasma, pero no porque sea afroamericano”. Me explicó cómo, para él, las dos victorias presidenciales de Obama subrayaban el decreciente poder en EE.UU de los votantes varones blancos. Señalando las predicciones de la Oficina del Censo de que, para el año 2040, los blancos ya no serán una mayoría (aunque sí seguirán siendo el grupo racial más grande), dijo que, debido a los cambios demográficos en todo el país, la derrota de Mitt Romney en las elecciones de 2012 mostraba que “ya hemos perdido la capacidad de elegir a un presidente. Mitt Romney obtuvo el 60% del voto blanco. Hace diez años, si obtenías el 60% del voto blanco alcanzabas la presidencia. Ahora ya no es suficiente. El cambio demográfico nos revela el hecho de que ya no tenemos la capacidad a nivel nacional de decidir por nosotros mismos”. Estaba claro que su empleo de “nuestro” y “nosotros” no incluía a los norteamericanos no caucásicos.

  Según Mark Potok, director del SPLC [Southern Poverty Law Center], esta misma apreciación ha alimentado un reciente auge de la actividad supremacista blanca: desde 2008 se ha dado un incremento del 800 por ciento de lo que él llama “grupos patriotas”, muchos de los cuales se han armado contra el gobierno, y se ha duplicado el número de los grupos de odio. Cita como factores de motivación la presidencia de Obama y la recesión económica. “Todo consiste en capitalizar el descontento”, me explicó Mark. “Heimbach basa su política en un ambiguo lenguaje de resonancias cristianas diseñado para hacer el mensaje racista aceptable para los blancos jóvenes, desarraigados e ignorantes en los campus universitarios o donde sea”. El SPLC incluyó recientemente a Matthew en su lista anual Hatewatch.

  El fin de semana posterior a mi primera visita a Towson, en una conferencia que ofreció American Renaissance a las afueras de Nashville, Tennessee, el tema de la victimización blanca estuvo siempre presente, al igual que los cada vez más jóvenes seguidores del movimiento. American Renaissance lo fundó en 1990 Jared Taylor, un académico educado en Yale que había enseñado japonés en Harvard y dirige también una organización separatista blanca llamada New Century Foundation. Jared ha sido quien ha dado gran parte de su peso intelectual al identitarianismo y el movimiento del realismo racial publicando libros, rebosantes de dudosas estadísticas, en los que sostiene que los negros son menos inteligentes que los blancos y más propensos a cometer crímenes, aunque sin embargo ha vetado a neonazis y negacionistas del Holocausto en su grupo. Él es pro-Israel y pone a Japón (donde él nació) como un ejemplo exitoso de estado étnicamente homogéneo, ya que cree que los japoneses son más “avanzados” –tanto a nivel genético como social– que los blancos. Pero, en la conferencia, Jared, que se parece un poco a Ted Danson y se pirra por los abrigos deportivos cursis y las camisas abotonadas hasta el cuello, abandonó su tono educado para lanzar un mensaje más incendiario. Cuando le preguntó a las cerca de 150 personas cuántas de ellas era la primera vez que acudían, más de la mitad levantó la mano. Explicó, desde una plataforma, el objetivo último de sus esfuerzos. “Queremos una patria donde seamos mayoría”, dijo. “Tenemos un gobierno de traidores… A la gente blanca que expresa su deseo de una patria se la acusa de propagar el odio”. Acabó su discurso entre aplausos: “Pensad en la secesión… Pensad en ciudades natales. Tenemos que construirlas nosotros mismos. La primera ley es la supervivencia. No tenemos más opciones que seguir luchando”.

  Matthew había volado desde Baltimore para estar presente. Se puso en pie e hizo una pregunta. “El gobierno federal va a continuar con el genocidio de nuestra gente”, dijo. “¿Dónde podríamos ir? ¿Cuál es la mejor forma de crear una patria?”

  “Se creará ella misma de forma orgánica de modos que no podemos predecir”, respondió Jared. “La rabia blanca puede explotar en sitios de los que ni hemos oído hablar”.


Matthew Heimbach y Duane Davis discuten durante la manifestación por la unidad. Foto de Iram Nayati

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na semana más tarde salí de patrulla nocturna con la Unión de Estudiantes Blancos. “Es el aniversario del asesinato de Lincoln”, les dijo un jovial Matthew a los cinco miembros de la WSU que se presentaron. Hasta entonces, ningún reportero había conocido a otros miembros del grupo, y tras repetidas cancelaciones para salir de patrulla, yo me había empezado a preguntar si en realidad existirían. Pero aquí estaban. “Vamos a dedicarle unos aplausitos al asesinato de Lincoln”, dijo Matthew guiando a los patrulleros con su ejemplo antes de que el grupo se pusiera en marcha por el campus de ladrillo y hiedra.

  En la procesión participaban un joven skinhead llamado Paddy y su prometida, Addie, que dijo sentirse feliz por ponerle “un rostro femenino al movimiento”. Había un hombre de cuarenta y tantos años llamado Ken, que había venido en coche desde Delaware para deambular por Towson en busca de revoltosos “criminales negros”. Completaban la patrulla Sean, que apenas me dijo una palabra en toda la noche, y Shayne, que se describió a sí mismo como un “cowboy”. (Curiosamente, cuando más adelante comprobé con una responsable de la universidad el estatus estudiantil de aquellas personas, me dijo que ninguno, excepto Matthew, era estudiante en Towson, aunque esto no lo pude confirmar, siendo posible que la universidad simplemente quisiera distanciarse del grupo). Los patrulleros iban equipados con esprays de pimienta y linternas.

  Hice una pregunta obvia: ¿Qué clase de crímenes habían evitado en patrullas anteriores?

  “Lo peor que nos hemos encontrado hasta ahora”, dijo Matthew, “fueron unas chicas de una fraternidad que se habían desmayado por beber demasiado. Las metimos en taxis y las acompañamos hasta sus dormitorios”.

  Eran las 9 de la noche de un lunes y había un buen número de chicos en el exterior, jugando a softball o dirigiéndose a la cafetería. El campus estaba bien iluminado. Dimos unas cuantas vueltas, pero parecía muy improbable que viéramos algún crimen siendo cometido, y al cabo de una hora Matthew tuvo una idea. “Vamos a hacerles una visita a nuestros hermanos de la Unión de Estudiantes Negros”.

  En el despacho de la BSU, en un gran edificio de ladrillo en el centro del campus, había tres estudiantes afroamericanos tecleando en sus ordenadores portátiles. Fruncieron el ceño cuando entró Matthew. “Soy Matt Heimbach, de la Unión de Estudiantes Blancos”, dijo luciendo una sonrisa de político, “y sólo nos hemos pasado para invitaros a patrullar el campus con nosotros”.

  “No, gracias”, respondieron con tono suave. “Tenemos deberes que hacer”.

  Unos días antes, yo había entrevistado al antiguo vicepresidente de la BSU, un estudiante de último año llamado Ignacio Evans. “Estar sentado en un aula con Matthew es como poner a Hitler en una clase con judíos”, me contó Ignacio, que el semestre pasado había asistido a un curso de historia japonesa moderna con Matthew. “Así es como te sientes metido en un aula con alguien que sabes que odia que existas”. Cuando le pregunté acerca de las patrullas nocturnas, dijo, “Los supremacistas blancos no necesitan hacer ruido. Si te presentas con una túnica con capucha, yo me asusto. Mi problema con la Unión de Estudiantes Blancos es que son un reflejo de eso… Es incómodo ser un varón negro hipermasculino y sentir miedo en el campus cuando ves a esa gente”.

  Cuando en febrero Matthew anunció por vez primera las patrullas en la web de la WSU, las justificó como una respuesta a una “ola de criminalidad negra”. Pero las estadísticas de crímenes locales demuestran que esa afirmación es ficticia. Con solo seis delitos cometidos por cada mil estudiantes, la tasa de criminalidad en el campus de Towson es la más baja en 17 años. En siete de los últimos diez años, Towson apareció como el campus público más seguro de todo el estado de Maryland. Por supuesto, esas estadísticas no vienen al caso: las patrullas no son una honesta medida de seguridad tanto como un cruce entre un truco publicitario y un intento de darle un rostro limpio de servicio comunitario a lo que en realidad son prejuicios: la patrulla de seguridad del orgullo blanco está aquí para limpiar tu campus.

  Esta es también la estrategia del identitarianismo y el realismo racial: tratar, mediante una eugenesia embellecida y una retórica resbaladiza, de reinventar el racismo en el siglo XXI. Es improbable que logren convencer a la mayoría de estudiantes y profesores (o periodistas), pero ese no es el quid de la cuestión. El movimiento está dirigido a blancos sin recursos económicos que pueden sentirse amenazados por las minorías o sentir hostilidad hacia ellas pero sin pensar necesariamente en sí mismos como racistas con todas las letras. “La única diferencia entre Matt y el Ku Klux Klan”, me dijo Ignacio, “es que Matt es políticamente correcto y cree de verdad que los blancos están siendo víctimas. Si dejas eso aparte, son exactamente lo mismo”.


Empezando la patrulla nocturna con una lectura de la Biblia y un discurso: “Unidos seremos capaces de despertar a un nuevo amanecer de justicia y rectitud”.

  Fuera del despacho de la Unión de Estudiantes Negros han aparecido una docena más o menos de chicos de una fraternidad. Si Matthew y los suyos se sentían decepcionados por que los estudiantes negros no hubieran querido conflictos, algunos de estos chicos parecían estar dispuestos a dárselos. “Matthew pretende simular que no es un racista”, siseó un chico de rostro colorado vestido con un blazer azul, “pero esta no es la forma de conseguirlo. Estás extendiendo un mensaje de odio, y a mí esto me cabrea”.

  “¿Es porque odias a la gente blanca?”, preguntó Matthew.

  “¡Es porque eres un racista!”, le gritó el chico.

  Una docena más de hermanos de Alpha Epsilon Pi llegaron al lugar. La patrulla nocturna parecía nerviosa. Pero entonces, en vez de moler a palos a Matthew y los suyos, los chicos de la fraternidad se llevaron al de rostro colorado a un aula y cerraron de un portazo.

  “es divertido”, dijo Matthew, evidentemente aliviado, cuando se marcharon. “Los de las fraternidades suelen ser los primeros en hacer chistes de negros cuando están a solas”.

  Sin embargo, el verdadero clímax de esa noche llegó media hora más tarde, cuando seguimos un laberíntico camino al aire libre al que llaman la Pasarela Internacional. A lo largo del camino cuelgan banderas de todos los países de donde proceden los estudiantes de Towson; cuando pasamos por delante de la enseña de la República Popular China hinchada por el viento, Paddy, obedeciendo a una señal de Matthew, detuvo la patrulla. Quería dar un discurso. La Unión de Estudiantes Negros, los de la fraternidad, la bandera comunista… parecían haberle exasperado.

  “Nos estamos dirigiendo a la disolución de los Estados Unidos”, le dijo Paddy a sus colegas de patrulla. “Pero, en cierto sentido, esto podría ser lo mejor ya que es posible que condujera a un etno-estado blanco. Eso es en definitiva lo que queremos. Queremos un etno-estado para nuestra gente, una nación-estado fuerte bien defendida pero en paz con el mundo”.

  “¿Qué criterio de ciudadanía tendría este etno-estado?”, interrumpí.

  “Voy a dar un paso al frente y decirlo”, dijo Paddy. “El criterio de ciudadanía estaría basado en la raza. Estaría basado en [ser] blanco. Absolutamente. Al ciento por ciento”.

  Me giré hacia Matthew. En el calor del momento, el grupo parecía estar abandonando su tono comedido. Y Matthew también se sentía arrebatado. “Si hay gente blanca… que quiere seguir en esta fosa séptica multicultural”, dijo, “dejémoslos. No los queremos. Dejad que nos ocupemos de nuestros asuntos. Dejadnos defender a nuestra propia gente y crear nuestra propia nación y nueva patria para los europeos de todo el globo. Dadnos una patria, y si queréis anegaros vosotros mismos y a vuestros hijos en el río del multiculturalismo, podéis hacerlo”.

  Tras eso, de camino al parking para coger nuestros coches y dar por terminada la noche, finalmente presenciamos un delito. Avistamos a tres estudiantes blancos en un oscuro callejón, obviamente en medio de un trapicheo de drogas.

  “Mirad eso”, dijo Paddy mientras observábamos la transacción.

  “Y todo el mundo dice que no se cometen delitos en Towson”, dijo Matthew sacudiendo la cabeza. “Este no es un campus seguro”.

  “¿Qué vais a hacer?”, pregunté.

  Nadie intervino.

FOTOS DE JACKSON FAGE.

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