Artículo publicado por VICE Colombia.
El Día de los Inocentes le llegué a mi mamá a la casa con la foto de una ‘señora de edad’ emperifollada. “Mami, mira. Es Regina 11”. No, no era una inocentada. Vi a Regina 11 con mis propios ojos el último viernes del año 2018, el año en que dos testigos en el caso Odebretch en Colombia murieron.
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Andaba ella, Regina, en cierre de año con sus seguidores en la sede de su movimiento (Barrio La Soledad, Bogotá), que —se empeñan en aclarar quienes asisten a sus ceremonias, ritos y conferencias—, no es una religión. El lugar chilla sobre una carrera 28 acostumbrada a la fachada sobria hecha en piedra caliza de la Parroquia San Alfonso María de Ligorio y a la opacidad de casas postradas observando el tráfico. Chilla por las fotos de Regina 11 que inundan la fachada; por la reja rosada recién pintada; por la soberbia con que se yergue sobre la esquina.
Adentro, en el primer piso, hay emoción. “¡Hoy viene La Madre!”, se murmura. Hay pocas personas. Se respira un ambiente de sede de campaña. Hay un mostrador con cremas, aceites y folletos, una nevera en forma de ovni con varios sabores de helado y unos percheros arrinconados de los que cuelgan brassieres y tacones. Sobresalen algunas fotos de Regina 11 con el actor norteamericano Danny Liska, su esposo ya muerto, famoso por haber recorrido 69 países en motocicleta.
Nadie invade mi espacio ni trata de echarme un cuento en actitud de testigo de Jehová. Soy yo la que se acerca a un hombre de unos 50 años a pedir información. El señor se llama Fernando, pero mientras tenga puesto su colgandejo de araña e incrustaciones de piedras brillantes doradas y fucsias, se llama “Viferka”. Más adelante me explicaría que el medallón representa un grado que Regina 11 le confirió.
Percibo en él bondad. Me regala un folleto con un bebé en la carátula y el título Tus Diferentes Cuerpos. Me cuenta todo lo imaginable: que el maestro de Regina fue Juan XXIII; que ella es parte del podio de los maestros de la humanidad y que es la número 11 de ellos; que el Papa Francisco asistió a uno de sus talleres (“hubo cercanía entrañable entre ellos, pues la mamá de Francisco también se llama Regina”); que Regina 11 también es cantautora y compositora.
“¿Quieres que te enseñe a predecir el futuro?”, me dice. Llevo hablando con él más de una hora y no logro tener una idea clara de en qué rayos consiste el movimiento de la señora. No entiendo qué enseñan, ni qué proclaman, ni qué predican. Con un poco más de inocente curiosidad que de escepticismo espero a que Viferka me enseñe a predecir el futuro. “La manera de predecir el futuro es sembrando tus acciones en el presente. Si hoy siembras dedicación, trabajo, amor, mañana te irá bien; recogerás buenos frutos”, me indica. No me resulta ridículo lo que me dice Viferka. No lo subestimo ni me parece chistoso. Es coherente con algunas de mis búsquedas espirituales personales, así que de momento elijo darle a todo lo que pasa, veo y escucho, el beneficio de la duda.
Al cabo de un rato, ya se aclara un poco el panorama: Viferka me explica que “Mamá Regina” enseña la saurología, una ciencia que ella inventó y por medio de la cual las personas son capaces de desarrollar sus poderes mentales. A través de ella se puede hacer llover y curar enfermedades. “Energía”, parece ser la palabra origen, pilar y fin de todo. Las dos primeras entradas que arroja Google cuando uno busca la palabra saurología llevan a El Terrícola —“el medio de comunicación de la saurología”—, un portal de noticias que se desprende de regina11.com.co. Regina 11 no será la primera que hable del poder de la mente, pero, ¿acuñar una palabra y que no exista acepción distinta a ella y a su movimiento en ningún lugar de internet? Eso sí es crear. De verdad, lo único que le falta es tocar puertas en la RAE.
Crecí pensando que Regina 11, Virginia Vallejo y La Monita Retrechera eran la misma persona. Ajena por completo a lo que pasaba en el país a mediados de los 90, recuerdo que de niña orbitaba por ahí una foto de una mujer con mucha pestañina, grandes joyas y copete Alf que siempre asocié a una persona de vida disoluta. Ahora que la señora entra a la sede con el estallido de júbilo de los presentes pienso en qué hubiera sido de este país donde Regina Betancur de Liska hubiera resultado elegida presidente (fue candidata en 1986, 1990 y 1994). Habríamos sido el Estados Unidos de Trump, ¿o la Italia de Berlusconi?
Regina usa tacón-botín puntilla, un vestido pegado de hojas otoñales con cremallera delantera dorada, medias veladas de puntos y aretes largos de gitana. Es voluptuosa. Es curvilínea. Tiene 82 años y ojos, maquillaje y porte de pitonisa.
¡Viferka me presenta! “Madre, ella viene por primera vez y quiere un autógrafo suyo”. Entonces me entero de que el folleto que recibí es de su autoría y me entero, también, de que quiero su autógrafo. Alargo mi mano para saludarla y ella me alarga la suya, pero con el puño cerrado. Así se saludan todos: juntando los puños los unos con los otros. Como los parceros. A mi lado alguien la saluda: “¡Doctora! ¿Cómo está!”. De inmediato se le borra la sonrisa Pepsodent® con la que viene saludando a lo largo de toda la calle de honor. “Usted sabe que a mí no me gusta que me digan doctora. Doctor es cualquier hijueputa. A mí los títulos no me importan. Tengo unos títulos que los utilicé en una escasez de papel higiénico. Dejemos ese doctorado para la próxima reencarnación”.
El rito es a las 5:00 pero Regina llegó temprano para atender citas en su despacho privado, que queda en el tercer piso. Sube cual si fuera Luz Marina Zuluaga y en la última curva desaparece de vista. A sus espaldas, en el descansillo del segundo piso, una viejita cierra una puertecita ridícula que se alza apenas hasta el segundo escalón, que no es más que un símbolo de que Regina 11 se acaba de retirar de la manera más ceremoniosa posible a sus aposentos.
Sus seguidores y yo esperamos en el segundo piso, que es como un salón comunal con ventanales ovalados y más y más fotos de ella por donde uno mire: Regina con el expresidente Turbay, Regina con sus hijas, Regina en un púlpito colonial en quién sabe qué iglesia, Regina hablándole a multitudes, Regina con Liska, Liska (una muy bonita foto de los 60 en blanco y negro) en su motocicleta BMW junto a una señal de carretera que dice «Círculo Polar Ártico».
Para cuando Regina baja, todos estamos sentados en sillas Rimax blancas que llenan el salón casi por completo. “A ver, bellezas tropicales. Escuchen”. La escuchábamos unas 60 personas. En su mayoría señoras mayores que habían cambiado la mantilla dominical de iglesia por un gorrito blanco y fucsia tipo kipá judío. Me asombró muchísimo constatar que las principales seguidoras de Regina 11 son ellas. La miran con desmedida devoción y la llaman “La Madre”. En el público hay también unos cuantos hombres de edad y un par de niños.
La ceremonia empieza con un himno ochentero que todos los presentes cantan a viva voz y cuya letra es más esotérica que una pirámide de cuarzo comprada en un mercado de las pulgas: “Hemos ido, Regina, a tu palacio…. (…) De ti hemos aprendido a conseguir las luces del aura que genera la fuerza celular, y el dínamo magnético es el haz que traduce en fluidos energéticos la psiquis sensorial”.
Cuando el himno se acaba le pregunta a su público qué canción quiere escuchar; si una para los enamorados, o una para los despechados. “¿Quiénes están enamorados?”, pregunta. “Yo también. De ustedes”. No hay amor más grande que el de una madre. Entonces la señora canta con pista la canción para los enamorados —una canción llanera que ella se goza zapateando— y la de los despechados —una ranchera, se llama «Ángel del Silencio»—. Son, dice, composiciones de ella.
La Madre, en efecto, se dirige a su comunidad con lenguaje maternal y afectuoso. El acento paisa —Regina 11 nació en Concordia, Antioquia— colorea todas sus frases y realza su buen humor. Tiene el don de la palabra y es carismática: “Cuando yo era chiquita y pasaba por una iglesia, me echaba la bendición. Ahora son las monjitas, cuando pasan por acá, las que se la echan. Eso me gusta mucho”. Se nota que atesora el culto a la personalidad que ha construido en torno a ella misma. “Llamé a (Iván) Duque el otro día pero me dijeron que estaba muy ocupado. Claro, es de entender. Si estoy ocupada yo con cuatro millones de seguidores, qué será él con 40 millones”.
Sus seguidores son en su mayoría personas humildes, pero en apariencia no pareciera que Regina los estafa. En ningún momento de la ceremonia hubo recolección de dinero. Cuando empezó a hablar de agüeros de Año Nuevo dijo que necesitaba que cada uno le hiciera llegar un billete para que ella los bendijera con el objetivo de tener abundancia en el nuevo año, pero fue enfática en decir que necesitaba los de menor denominación. Que si le daban uno de 50 o de 100 no iba a haber ninguna diferencia y que ella simplemente lo donaría al colegio (sí señores, tiene un colegio).
No pareciera que Regina 11 se dedique a la usura religiosa. El único recaudo que se hizo en la ceremonia fue el de la venta de unos calendarios lunares 2019 cuya venta inocente me recordó la mantecada y el masato que ofrecen las monjitas al salir de misa. No se vendieron más de cinco. Antes de la ceremonia, un par de feligreses me animaron a hacer el curso para principiantes. Según me dijeron, lo dicta sólo dos veces al año. La boleta vale $120.000 pesos. Un señor me mostró el recibo de lo que pagó por ellas. El nombre de la empresa que emite la factura es Agencia Regina 11 S.A.S.
Viferka me había dicho que Regina era “una de las más importantes empresarias de Colombia”. ¿Será que tiene acciones? ¿Será que tiene propiedades? O… ¿Será que vive de los ritos que ofrece? (Rito de Protección, Rito del Dinero, Rito de la Culebrilla, Rito de Limpieza con el Huevo) ¿De los Cursos para Principiantes que dicta dos veces al año? ¿DE QUÉ VIVE LA SEÑORA? Porque, seguro, no vive de los calendarios lunares. Esperemos que no viva de ninguna pensión del gobierno porque sería el colmo que la tuviera. Cuando fue senadora entre 1991 y 1995 fue destituida y terminó pagando cuatro años de cárcel por concusión: la señora, en ejercicio de su cargo público, indujo a unos empleados del Congreso a aportar plata para su movimiento político.
Mientras la escucho hablar, micrófono en mano, desde su púlpito sin adornos (el rito duró hora y media y ella todo el tiempo estuvo parada) formulo mi teoría: que vive de la renta y que la saurología es un hobby que ejerce por narcisismo. Y porque es una Madre amorosa. Regina 11 parece genuinamente preocuparse por sus seguidores. Me consta que llevó a que hablara al principio del rito a un funcionario de Colpensiones sobre un nuevo programa que protege a las personas cuyos ingresos son tan bajos que no alcanzan a cotizar a pensión.
Entre las obras caritativas que no me constan están un terreno en Cota que —dice— pondrá a disposición de sus seguidores para cultivar porque “en esa zona van a hacer el aeropuerto más grande de Latinoamérica y va a haber muchos hoteles”; está otro terreno en Casanare que —dice— consiguió con la gobernación para poner a trabajar a los indigentes (esa es palabra de ella, no mía), y está que les va a regalar a los que cultiven en Cota una cosa que se llama lluvia sólida que —dice— es un antídoto para la sequía.
El fervor de los presentes parece hervir cuando Mamá Regina empieza a dar los agüeros de fin de año: hay que partir un limón en 3 (“en forma de flor de loto, no me le vayan a desprender la cáscara, tiene que quedar una sola pieza”), chuparlo a las 12:30 y guardar la cáscara todo el año; hay que escribirle una carta al año 2018 agradeciéndole por los beneficios y pidiéndole que borre lo malo, y quemarla a las 12:00 de la noche; hay que ponerse los calzones y calzoncillos al revés (“no vayan a hacer como uno que un día me dijo que eso no le había gustado porque le daba mucho frío en las nalgas” —risas—); hay que ponerse la ropa interior magenta el primero de enero. “A las 12:00 de la noche del 31 yo tengo un trance. Alcanzo a ver lo que sucede en toda la Tierra”, dice Regina y con eso remata la sección de efemérides.
De pronto todos se paran y, sin excepción, empiezan a recitar algo en jerigonza. En jerigonza gestual. Recitan y recitan algo absolutamente incomprensible mientras prácticamente hacen aeróbicos. El Credo es ‘papitas’ al lado de esta oración-coreografía que dura, en serio, como 15 minutos. Exige altos niveles de memoria y coordinación. Cuando terminan, siento como si me hubieran narrado con lúdica la historia de la humanidad.
Regina pide que apaguen las luces de atrás. Acto seguido, todo el mundo levanta las dos manos para hacer, juntando índices y pulgares, un triángulo. Extrañamente, siento que no quiero hacerlo. Por alguna razón no me siento cómoda. Repentinamente siento miedo y me pregunto qué rayos hago ahí. Dos viejitas a mi izquierda me murmuran: “Niña, hágalo. Hágalo, mamita. Hágalo que eso le hace bien”.
De repente todo el mundo me está mirando, es como si hubieran prendido una luz cenital sobre mí. Regina SE DA CUENTA de que yo no quiero hacer el triángulo. “¿Qué pasa?”, pregunta. Yo: “Qué pena, señora, yo soy nueva…”. Regina 11: “Si no lo va a hacer, entonces se sale ya”. Cojo mis cosas y me dirijo hacia las escaleras, tumbando un par de sillas.
Acabo de dejar un recinto desde el que ahora, en este segundo, suena un chillido estridente. Así suena un extraterrestre llorando, pienso. Lo que acaba de sonar es muy raro y muy feo y por alguna razón de la existencia me llega la certeza de que me salvé de algo.
Feliz Año.
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