Asesinan a campesinos en Colombia por sus tierras


Campesinos protestando contra los desalojos del gobierno en Catatumbo, Colombia.

Una caliente mañana de julio me encontraba vagando por un camino en el hermoso campo colombiano. Yo estaba allí como parte de una delegación de la ONG internacional Justicia por Colombia, nos sacudíamos en las carreteras prácticamente inutilizables, sobre baches enormes, y puentes oxidados, un ejemplo de la falta de voluntad del gobierno para invertir en sus regiones rurales que están habitadas en su mayoría por campesinos.

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A las 7AM el autobús se detuvo y desembarcamos, sin darnos cuenta de lo que nos esperaba. Nos recibieron por lo menos 60 campesinos alineados en ambos lados de la carretera. Estaban de pie, con el puño izquierda levantado, mano derecha detrás de la espalda, pidiendo justicia al unísono. Subimos caminando la carretera bajo el sol de la mañana, haciendo una pausa de vez en cuando para extenderles la mano y junto a ellos hacer eco de sus gritos de “¡Viva!”

Esta es la región de Catatumbo, y los campesinos son sus habitantes más pobres. Por el momento, Catatumbo es el frente de la guerra civil de Colombia, una guerra que no ha concluido, no importa lo que la secretaría de turismo del país te pueda decir.

Unas semanas antes de nuestra llegada, las fuerzas de seguridad se manifestaron y abrieron fuego contra una protesta de campesinos, matando a cuatro personas e hiriendo a 50. El tipo de balas que las autoridades utilizan son de expansión, lo que significa que las extremidades explotan y tienen que ser amputadas. El gobierno colombiano prometió una investigación sobre abusos de los derechos humanos en Catatumbo, pero la represión no ha desanimado a los residentes de la región, realmente son las personas más valientes que he conocido. A pesar de la amenaza de muerte por parte de las fuerzas de seguridad, durante nuestra visita miles de campesinos bloquearon el camino hacia la capital de la región, tomando turnos para asegurarse de que ningún vehículo pueda pasar.

Cuando se trata de la guerra civil colombiana, la mayoría de la gente se imagina una disputa entre pandillas rivales, cada una compitiendo para ser quien atasque la mayoría de cocaína por las narices de los banqueros de Londres y los party DJs de Miami Beach. Sin embargo, mientras que la cocaína tiene un rol en el conflicto, de ninguna manera es el problema principal. La raíz de los problemas del país en realidad recae en el tema de la tierra y la inclinación del Estado para vender las tierras de los campesinos a empresas multinacionales, que las explotan por sus recursos como el petróleo y el oro. Desafortunadamente para esas corporaciones —que ya poseen un 75 por ciento de la tierra en algunas regiones— los campesinos se oponen a abandonar el territorio que han pasado décadas y que es su hogar. Entonces, ¿cuál es la solución? Simple, correr a los campesinos.

Esta política es por lo menos parte de la razón por la cual Colombia es actualmente el hogar de cinco millones de personas desplazadas, que representa más del diez por ciento de toda la población y es el número más alto de cualquier país del mundo. Y estas personas no siempre son expulsadas ​​pacíficamente, si el ejército no los intimida (cuando yo estuve en Colombia, conocí a campesinos que me dijeron que para intimidarlos, el ejército defecaba en sus pilas de agua), en su lugar los paramilitares tienen una tendencia a manifestarse y masacrarlos. En su afán por conseguir tierras para cultivar narcóticos y el contrabando de municiones, estos paramilitares básicamente actúan como escuadrón de la muerte extrajudicial.

Según el informe de la ONU de 2012, cerca de 20 mil personas han desaparecido en Colombia por paramilitares y el ejército está siendo investigado actualmente por 4,716 ejecuciones extrajudiciales de civiles. Como era de esperar, las demandas de los campesinos de Catatumbo giran principalmente en torno a la protección de sus tierras. Ellos están pidiendo una zona de reserva campesina, que les daría derecho a la tierra, como las de muchas comunidades indígenas de América Latina.

Según ASCAMCAT, un sindicato agrícola de Colombia, la propuesta de una zona de reserva campesina proporcionará oportunidades de agricultura en pequeña escala a más de 80 mil campesinos. Es un idea falsa que los campesinos son simplemente personas pobres que no pueden permitirse el lujo de vivir de otra forma, la vida del campesino es prolífica en cultura y patrimonio, y muchos consideran que su forma de vida —por muy difícil que sea— como una tradición valiosa que merece a ser protegida.

Los campesinos también exigen el derecho a cosechar cultivos alternativos a la coca ilegal, de la cual se hace la cocaína. Por el momento, es imposible ganarse una vida cultivando productos alimenticios debido a que las importaciones extranjeras son tan baratas y la falta de carreteras o la infraestructura que hace que los costos de transporte sean caros. Los campesinos son cada vez más dependientes de coca, y el ejército quema todos sus cultivos, dejándolos aún más en la pobreza.

Situaciones semejantes a las de Catatumbo están sucediendo por todo Colombia, pero la región se ha convertido últimamente en una situación fulminante debido a la magnitud de resistencia allí. Como resultado, no es ninguna sorpresa que los campesinos de Catatumbo han hecho un enemigo en el gobierno, que insiste en que las protestas han sido infiltradas por las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC), una guerrilla que ha estado luchando contra el gobierno colombiano y los paramilitares durante la mayor parte de los últimos 50 años. El gobierno llama terroristas a los campesinos, pero cuando yo estaba en Catatumbo, no vi evidencia de eso. Los campesinos parecían como la gente común, muchos de ellos adolescentes, que declararon no haber disparado un solo tiro a las autoridades. Como un campesino dijo: “Si fuéramos terroristas con acceso a armas, ¿por qué habríamos de luchar contra el ejército con palos y piedras?”

Es un gran argumento que el gobierno no quiere ocultar. El día antes de salir a Catatumbo, el ministerio de Defensa de Colombia nos quiso intimidar para cambiar de opinión. Recibimos varios correos electrónicos y nos invitaron a una reunión personal, donde nos advirtieron que nuestra seguridad entre los campesinos no podía ser garantizada.

Pero esa fue una mentira, la mayor amenaza a nuestra seguridad era la temperatura creciente. Nuestras interacciones con los campesinos consistían principalmente en almorzar juntos y bailar salsa, nada como el frente de Jabhat al-Nusra. Sin embargo, el gobierno continúa con su difamación; el líder del sindicato campesino, César Jerez, es personificado en la prensa colombiana como una especie de Bin Laden latino. Cualquier persona con una conciencia mínima en materia de derechos humanos debe estar alerta sobre lo que suceda con él en los próximos meses.

Por fin transcurría la tarde, la temperatura bajó, y los campesinos volvieron al trabajo. A medida que tomábamos la carretera de regreso a casa, nos enteramos de que los campesinos accedieron a levantar el bloqueo de la carretera en respuesta a que el gobierno aceptó ceder en negociaciones. Aunque ese paso no pareció haber detenido el conflicto, unos días después, la policía regresó a la región y cometió más violencia, que condujo a la hospitalización de un periodista de la prensa alternativa de Colombia.

En el aeropuerto, cuando iba de regreso a Bogotá, vi un espectacular del Ministerio de Comercio, Industria y Turismo de Colombia, que después de estar en Catatumbo, me parecía un chiste, decía: “Colombia: el único riesgo es que te quieras quedar”.

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