Los berserker no eran guerreros normales. Luchaban en una especie de trance, de furia salvaje, con una fuerza sobrenatural, sin sentir dolor aparente, sin rastro de humanidad ni razón, con la piel helada, aparentemente invulnerables a las espadas y al fuego, comportándose como animales salvajes: aullando, mordiendo, temblando y rechinando los dientes.
Seguramente quien primero habló de ellos fue Julio César en su libro Comentarios sobre la guerra de las Galias, que fue escrito en el siglo I antes de Cristo. En esa obra, sin llamarlos por su nombre, el general romano dibuja el perfil de unos guerreros germánicos que afrontaban las batallas a pecho descubierto, con la cara pintada y aullando como lobos. Más adelante, los romanos se referirían a ese tipo de lucha desaforada como furor teutonicus (furor teutónico), que hacía no solo referencia al pueblo teutón sino a todos los germanos.
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Con el paso de los años, los berserker se convirtieron en una leyenda. Tras la llegada del cristianismo a Occidente, muchos de los reyes se convirtieron a esta nueva religión. Como consecuencia, los guerreros fueron declarados proscritos y sus costumbres paganas, ilegalizadas. En medio de todo aquel caldo de cultivo, surgieron leyendas que los caricaturizaban como si estuviesen locos y que sugerían que eran hombres lobo. Esta mala fama los acercó a Satán —el mal último— y en el siglo XII desaparecieron para nunca más volver.
Muchos siglos después, cuando los profesores universitarios europeos se interesaron por aquellos extraordinarios guerreros extáticos, se preguntaron qué era aquello que los ‘alteraba’ tanto. Entre todas las tesis, hubo una que se impuso sobre las demás: se trata de la Amanita muscaria, quizá la seta más famosa del mundo gracias a todas las historias de hadas que flotan a su alrededor y también a su sombrero rojo con motas blancas.
Los efectos de la Amanita son variados y dependen de la dosis y de la temporada del año en la que se recolecte (las tribus de Siberia que aún la utilizan en sus trances chámanicos prefieren los ejemplares nacidos en primavera o verano, a los otoñales). Consumir esta seta puede producir alucinaciones, delirio, cambio de color en la visión, náuseas, vómitos, diarrea, hipertermia, sudoración excesiva, enrojecimiento del rostro, salivación, mareos, temblores, calambres, pupilas dilatadas, sueño y, en raras ocasiones, la muerte. En algunos casos también se dan episodios de agresividad e hiperactividad, aunque no es tan común.
Las sustancias que causan los efectos alucinógenos del hongo son dos: el muscimol y el ácido iboténico, que dependiendo de sus concentraciones generan una u otra reacción.
Pero a pesar de que se asumió como certero el supuesto de que era este hongo el causante de la furia vikinga, en realidad sus efectos nada tienen que ver con lo que los relatos nórdicos cuentan de estos guerreros, como por ejemplo el antiguo poema La canción del cuervo:
Hablaré de los berserker, los catadores de sangre,
Aquellos héroes intrépidos, ¿cómo trataban
A los que se vadean en la batalla?
Piel de lobo les llaman.
Portan escudos sangrientos.
De puntas rojas son sus lanzas cuando marchan.
Forman un grupo apretado, cerrando filas.
El príncipe, en su sabiduría, confía en ellos,
En los que cortan los escudos enemigos.
Si los guerreros hubieran tomado Amanita muscaria, más que como “héroes intrépidos” se hubieran comportado como temblorosos y despistados borrachos sudorosos con diarrea.
En noviembre del año pasado, Karsten Fatur, un investigador de Etnobotánica de la Universidad de Liubliana en Eslovenia, publicó en la revista ‘Journal of Ethnopharmacology’ (Diario de Etnofarmacología) un artículo en el que defendía que, en contra de la opinión tradicional, lo que los berserker ingerían para enfrentarse a sus batallas recibía el nombre de Hyoscyamus niger, una planta de la familia de las solanáceas de hojas grandes y flores amarillas que, como algunas de sus parientes—por ejemplo la mandrágora o el estramonio—, contiene alcaloides que la convierten en un potente psicotrópico.
También conocida como beleño negro, entre otros apelativos, la planta produce alucinaciones complejas y muy convincentes, y otros efectos físicos y mentales que encajan mejor con el comportamiento habitual de los berserker.
Según el artículo de Fatur, el beleño negro fue utilizado durante siglos en Europa por brujos y brujas para preparar pociones de amor, brebajes y pomadas alucinógenas que se untaban en los palos de las escobas y después se absorbían a través de la vulva para entrar en trance. Esta práctica explica la clásica imagen de la bruja volando sobre una escoba.
Algunos estudiosos también defienden que esta planta se quemaba en el famoso Oráculo de Delfos, como una especie de incienso. De esta manera, sus visitantes entraban en trance y recibían de buena gana las profecías que andaban buscando.
Hasta 1507, la Hyoscyamus niger también se utilizó en países del norte de Europa en la fabricación de cerveza, pero se acabó prohibiendo debido a que su consumo continuado causaba problemas de salud mental: se ha demostrado médicamente que la toma de una dosis de 3 miligramos al día produce cambios psicológicos y de conducta que se alargan en el tiempo.
Como decíamos, los efectos de esta planta encajan mucho mejor en los relatos del comportamiento habitual de los berserker. La Hyoscyamus tenía la capacidad de convertir a los guerreros en animales salvajes sin mostrar humanidad ni un ápice de razón, pero además los convertía en seres invulnerables al dolor por sus propiedades analgésicas. Así, podían temblar, tener la cara roja y la piel fría, o una resaca de caballo, pero jamás abandonaban su propósito: acabar con sus rivales. Aunque a pesar de su aparente invulnerabilidad a las espadas y al fuego, tenían un punto débil: los garrotes y las porras.
Pero, ¿por qué eran tan poco vulnerables? Además del uso de plantas con superpoderes, habría otros factores que podrían ser la solución a este misterio. El origen etimológico de su nombre nos pone sobre la pista: berserker podría venir del nórdico berr ‘desnudo’ o del germánico ‘oso’, y serkr es una forma antigua de shirt, ‘camisa’.
Si tenemos en cuenta su segunda acepción, la de ‘camisa de oso’, podemos imaginar que el vestir una piel tan dura como la de estos animales, los hacía invulnerables a las espadas o al fuego, pero no tanto a los ataques con garrotes.
Por último, si aceptamos el uso de pieles por parte de estos guerreros y el uso continuado de beleño, que los llevaba a la locura a la larga, entendemos un poco mejor esa creencia que aseguraba que los berserker se convertían en hombres lobo.
El propio Fatur en su estudio declara que, aunque hay muchísimos indicios de que su teoría podría ser cierta, es necesaria todavía una investigación arqueológica profunda para demostrar la relación de los vikingos con la Hyoscyamus niger. No obstante, los investigadores tienen complicado obtener evidencias claras ya que el uso de esta planta por parte de los guerreros nórdicos obviamente era un secreto ya en su época: su poder legendario se hubiera puesto en entredicho y además podría haber sido imitado por sus enemigos. Era una especie de secreto de estado.