Así es como el almacenamiento digital está cambiando la forma en que se preserva la historia

Hace algunos años comencé a usar una plataforma digital llamada Oh Life como diario. Por mucho tiempo anduve con una libreta para anotar mis reflexiones del día a día, pero esta plataforma era mil veces más elegante. Más privada que un cuaderno, menos engorrosa. La plataforma incluso recibía las entradas a través de e-mails, lo cual quiere decir que podía registrar mis observaciones, frustraciones y memorias sin que fuera evidente que estaba escribiendo un diario.

Pero recientemente me metí a Oh Life para buscar algo que había escrito hace mucho y vi que todas mis entradas habían desaparecido. Simplemente me salió un letrero diciendo que habían cerrado el sitio. Cientos de archivos fueron borrados porque la plataforma no logró “estabilidad financiera”. Años de mi historia personal perdidos.

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Este tipo de desapariciones son manejables a escala personal, pero para los historiadores son una señal de alerta de futuros problemas relacionados con el registro y la preservación de nuestra historia en la era digital. Los jeroglíficos y pergaminos antiguos han sobrevivido por siglos, pero el almacenamiento digital es frágil: los archivos desaparecen fácilmente o quedan encriptados. La tecnología que usamos para almacenar las cosas hoy quizá no esté en el futuro. Muchas de las plataformas que usamos para guardar información pertenecen a compañías privadas, lo cual hace que para las instituciones archivísticas sea más complicado guardar los archivos. Y realmente, ¿cuánto de lo que subimos a la red merece ser guardado?

El vertiginoso panorama de la preservación digital es abordado por Abby Smith Rumsey en su libro When We Are No More: How Digital Memory Is Shaping Our Future. Smith, historiadora de oficio, trabajó por más de una década con la Librería del Congreso de los Estados Unidos en el Programa Nacional de Infraestructura y Preservación de Información Digital, donde estuvo lidiando con cómo preservar material digital a largo plazo. Aunque no tiene todas las respuestas, su libro ofrece un panorama extenso sobre cómo las sociedades han preservado cantidades masivas de información en el pasado, y cómo la era digital podría encontrar soluciones en el futuro.

VICE: ¿Por qué hablar de memoria?
Abbey Smith Rumsey: Mi preocupación como historiadora es que nuestra generación pueda dejar un registro robusto de lo que se ha hecho para que la gente en el futuro pueda investigar cómo vivimos. En la era digital hay mucha información circulando pero nada queda bien guardado. Es un archivo irregular. Técnicamente, todavía no sabemos cómo preservarlo. Más allá de eso, la pregunta es: ¿Qué preservamos?, ¿cómo sabemos qué tiene valor?

¿Estas preguntas surgen exclusivamente en la era digital?
No. Hace siglos las personas también se sentían abrumadas por la cantidad de información. Pensaban que era terrible imprimirla en libros. Incluso figuras como Thomas Jefferson creían que sería la perdición tener a un montón de personas leyendo novelas para entretenerse. Fue un asunto al que nuestros padres se opusieron cuando la televisión se popularizó: pensaban que nuestros cerebros se iban a pudrir y que perderíamos toda habilidad para concentrarnos en lo importante. Siempre tendremos más información de la que podemos manejar, pero iremos desarrollando más habilidades y filtros para identificar qué importa y qué no. Estamos experimentando un vértigo digital que la gente dejará de percibir en 30 o 40 años, cuando nuestros filtros naturales se hayan acostumbrado a clasificar gran parte de lo que ahora consideramos como estático. Ahí es donde estamos atascados ahora.


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¿Así que la diferencia es que hoy tenemos que clasificar más cosas?
Exacto, hay más cosas por revisar. Hay más de todo ahora que antes [incluyendo personas dedicadas a clasificar esta información]. Una de las cosas que solemos olvidar —y esto es único de nuestra época— es que no son solamente los seres humanos quienes están leyendo y escribiendo. Las máquinas hacen ahora la mayor parte de la lectura por nosotros. Por ejemplo, cuando los astrónomos recogen información del espacio con sus instrumentos, no son ellos precisamente quienes se sientan a leer el material. Las máquinas lo leen. Los astrónomos les dicen a las máquinas cómo analizar la información de acuerdo con lo que buscan y las programan; sin embargo, sólo ellas son capaces de leer a esa escala. Podemos leer nuestros e-mails, pero cuando queremos buscar algo en el archivo “histórico” de nuestra bandeja de entrada, usamos una máquina, algún algoritmo que lo hace por nosotros.

¿Existe alguna preocupación de que, en el futuro, las máquinas no sepan cómo leer este material? La tecnología cambia tan rápido que seguro la forma en que guardamos información hoy será obsoleta en unas décadas.
Sí, hay algunos retos. El primero es que el material en sí —el código digital— requiere de máquinas para inscribir y reproducir. Yo puedo tener un disco duro, pero sin el equipo necesario para reproducirlo éste es inútil. Mientras tanto, puedo tomar de un estante un libro de hace 500 años y (si conozco la lengua), entender la mayoría. El segundo reto es que es un sistema muy dependiente de la energía. Si somos dependientes de esta tecnología, necesitamos asegurar fuentes de electricidad.

Otro muy común, particularmente para instituciones como librerías que intentan preservar el material digital, es que la mayoría de los códigos digitales tienen dueño. Les pertenecen a compañías como Apple y Microsoft. No están en el dominio público. Si escribo un documento en Word, yo soy el dueño del contenido, pero si Word desaparece no hay mucho que pueda hacer al respecto, le pertenece a Microsoft. Las librerías están teniendo grandes problemas con esto. La propiedad intelectual es uno de los problemas más grandes de la preservación digital y uno que no se discute mucho porque suena arcaico.


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Cierto. Todo un archivo de material digital puede desaparecer si está guardado en una plataforma que desaparece.
A un amigo se le murió un familiar. La familia creó un libro de condolencias en línea; era un sitio donde las personas podían escribir recuerdos y demás. Varios años después, cuando la familia quería volverlo a ver, se dio cuenta de que el sitio había cerrado [y todas las condolencias que la gente había escrito habían desaparecido]. Esto va a pasar con más cosas de lo que pensamos. Muchos de los sitios gratuitos que usamos, o en los que rentamos un espacio, les pertenecen a compañías. No somos los titulares.

¿Todo eso merece ser guardado? Sé que la Librería del Congreso archiva los tweets de todo el mundo ¿Piensas que eso es útil o excesivo?
No sabremos el valor de estas cosas [para futuras generaciones]. Creo que es brillante por parte de la Librería del Congreso y bastante valiente por parte de Twitter guardar cantidades masivas de información, sin decidir qué parte de ésta es importante… La guardan de tal forma que en el futuro la gente pueda encontrar la información oportuna y darle un sentido.

Harán posible que en 20 años la gente pueda descubrir qué era importante de los feeds de Twitter en años pasados. ¿Vale la pena guardar cada uno de los tweets? Todo lo que puedo decir es que aún no sabemos.

¿Qué pasa con la memoria humana? ¿Crees que la tecnología está reemplazando la necesidad del cerebro humano de recordar cosas?
No, pero es un “no” complicado. Somos muy dependientes de nuestros celulares y tenemos que acudir a ellos para recuperar información. Cosas que hace 20 años yo hubiera podido memorizar —el número de teléfono de alguna persona o mi propio número, por ejemplo—ahora están guardadas en un dispositivo externo. Pero también es cierto que lo mismo pasaba cuando escribía las cosas. La tentación es siempre guardar más información de la que necesitamos porque nos decimos a nosotros mismos: “Tal vez lo necesite algún día”. Deberías ver mis marcas en los libros. El número de cosas que yo marco porque pienso que en algún momento volveré a leerlas… Es sólo parte de la infinita curiosidad que tenemos los humanos sobre el mundo.

Podemos almacenar más en nuestras máquinas de lo que podíamos guardar en cuadernos, y esto es algo bastante liberador. Entre más liberada pueda ser la mente de ciertas tareas de la memoria, más podrá involucrarse en otras actividades que las máquinas no pueden hacer por nosotros.