Era la medianoche del lunes, 11 de abril de 2016, en la pequeña localidad mercantil de Spalding. El joven de catorce años Lucas Markham se dirigía a la Avenida Dawson, donde se encontraba la casa de su novia, Kim Edwards. En la mochila, enrollados en una camiseta negra, llevaba cuatro cuchillos de cocina.
Una vez en la parte trasera de la casa, Lucas trepó al techo de un cobertizo y dio tres golpes con los nudillos en el cristal la ventana de la habitación de Kim. Esperó, pero al poco se dio cuenta de que la joven, también de 14 años, estaba profundamente dormida, así que Lucas volvió a casa solo.
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Regresó la noche del día siguiente, volvió a golpear en la ventana de Kim y, nuevamente, la joven no lo oyó.
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En la noche del tercer día, miércoles, Kim oyó la llamada de Lucas y le franqueó la entrada por la ventana del baño. Una vez dentro, Lucas le preguntó: “¿Estás segura de que quieres hacerlo?”.
“Le dije que sí”, declararía Kim posteriormente a la policía, “pero al final, no fui capaz y lo hizo él”.
Kim esperó en el baño y Lucas se dirigió hacia el dormitorio de Liz, la madre de Kim, de 49 años. En ese instante, Kim se percató de que se habían desviado ligeramente del plan que tan metódicamente habían elaborado. “Quítate los zapatos”, le susurró.
Lucas llegó a la cama de Liz sin despertarla y a continuación le asestó ocho puñaladas. Las dos primeras, dirigidas al cuello, seccionaron casi por completo la tráquea de la mujer, que se despertó e intentó defenderse mientras Lucas le propinaba otras cinco puñaladas en las manos.
Luego, el joven se subió encima de la mujer e intentó asfixiarla poniéndole una almohada sobre la cara. En sus declaraciones a la policía, Lucas dijo que Liz le arañó la “cara, la espalda y el culo” en su intento por zafarse.
Lucas llegó a la cama de Liz sin despertarla y a continuación le asestó ocho puñaladas. Las dos primeras, dirigidas al cuello, seccionaron casi por completo la tráquea de la mujer, que se despertó e intentó defenderse
Kim entró en la habitación en mitad del forcejeo. Había sangre por toda la cama y las paredes. Lucas le ordenó que cerrara la puerta. La niña se acercó a la cama y la mano de su madre, estirada hacia ella con un gesto desesperado, se encontró con la suya.
“Estaba luchando”, recordó Kim más tarde. “Tenía la mano estirada y se la cogí. Luego me di cuenta de que era su mano, la solté inmediatamente y me acurruqué en el suelo, junto a la puerta. Me dije a mí misma, Respira, porque estaba a punto de sufrir un ataque de pánico. Me temblaban las piernas. Luego empecé a caminar de un lado a otro y a repetir, ‘Todo va a salir bien, relájate. Pronto se va a acabar’. Después de diez minutos, durante los que Lucas estuvo apoyando todo su peso sobre ella, finalmente murió. Ya no se resistía, pero de debajo de la almohada se oía un gorgoteo. Creo que en ese momento pregunté si estaba muerta”.
Lucas le buscó el pulso a la madre de Kim. Tras asegurarse de que estaba muerta, los dos niños se dirigieron a la habitación de al lado, que Kim compartía con su hermana de 13 años, Katie. Allí, Lucas repitió la misma escena, apuñalando a la joven repetidamente en la garganta y luego asfixiándola con una almohada. Kim recuerda oír las últimas palabras de su hermana: “No puedo…”, dijo en un grito ahogado, “con una voz que daba miedo… como muy rasgada”, según cuenta de Kim.
“Tenía la mano estirada y se la cogí. Luego me di cuenta de que era su mano, la solté inmediatamente y me acurruqué en el suelo, junto a la puerta. Me dije a mí misma, Respira, porque estaba a punto de sufrir un ataque de pánico” — Kim Edwards
La pareja se dio un baño para limpiarse las manchas de sangre. Cuando hubieron terminado, arrastraron el colchón de Kim al piso de abajo, frente al televisor, comieron galletas de té y helado, practicaron sexo y vieron tres películas de Crepúsculo seguidas. Por este último detalle, los medios de comunicación los bautizaron como los “asesinos del crepúsculo”.
Los jóvenes habían acordado suicidarse a las dos de la tarde del día siguiente. Kim escribió una nota que decía: “Quiero que se esparzan mis cenizas y las de Lucas en nuestro lugar especial. De parte de Lucas y Kim. Ya no nos importa nada una mierda”. Sin embargo, cuando llegó la hora acordada, cambiaron de idea y prefirieron ver una cuarta entrega de la saga Crepúsculo.
Kim y Lucas estuvieron 36 horas encerrados en la casa. La policía, alertada por el profesorado de su colegio de que no habían acudido a clase, finalmente entró a la fuerza a través de una ventana del piso de abajo y encontró a la pareja tapada con un edredón.
Los agentes preguntaron a Kim dónde estaba su madre. “Arriba”, fue la respuesta de la joven.
Preguntaron a Lucas qué le había pasado a la mujer. “¿Por qué no subís y lo veis?”, repuso.
La razón que alegaron Lucas y Kim para justificar lo que hicieron destaca por lo banal que resulta. Kim creía que su hermana, Katie, era la favorita de su madre. Aseguraba que Katie “acaparaba toda la atención” y que había apartado a su madre de su lado.
Cuando Kim tenía ocho años, en una discusión su madre perdió los papeles y golpeó a la joven en la mandíbula. A partir de aquel episodio, las dos hermanas fueron puestas bajo la tutela de una familia de acogida durante cuatro meses y luego volvieron con Liz. Pero las desavenencias entre Kim y su madre no cesaron. El sábado antes de los asesinatos, habían discutido porque Liz se negaba a dejar que Kim fuera a ver a su padre, Peter Edwards.
“No me he llevado bien con mi madre desde que era pequeña. Sabía que prefería a mi hermana antes que a mí. Ella decía que no, pero yo sabía que mentía. Siempre hablaban entre ellas, y cuando mi madre y yo discutíamos, Katie se ponía de su parte… Lucas odia verme disgustada, y por eso tampoco le caían bien ni mi madre ni mi hermana. Me deshice de la razón principal por la que me sentía deprimida: mi madre. Fue un alivio”, confesó Kim a los detectives.
Kim y Lucas estuvieron 36 horas encerrados en la casa. La policía, alertada por el profesorado de su colegio de que no habían acudido a clase, finalmente entró a la fuerza a través de una ventana del piso de abajo
Kim conoció a Lucas en septiembre de 2013, cuando el joven fue castigado por lanzar una silla por los aires en clase, en el colegio Sir John Gleed. Ambos trabaron amistad y el 23 de mayo de 2015, Lucas invitó a Kim a salir por Facebook. El joven se veía envuelto en frecuentes peleas en el colegio, y en el momento de cometer los asesinatos, había sido expulsado por mal comportamiento.
Los jóvenes planearon el asesinato juntos, en el jardín de la casa de Kim y en un McDonald’s que había a 15 minutos caminando desde casa de la joven. “Ya llevaba tiempo con la idea de asesinar rondándome la cabeza”, declaró Kim a la policía. Un excompañero de escuela de Kim, Adam Free, dijo a los medios que Lucas había hablado sobre su intención de matar a Liz, pero que nadie se lo tomó en serio.
La psicóloga infantil Alice Jones imparte clases de Psicología en Goldsmiths y está especializada en el desarrollo de comportamientos antisociales y psicopatías en menores. Jones asegura que los niños que cometen homicidios suelen mostrar un patrón de conducta violenta antes incluso de cometer el asesinato, y considera que existen una serie de señales indicativas de que la comisión del asesinato puede llevarse a cabo en los casos más graves. “Sobre todo en niños que tienen este trasfondo de agresividad y a los que además no parecen importarles los sentimientos de los demás”.
Los jóvenes planearon el asesinato juntos, en el jardín de la casa de Kim y en un McDonald’s que había a 15 minutos caminando desde casa de la joven
En noviembre de 2016, en la sala de lo penal del juzgado de Nottingham, Lucas Markham y Kim Edwards fueron condenados a cadena perpetua. No son, sin embargo, los asesinos dobles más jóvenes de Gran Bretaña. El juez que instruía el caso, Justice Haddon, remarcó especialmente el poco arrepentimiento que demostraron los dos jóvenes por el delito que habían cometido y el grado de planificación con el que lo llevaron a cabo. “En muchos aspectos, este caso no tiene precedentes”, aseguró.
“Tras este acto había una premeditación y una planificación extraordinarias. Es, desde cualquier punto de vista, un crimen sólido, meticuloso y reiterado. La forma de ejecutar los asesinatos denota una brutalidad extrema, y ambas víctimas debieron de haber sufrido lo indecible durante sus últimos minutos de vida”.
Los dos jóvenes deberán cumplir una condena mínima de 17 años y medio en prisión, si bien la doctora Jones cree que probablemente uno de los dos permanecerá mucho más tiempo encerrado. “No me sorprendería que al menos uno de los dos se meta en más problemas durante su reclusión”, afirma.
Jones fundamenta su predicción en la dificultad de llevar a cabo con éxito la rehabilitación de niños con tendencia psicopática. “¿Pueden reintegrarse en la sociedad? Me parece muy difícil después de lo que han hecho, porque les cambia la vida, sobre todo para Kim, que le ha hecho esto a su propia familia”, explica Jones.
“En general, a los niños que muestran estos rasgos no les resulta fácil cambiar su conducta. Uno no puede hacer sentir empatía a los demás. Si no la sientes, difícilmente alguien podrá lograr que lo hagas. Es algo biológico. Cuando no sientes miedo ni tristeza, ¿cómo vas a entender esos sentimientos en los demás?”.
Sin embargo, Carol Anne Davis, autora del libro Children Who Kill, señala casos como los de Mary Bell y Bernadette Protti como prueba de que, en determinadas ocasiones, es posible rehabilitar a adultos que en la infancia han cometido asesinatos. “Lucas y Kim solo tenían 14 años cuando lo hicieron. Sus cerebros todavía tienen que madurar”, afirma.
“En general, a los niños que muestran estos rasgos no les resulta fácil cambiar su conducta. Uno no puede hacer sentir empatía a los demás. Si no la sientes, difícilmente alguien podrá lograr que lo hagas. Es algo biológico” — Alice Jones
“Los adolescentes no son capaces de controlar sus emociones como los adultos y son propensos a asumir riesgos y a ceder a las presiones de sus iguales. A los 25 años ya han desarrollado muchas más sinapsis y pueden cambiar por completo su carácter. Gran parte de esto dependerá de las relaciones que establezcan durante sus años de reclusión; una figura que se preocupe por ellos podría suponer una diferencia de incalculable valor”.
Al margen de lo que pase, Lucas y Kim —que todavía tienen 15 años— deberán acarrear el peso de dos horribles asesinatos durante el resto de sus vidas, al igual que los familiares y los amigos de Liz y Katie. Tras ver cómo una de sus hijas ha sido condenada por el asesinato de la otra, Peter Edwards compró la parcela que se encuentra junto a la sepultura de Katie. “Debo decir que ahora soy dueño del lugar en el que estoy deseando descansar cuando llegue el momento”, escribió en Facebook.
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