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Popole Misenga y Yolande Bukasa se acercan a la cita con esta periodista, en la Villa de los atletas de Río de Janeiro, con paso firme. La mirada de los dos judokas congoleños, que forman parte del primer equipo de refugiados que compite en unos juegos olímpicos, trasmite alegría y orgullo.
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“Quiero ser ejemplo para otros refugiados” repite una y otra vez Yolande en un portugués con un marcado acento. Los dos pidieron asilo a Brasil y ahora viven en la zona oeste de Río de Janeiro, cerca del lugar donde se alojan estos días junto a los mejores deportistas del mundo. Durante la entrevista sonríen, se hacen selfies y se graban el uno al otro dando mensajes de esperanza para que sus compatriotas los vean en las redes sociales.
En su país de origen, la República Democrática del Congo, la última guerra civil ha acabado con la vida de casi 6 millones de personas y ha dejado medio millón de refugiados, según los datos de la ONU. Yolande y Popole se vieron obligados a abandonar sus hogares con 10 y 9 años respectivamente, para poder salvar sus vidas. Ahora, con 28 y 24 años, ni recuerdan las caras de sus familiares.
Llegar hasta aquí no ha sido nada fácil, pero ambos tienen claro que el judo les ha ayudado a superar el horror de la guerra y la pérdida de su familia y quizás ahora les sirva, dicen, para conseguir acercarse a ellos. “No sé nada de mi familia y los juegos son una oportunidad de que ellos me reconozcan en la televisión y de encontrarles” dice Popole, que ahora tiene mujer y un hijo.
Pero a pesar de todas estas dificultades, nunca dejaron de perseguir su sueño y entrenaron muy duro para poder desfilar el pasado 5 de agosto en la ceremonia de apertura de los primeros juegos olímpicos de Latinoamérica.
Cuando aparecieron junto a los otros ocho atletas que forman el equipo olímpico de refugiados, el estadio de Maracaná se entregó en una de las mayores ovaciones y es que el número de personas que han abandonado su hogar en el mundo ya supera los 65 millones y no deja de aumentar. Así se desprende del informe anual Tendencias globales de ACNUR (Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados).
Una de cada 113 personas en el mundo es un solicitante de asilo, un desplazado interno o un refugiado.
“El equipo de refugiados concienciará al mundo sobre la magnitud de esta crisis” afirma Thomas Bach, el Presidente del Comité Olímpico Internacional. No tienen país al que representar, ni bandera, ni himno, pero sí tienen un lugar en los juegos.
La encargada de portar la bandera olímpica bajo la que compiten es Nathike Lokonyen, corredora de Sudán del Sur de 23 años. Desfiló orgullosa junto a otros cuatro atletas de Sudán del Sur, el corredor de maratón de Etiopía, los dos nadadores Sirios y los dos judocas de la República Democrática del Congo. Todos comparten historias tan tristes como inspiradoras
Una de las más llamativas es la de la joven Yusra Mardini, de 18 años. Hace poco más de un año esta nadadora profesional, se valió de su destreza en el agua para salvar su vida y la de otras personas que también huían de la guerra civil de Siria. Junto a su hermana y otros migrantes saltó al agua del Mediterráneo cuando se estropeó el motor del bote en el que viajaban desde Turquía a Grecia.
Lo arrastraron tirando de una cuerda y consiguieron salvar las vidas de 20 las personas que iban en él. Yusra ya competía a nivel profesional en Damasco, pero, desde septiembre de 2015, vive en Berlín y como refugiada no tiene país al que representar en los juegos.
También de Siria es el nadador Rami Anis, al que sus padres enviaron en un vuelo a Estambul para escapar de los bombardeos de Aleppo. Pensaron que sería cuestión de meses pero ya hace años que vive en Europa. “Mi casa es la piscina” dice y allí es donde va a luchar para conseguir el mejor resultado.
El primer triunfo deportivo del equipo fue el de Yusra, quien ganó la primera eliminatoria 100 metros de mariposa. Yolande y Popole duraron poco en la competición de Judo. Ella fue eliminada en la primera ronda y él en la segunda frente al campeón mundial Donghan Gwak.
Pero más allá de las medallas y pese a la ilusión y al orgullo de poder representar a tantas personas afectadas por la guerra y la persecución, lo que de verdad les gustaría es que en Tokio 2020 no hubiera equipo de refugiados, borrar del mapa los conflictos y la desesperanza que han obligado a millones de personas a abandonar su hogar.
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