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Cultură

Me enteré de que era pobre por culpa de los Reyes Magos

Hay algo que peor que te traigan carbón; pueden traerte la cruda realidad.
Reyes Magos soy pobre
Imagen vía Wikimedia Commons/ CC by 2.5

No recuerdo cuándo empecé a tener conciencia de la existencia de esos personajes, unos tipos capaces de repartir todos los juguetes del mundo en una sola noche. Joder, y en una noche corta. Sé de gente que se levantaba antes del amanecer y la retahíla de muñecos, juegos de mesa o ropa ya estaba ahí, perfectamente colocada.

En plena noche, esos tipos andaban en carrozas por las calles cortadas de mi barrio (y supongo que a la vez en el tuyo y también en la cabalgata televisada de qué sé yo qué ciudad), tirando caramelos y saludando. Se paseaban acompañados de reproducciones de personajes de los universos Disney o de Hanna Barbera. ¿Estos fulanos vienen de oriente o de los estudios Universal de Los Ángeles? Y, oye, ese hombre, joven, caucásico, que ha metido la cara en un bote gigante de betún para zapatos, ¿realmente pretende hacernos creer que es negro?

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"Esos son como empleados de los de verdad, hijo, y sustituyen a los reales en el barrio. Los auténticos están ahora mismo en Televisión Española". Como un grupo tributo ¿no? Bueno, vale, si vosotros lo decís, cojonudo.

Yo era un niño muy crédulo y ese día era la leche. En casa no teníamos ni troncos que cagasen, ni gordos lapones que entraran por el patio de luces. En el austero piso en el que vivíamos solo se celebraba la noche de reyes. De hecho, la navidad en mi casa no era nada del otro mundo.

Mi padre, pastelero, trabajaba como un cabrón todas las fiestas, empalmando turrones y polvorones con roscones de reyes (sin dejar de hacer cruasanes) en aquel obrador infernal desde los 13 años. Mi madre, básicamente, trataba de lidiar conmigo todas las horas del día.

La Nochebuena la celebrábamos con la familia de mi madre en casa de la abuela. San Esteban, con los hermanos de mi padre en mi casa. Fin de año, solos con los especiales de 'Martes y Trece'. Y el día de año nuevo tocaba comida en casa de mi tío. El 6 de enero había que dar gracias si mi viejo llegaba antes de las cinco de tarde, destrozado y lleno de harina. La imagen de los otros niños del vecindario jugando con sus padres en medio de la calle me jodía bastante.

Además, estaba prohibido abrir regalos hasta que él llegara a casa aprovechando su hora del almuerzo. Eso solía ser a las nueve en punto de la mañana. Un horror. Los ojos se me abrían como platos a las 5:30h cuando sonaba su despertador y lo único que podía hacer era ir a la cama grande con mi madre y dormirme para que esas tres horas pasaran lo antes posible.

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Tengo el recuerdo del radio reloj de mi padre, con esos números verdes luminosos. Yo contando hasta sesenta en silencio para que los minutos avanzasen, pero siempre me adelantaba y por más que intentara dejar espacio entre los segundos en mi cabeza, al llegar a sesenta siempre tenía que esperar un tiempo hasta que el número mutaba en su consecutivo.

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Ilustración del autor

Mis padres defendían ese modelo de tortura infantil con el siguiente argumento: "Ya que tu padre se deja el lomo en la pastelería todas la fiestas, lo mínimo es que pueda ver la cara de su hijo mientras abre los regalos". Hoy puede sonar emotivo pero poneos en la piel de un chaval que solo recibía regalos por su cumpleaños y la mañana de Reyes: el argumento se convierte en una putada. Eso sí, jamás se me pasó por la cabeza desobedecerles.

Otra de las cosas que me daba bastante por el culo en Reyes era ver como el resto de críos te enseñaban sus juguetes clasificados en:

Los de Papá Noel

(ya te he dicho que en casa nada de americanadas en Navidad)

Los de Reyes

(estos sí)

Los de casa de los abuelos paternos

(mis abuelos tenían seis hijos y más de diez nietos, así que nada)

Los de casa de los abuelos maternos

(mi abuela, viuda, tenía 4 hijos y ocho nietos. Agua)

Los de casa del padrino / tío / amigo especial de la família

(tampoco)

Mis adquisiciones se limitaban a lo que esos tres gualtrapas dejasen en el comedor de casa y lo que yo escribiese en la carta a sus majestades tampoco tenía mucha validez. Lo normal al acabar de escribirla es que mis padres me la pidieran para revisarla (algo que nunca hacían con mis deberes). Recuerdo perfectamente la primera conversación que tuvimos sobre los excesos de mi carta:

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- Macho, para ser pobre no veas qué buen gusto tienes.

- Bueno ¿y qué? Son magos, ¿no?

- Mira, es muy sencillo. Los Reyes son magos, no ricos. Esta gente pasa por casa y nosotros les damos la pasta para que compren tus regalos y te los traigan. Imagínate si tuvieran que comprar los juguetes de todos los niños del mundo, se arruinarían.

Los tíos se lo curraron para convencerme de que la cantidad de juguetes recibida era inversamente proporcional al poder adquisitivo de cada uno. Cuanta más pasta tenían tus viejos, más y mejores regalos tenías tú.

- Aquí llegamos justos a fin de mes chaval, así que lo suyo es pedir lo justo, disfrutarlo a tope e intentar conservarlo el mayor tiempo posible.

Yo ya hacía algún tiempo que sospechaba que no teníamos una economía boyante. Recuerdo alguna llamada del banco y más de tres (qué dicen son multitud) discusiones de dinero entre mis padres. Éramos la clásica familia de clase baja que se esfuerza para que a su hijo "no le falte de nada", o sea, horas extras por un tubo y economía doméstica de guerrilla para poder sufragar las facturas de todas las movidas que iban surgiendo.

Hubo varios HITS. No sé en el vuestro, pero en mi cole hubo unas navidades en las que todos los chavales pedimos a los reyes el puto 'Dictator Jr nosequé' de Nikko, un coche radiocontrol que era la monda. Yo no fui menos y lo metí en mi carta, esperando que ese año la paga doble llegara a tiempo y mis viejos pudieran pasarles a sus majestades la cantidad justa para que compraran y me trajeran el teledirigido. La mañana del 6 me cayó una de copia del modelo de moda que no corría, que tenía una autonomía de mierda y que seguramente valía lo que mis padres podían pagar.

Pasó algo parecido con la Game Boy falsa que sólo tenía un juego, con un muñeco articulado de Spiderman bastante chungo o con unas zapatillas imitación de las Air Jordan que no había manera de desgastar y que hacían buena aquella frase de "hasta que no se te jodan éstas no te compramos otras".

Así es como empecé a entender que lo que uno quiere conseguir tiene que venir dado, en la medida de lo posible, por lo que uno pueda tener. Una manera práctica de satisfacer los deseos y las metas de cada cuál. Eso me ha ayudó a entender un poco más lo que éramos, a frustrarme un poco menos y también a seguir jugando con el muñeco de Spiderman en vez de subirme por las paredes cuando no puedo comprarme el mismo bajo con el que Flea tocaba con los Red Hot Chili Peppers…