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Cultură

Cómo conseguí ser productiva en la era de internet

Ponerse a trabajar nunca había sido tan difícil como ahora, aquí te lo ponemos fácil.

Seguramente, ellos no consigan aumentar su productividad en el trabajo. Imagen vía.

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Este poemín de aquí arriba es la lista de mis búsquedas matutinas en Google. Me da vergüenza reconocer públicamente que despierto con este tipo de inquietudes, pero creo que es bonito que os abra mi corazón antes de deciros que el título de este artículo es una absoluta patraña. Ninguno vamos a dejar de ser lo que somos: engendros de la generación que creció sin internet y que de pronto descubrió la golosina de la red de redes, el santo grial de la pérdida de tiempo, para entregarse a ella con los brazos abiertos.

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Miranda July, en el inicio de su libro "Te elige", habla con envidia de los escritores que pudieron escribir sus libros antes de que existiera internet. Nuestra falta de rigor y disciplina se ha convertido en causa común, y eso es un problema, porque nos hemos unido bajo el toldo protector de una palabra celestial que parece que elimina todo lo malo, y nos hace mirarnos con complicidad, descargando cierta culpa: PROCRASTINACIÓN. ¿Por qué lo llaman procrastinación cuando en realidad es PUTA PEREZA?

Intentando luchar contra mi/nuestro mal, decidí dar un gran paso en la vida del adulto medio: cerrarme el Facebook. Mi vida se llenó de color y nitidez. Trabajaba emocionada por mi capacidad de autocontrol, por lo bien que me había castigado un mes sin Facebook. Pero no curraba mucho más, porque seguía pasando muchos ratos muertos buscando mierda. Me sentí una miserable. Pensé que, llegada a esta situación, me pondría a currar como una bestia. En lugar de eso, lo que hice fue buscar en la barra de Google: "Trastorno de déficit de atención pasados los 30". Ahí es cuando sentí que había llegado a lo más hondo del pantano, que debía tomar cartas en el asunto. Así que me sumergí en el terrible mundo de las apps de productividad.

Empecé por algo suave, el famoso MÉTODO POMODORO. Ideado a finales de los 80 y llamado así porque en sus inicios se hacía con un reloj de cocina con forma de tomate ('pomodoro' es tomate en italiano), este método sostiene que lo suyo es trabajar en intervalos de 25 minutos (25 minutos sin levantar la cabeza de tu tarea, sin beber agua, sin mear, sólo produciendo, produciendo), con 5 minutos entre medias para descansar la mente. Hay múltiples variantes del Pomodoro, pero yo decidí ajustarme a una clásica, y conseguí cumplirla. Nada mal para una campeona de los cien metros lisos de la dispersión.

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Pero en algún momento algo se quebró. El Pomodoro es como una profe de preescolar: los primeros días es tu Maestra, estás calladito en tu silla, mirándola con veneración. A la segunda semana, ya es tu seño, y trepas por su cuerpo para pintarle un mostacho con ceras Manley. Cuando te saltas los tiempos del Pomodoro por primera vez, y te levantas antes de que la alarma de la aplicación te indique que ha finalizado tu periodo de trabajo de 25 minutos, se acabó. Ya le has perdido el respeto. Pomodoro y tú habéis terminado. Debes probar algo más fuerte.

Procastinación en grupo. Imagen vía.

Concluyo que la técnica Pomodoro es útil, está bien, pero precisa de una madurez de la que yo carezco, así que decido tomar medidas más duras. Ya me había impuesto el castigo de quitarme de las redes sociales, pero quedaba todo un mundo de internet invitándome a jugar. Lo malo de la evolución de la tecnología, es que es tan maravillosa que hace que se esfume tu autocontrol; lo bueno de la evolución de la tecnología es que te puedes DESCARGAR EL AUTOCONTROL. Se llama SELF CONTROL y es una aplicación gratuita que no te permite entrar en las páginas de internet que tú elijas durante el tiempo que tú decidas. Yo, jugando fuerte, decidí capármelas todas a la vez. Fue una experiencia fuerte para mi corazoncito de adicta, pero empecé a notar algunos resultados.

Entonces, creyéndome vencedora en la lucha conmigo misma, el mundo exterior se erigió también es una herramienta fabulosa de procrastinación. De hecho, el propio cuerpo es un campo abierto formidable de huida, sobre todo si eres una mujer atada a los estándares estéticos del siglo XXI. Cuando hay alguna tarea brutal que hacer, nada es de pronto más importante que eliminar pelo a pelo todo el vello del cuerpo. Cuando estaba ya casi calva de las cejas, decidí que algo no estaba yendo bien. Mi único remedio era una institutriz con fusta. Y como de todo hay en la viña del internet, enseguida encontré a esa Rottenmeier sado que necesitaba: se llama WRITE OR DIE y vale los 20 dólares que cuesta. Este bicho implacable es regulable, según el grado de indisciplina que se te haya puesto en los cojones ese día. Tú regulas el tiempo que debes estar escribiendo y el promedio de palabras que debes conseguir en ese periodo de tiempo. Hay varios niveles de crueldad si empiezas a despistarte: en el Amable, un mensaje salta en pantalla para recordarte que debes escribir. En el Normal, la cosa se pone más chunga: cada vez que empiezas a tocarte el higo, tu ordenador emite un sonido espantoso y la pantalla en la que escribes cambia de color. El otro día vino una vecina asustada y me dijo: "Hay algo sonando muy fuerte en tu casa, como una alarma de incendios". En efecto, Write or Die se había percatado de mi ausencia y estaba muy enfadado. Ahí me di cuenta de que mi nueva supernanny había pasado de ser una institutriz severa a la que temer, a ser una canguro que me persigue con un rodillo de amasar mientras yo huyo haciéndole burla.

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De pequeña, mi ídola era Anna Frank. Y ella escribió su libro encerrada en un sótano. Sé que no es políticamente correcto desear estas cosas, pero la mente de la joven capitalista es malcriada y sin escrúpulos. Quería, básicamente, una ametralladora apuntándome a la cabeza y obligándome a escribir. Fue entonces cuando decidí pasar a la modalidad Kamikaze del Write or Die. Este nivel, si no alcanzas el ritmo que tú mismo te has marcado, reproduce la que quizás sea la pesadilla de cualquier persona con una tarea importante que hacer: las palabras empiezan a borrarse. Reconozco que esta modalidad me tocó el alma con sus deditos crueles, pero me hacía entrar en un estado casi esquizofrénico, y pensé que lo primero era la salud.

Así si. Imagen vía.

Además de estas aplicaciones, que considero que pueden ser verdaderamente útiles, encontré otras más chorras. 750 WORDS, por ejemplo, da puntos en función de la cantidad de trabajo que saques adelante, y te posiciona en un ranking online con otros escritores, periodistas o gente que esté con la tesis. Es perfecta para grandes empollones que quieran seguir siendo los number one, o para eternos segundos de la clase que se afanen a tope para sacarse su espinita de la infancia. Además, tiene un rollo buenrollero y happy que no me moló demasiado. ¿A que no se nota que la probé y nunca pasé del puesto 136? Por mí se pueden ir a la mierda todos esos pringados escalando puestos. Estoy segura de que se dedicaban a escribir la misma frase sin parar, a lo Jack Torrance locatis.

Después están OMMWRITER y COFFITIVITY. La primera, te ofrece músicas relajantes para currar. La segunda, te provee de un continuo sonido de fondo de cafetería (por aquello de que mola tanto escribir en cafés y la gente se concentra, y blablabla). También está WRITTEN? KITTEN!, que recompensa la entrega de un número determinado de palabras con la foto de un gatete.

Cuando me vi escribiendo como una demente a cambio de una foto de un minino con ojos de susto (qué necesidad, teniendo todos los que quiera en Google Images), sentí que había traspasado una línea. Había iniciado el camino circular del demonio: ESTABA PROCRASTINANDO PROBANDO APPS DE PRODUCTIVIDAD.

La conclusión final es que, paradójicamente, para someterse a las apps de disciplina hay que partir de ser una persona disciplinada. No hay una aplicación que te obligue a seguir la aplicación que te has instalado, no hay una aplicación que te haga escribir bien, no hay una aplicación que te haga ser otra persona que no eres, no hay una aplicación que te transplante el cerebro y te lo cambie por el de alguien responsable. Es decir, que, si no hay una motivación fuerte subyaciendo bajo toda esa pereza llamada procrastinación, la batalla está perdida de antemano. Abre Google, escribe cualquier gilipollez en la barra buscadora, y a vivir que son dos días.