La música es una fuente de inspiración esencial para la moda. Las subculturas a menudo atraen a la industria de la moda, que ven en ellas un gran potencial económico. Este intercambio no solo ocurre en metrópolis de la moda como Nueva York o Londres, sino que también llegó de una forma muy especial (y mucho menos documentada) al Berlín de los 90.
En 1994, 2,5 millones de jóvenes se reunieron en las raves berlinesas con un poder adquisitivo que, en total, rondaba los 2.500 millones de euros. De su energía nació la cultura club y, con ella, la moda para salir de noche, darlo todo en las fiestas y destacar con suslooks entre las masas.
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“La moda vino del baile”, recuerda Frank Schütte, uno de los personajes más populares en la vida nocturna y la moda dentro de la escena de techno del Berlín en aquella época. Hoy en día, a Schütte se le conoce con el nombre de Frank Ford, pero por entonces vestía a los club kids con su marca, 3000.
Frank creó ropa que otros describieron como “la alta costura del techno”. Con la colaboración del diseñador Stefan Loy, creó minifaldas a partir de bolsas de plástico, vestidos de noche de poliéster y camisetas con eslóganes provocadores como “Zorra Rica”, “Inyéctate” y “Porn Star”, que en ese momento llegaron a ser my controvertidas. Schütte -al que le gustaba vestir con cualquier cosa, desde redes de pesca hasta prendas de Gaultier- terminó sus primeras colecciones haciendo ediciones limitadas en casa y, según dice, a menudo estaba drogado.
Los raveros se convirtieron en la reencarnación de los hippies de finales de los 60, que estaban abiertos a la experimentación y les gustaba tanto disfrazarse como andar desnudos. El uniforme rave de los 90 consistía en un ejercicio de pensar en cómo estar lo más desnudo posible sin dejar de estar vestido. Llevaban prendas de colores chillones, neón, felpa, vertiginosos tacones de plataforma y telas sintéticas.
Los jóvenes que tenían dinero se lo gastaban en tiendas como Berlin’s Groopies o Wicked Garden, que vendían marcas americanas como Patricia Field, botas de cuero y bolsos de piel diseñados en París, Tokio y Londres. Sus clientes más habituales eran personajes de televisión del canal MTV. La moda londinense se exponía al lado de marcas originarias de la escena como 3000 y Sabotage. Esta última tejía fibra de cerámica en sus camisetas de lana para evitar que sus clientes no pasaran demasiado calor.
Otras marcas que vistieron a estas masas de principios de los 90 fueron Panis & Hams, Asprial y Jörg Pfefferkorn. A mediados de la década, la ropa cargada de brillo inspirada en el espacio y la ciudad aterrizó en las pasarelas internacionales, elevando la cultura techno al nivel de la Alta Costura de París.
En la pista de baile, aparecieron looks más discretos como respuesta a las tendencias que dictaminaba la industria. Las cosas cambiaron y, de repente, todos empezaron a preferir lo funcional, lo barato y lo duradero por encima de lo colorido y lo caro. En algún momento, los alemanes empezaron a llevar sudaderas de capucha (que como mucho llevaban un logo), pantalones de chándal Adidas y vaqueros de cintura alta.
En un tiempo, incluso marcas como Sabotage acabaron creando prendas más mundanas -y más aptas para todo tipo de bolsillos-. Jörg Pfefferkorn concentró su energía en varios negocios y Schütte desapareció de Berlín -y por lo visto, en el camino dejó muchas cuentas por saldar-. 10 años después reapareció de la nada en Los Ángeles respondiendo al nombre de Frank Ford. Desde allí siguió colaborando con Stefan Loy, y empezó a vestir a estrellas como Britney Spears y Cher de forma que parecían que llevaban basura reciclada…