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Cultură

Por qué esta mujer ha demandado a un fabricante de tampones por haber perdido la pierna

Después de que el síndrome del shock tóxico estuviera a punto de matar a Lauren Wasser, la ex modelo y atleta está decidida a luchar por solucionar los problemas con la industria del tampón.

Foto por Jennifer Rovero / Camraface

A los 24 años, Lauren Wasser lo tenía todo: hija de dos modelos, 180 cm de estatura, una rubia melena, ojos azules y una estructura ósea que recordaba a la de Lara Stone. Había renunciado a una beca integral de baloncesto en un centro de primera división para perseguir su sueño de ser modelo, una carrera que inició a la temprana edad de dos meses, cuando apareció en la portada de la edición italiana de Vogue junto a su madre. Cuando no estaba desfilando, tomaba clases de improvisación en Groundlings, jugaba baloncesto por diversión o daba paseos de casi 50 km en bicicleta. Tenía un apartamento en Santa Mónica y se prodigaba por los acontecimientos sociales de Los Ángeles.

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"Todo funcionaba a base de miradas", recuerda. "Yo era aquella chica, pero no era consciente de ello". Lauren tenía tantos amigos que el día que se reunieron a las puertas del centro de salud St. John para despedirse de ella, la cola daba la vuelta al edificio.

Todo empezó el 3 de octubre de 2012. Aquel día, Lauren se sentía un poco apagada, como si hubiera contraído la gripe. Además, tenía la regla, así que corrió al súper más cercano para comprar su marca de tampones habitual, Kotex Natural Balance. En ningún momento se le ocurrió asociar el uso de los tampones al malestar que sentía por todo el cuerpo. Después de todo, Lauren llevaba once años lidiando con la menstruación, e ir a comprar tampones era parte del ritual. Como la mayoría de chicas, a los 13 años su madre le había explicado las virtudes y los defectos del uso del tampón y le había enseñado a aplicárselo, recalcando la importancia de cambiarlo cada tres o cuatro horas. No era una regla difícil de seguir. Lauren asegura que aquel día se cambió el tampón por la mañana, por la tarde y por la noche.

Horas después, esa misma noche, decidió pasarse por la fiesta de cumpleaños de su amiga en Darkroom, en Melrose Avenue. "Intenté actuar con normalidad", explica, aunque a esas alturas a duras penas lograba mantenerse en pie. "Todo el mundo me decía que tenía un aspecto horrible". Condujo de vuelta a Santa Mónica, se quitó la ropa y se derrumbó en la cama. Lo único que quería era dormir.

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Lo siguiente que recuerda al despertar es ver a su cocker spaniel ciego encaramado a su pecho y ladrando con insistencia. Alguien estaba aporreando la puerta y gritaba, "¡Policía, policía!". Lauren se arrastró hasta la puerta y en cuanto abrió, un agente entró para inspeccionar el apartamento. La madre de Lauren, recién salida de una operación de cirugía, se había preocupado al no tener noticias de Lauren y había avisado a la policía para que hicieran una comprobación.

"No había podido sacar al perro, así que había pis y mierda por todas partes", recuerda. No sabe cuánto tiempo estuvo en la cama, ni recuerda si cuando despertó era de día o de noche. La policía le pidió que llamara a su madre y se marchó.

Lauren reunió fuerzas para dar unas cuantas zanahorias al perro del frigorífico medio vacío y llamó a su madre, quien le preguntó si necesitaba una ambulancia. "Estaba tan enferma que ni siquiera era capaz de tomar esa decisión", relata Lauren. "Le dije que quería irme a la cama y que la llamaría por la mañana. Y eso es lo último que recuerdo". Al día siguiente, su madre volvió a llamar a la policía, y esta vez les acompañó una amiga suya. Cuando entraron en la casa, se encontraron a Lauren tumbada boca abajo en el suelo de su dormitorio.

La trasladaron rápidamente a St. John, con una temperatura de 41 grados y, según los sanitarios, a diez minutos de morir. Sus órganos internos se estaban obstruyendo y había sufrido un grave infarto. Los médicos no eran capaces de estabilizarla y nadie sabía qué le pasaba hasta que llamaron a un especialista en enfermedades infecciosas, que inmediatamente preguntó, "¿Lleva puesto un tampón?". Efectivamente, lo llevaba. Se lo extrajeron y lo enviaron al laboratorio. Los resultados fueron positivos en la prueba del síndrome del shock tóxico (SST).

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Foto por usuario de Flickr Brad Cerenzia

Este síndrome fue bautizado en 1978 y consiste, básicamente, en el agravamiento de una infección bacteriana, generalmente por estafilococos. No es una enfermedad exclusiva de las mujeres, pero desde hace décadas se ha asociado su aparición al uso continuado de tampones, debido al elevado número de muertes causadas por este síndrome durante la década de 1980.

(Un solo tampón no es suficiente para provocar el SST; es necesario que la persona sea portadora del estafilococo. Cerca del 20 por ciento de la población alberga esa bacteria en el cuerpo.)

Las mujeres llevan siglos utilizando tampones y objetos similares durante sus ciclos menstruales, pero en los últimos 50 años la composición de estos ha cambiado, pasando de estar fabricados con fibras naturales como el algodón a elaborarse con materiales sintéticos como el rayón y el plástico, de los que son muy amigos, sobre todo, los grandes fabricantes como Playtex, Tampax y Kotex. Estas fibras sintéticas y la capacidad de absorción de los tampones constituyen el caldo de cultivo ideal para la aparición de estafilococos. Cuando Proctor & Gamble comercializó un tampón extraabsorbente llamado Rely en los 80, crearon la tormenta perfecta para el SST, que no tardó en cobrarse varias vidas. Según un estudio realizado por el Yale Journal of Biology and Medicine, "la carboximetilcelulosa en gel" que contienen los tampones Rely "actuaba como el agar en una placa de Petri, ofreciendo a la bacteria un medio viscoso en el que desarrollarse".

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En el hospital, los médicos le decían a la madre de Lauren que rezara por ella y que fuera preparando su ataúd. Indujeron a Lauren al coma. Las noticias de su hospitalización se filtraron a las redes sociales y pronto empezaron a llegar amigos y conocidos para darle el último adiós.

Por supuesto, Lauren no recuerda nada de aquello. Ni las publicaciones de Facebook pidiendo que se rezara por ella ni los paseos nerviosos de sus amigos en su habitación, ni siquiera el momento en que tuvieron que afeitarle la rubia cabellera, apelmazada después de tantos días en cama. Lo que sí recuerda es despertar, desorientada, viendo que le estaban infundiendo litros de fluido en el cuerpo y convencida de que estaba en Texas.

"Tenía la barriga hinchadísima y tubos por todas partes. No podía hablar", recuerda. Junto a su cama, había un tubo lleno de toxinas negras que le habían extraído del torrente sanguíneo. Miró por la ventana y vio una hilera de pequeñas casas que hicieron pensar a su confuso cerebro que se encontraba en el suroeste. Tenía el cuerpo completamente hinchado y lo sentía totalmente ajeno a ella. "Pensé que quizá me había sobrepasado con la comida", explica. "No tenía ni idea de qué estaba ocurriendo".

Peor que la desorientación era la quemazón continua que sentía en las manos y los pies. La infección se había convertido en gangrena. Tres años después, mientras me cuenta su historia en una cafetería de Los Ángeles, Lauren sigue sin encontrar las palabras adecuadas para expresar lo que sentía. Era el dolor más atroz que he… No sé cómo describirlo", confiesa. La trasladaron a UCLA para someterla a terapia de oxigenación hiperbárica con la esperanza de conseguir que la sangre volviera a fluirle por las piernas.

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Mientras Lauren esperaba para empezar el tratamiento, hubo un momento en que se quedó sola en la sala. Su madre y su padrino habían salido un rato y la habían dejado sentada en una silla enorme. Detrás de una cortina había una mujer hablando por teléfono. Lauren pudo oír la conversación. La mujer insistía en la urgencia de algo, en que lo que fuera de lo que estaban hablando debía suceder cuanto antes. Después dijo, "Tengo aquí a una chica de 24 años a la que va a haber que amputar la pierna derecha por debajo de la rodilla".

"Pensé, Dios mío, está hablando de mí ", dice Lauren. "Voy a perder la pierna ".

Foto por Jennifer Rovero / Camraface

Mientras Lauren estaba ingresada, su madre había iniciado una demanda colosal que afectaba a Kimberly-Clark Corporation —el fabricante y distribuidor de los tampones Kotex Natural Balance— y a las cadenas de supermercados Kroger y Ralph's, que vendían esta marca de tampones. Usar tampones de la marca Kotex no implica un mayor riesgo de sufrir SST que con cualquier otra marca, pero en la demanda se mencionan porque eran los que Lauren utilizaba; con este proceso, los abogados de la familia de Lauren esperan llamar la atención sobre el uso de materiales sintéticos en la fabricación de tampones. La demanda recalca que todos los imputados son "responsables, por negligencia, acto deliberado, imprudencia o por incumplimiento de la ley", de la situación de Lauren. (Un portavoz de Kimberly-Clark se negó a hacer comentarios para este artículo argumentando que la empresa "no hace declaraciones sobre procesos abiertos".)

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El abogado de Lauren, Hunter J. Shkolnik, está habituado a ver el lado oscuro de los productos que la mayoría considera seguros. Por ejemplo, él intervino en una demanda sobre el ingrediente de un jarabe para la tos que provocaba derrames cerebrales a la gente. "Me gustaría poder decir que el caso de Lauren me sorprendió, pero no es así", afirma. "No se ha cambiado el tampón desde que se produjo la epidemia de SST. Lo único que hicieron fue poner una etiqueta diciendo 'Cuidado, puedes contraer SST", pero el material lleva décadas siendo el mismo". Para evitar la ira de la FDA, prosigue, las empresas se limitan a poner esa advertencia en las cajas de tampones. Es lo que él llama una "carta para salir de la cárcel gratis".

Desde la década de 1980, los fabricantes están obligados a incluir las advertencias en las cajas, si bien Shkolnik aduce que en el caso de Lauren, dicha información no estaba lo suficientemente clara, en especial no advertía sobre la peligrosidad de dejarse puesto el tampón toda la noche. La defensa de Lauren asegura que, de la forma en que estaba escrito el mensaje, podía interpretarse que era posible llevar puesto el tampón más de ocho horas, sobre todo cuando se trata de chicas jóvenes, que a veces pueden dormir entre nueve y diez horas del tirón los fines de semana. "Los fabricantes deberían decir, 'No duermas con él puesto. Utiliza una compresa'", concluye Shkolnik.

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No hay duda de que la mayoría de las mujeres saben que todas las cajas de tampones contienen una advertencia sobre el síndrome de shock tóxico y, aunque lo la lean cada vez que utilicen un tampón o compren una caja, saben de su existencia, aunque sea vagamente. En EUA, las cajas tienen este mensaje:

Lea y conserve esta información antes de usar el producto. El síndrome de shock tóxico (SST) es una enfermedad poco frecuente, pero grave, que se asocia con el uso de tampones y puede provocar la muerte. Utilice el tampón hasta un máximo de ocho horas.

Shkolnik admite que la existencia de esta información de la FDA será el mayor escollo para ganar el caso. "Parte de nuestra labor es demostrarle al jurado que no se trata de las advertencias que pueda haber en la caja, sino del hecho de que en veinte años nunca han utilizado materiales más seguros para la fabricación de tampones cuando podrían hacerlo. Los fabricantes dicen que son 'naturales', cuando su peligrosidad deriva precisamente de los materiales hechos por el hombre con que están elaborados. Sus campañas de marketing hacen creer a as jóvenes que sus tampones son de algodón natural cuando no es así. No son de algodón. Si lo fueran, las posibilidades de contraer SST prácticamente desaparecerían".

El Dr. Philip M. Tierno es profesor de microbiología y patología en la Escuela de Medicina de NYU y ha realizado exhaustivas investigaciones independientes sobre la relación entre los tampones y el síndrome de shock tóxico. Él coincide en que el algodón sería más seguro. "La mayoría de los grandes fabricantes utilizan una mezcla de rayón viscosa y algodón o solo rayón viscosa. En ambos casos se dan las condiciones físico-químicas óptimas para la aparición de la toxina TSST-1 si la cepa toxigénica Staphylococcus aureus está presente en la flora vaginal de una mujer", explica. "El SST puede aparecer si una mujer no tiene anticuerpos contra la toxina o sus niveles de anticuerpos son bajos. Por tanto, los elementos sintéticos del tampón son un problema, mientras que los tampones hechos con un 100 por cien de algodón presentan un riesgo muy inferior, casi nulo".

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Foto por Jennifer Rovero / Camraface

En el hospital, Lauren se enfrentaba a una situación de pesadilla: tener que firmar la autorización para proceder a la amputación de su pierna derecha por debajo de la rodilla. "Se me habían empezado a momificar las dos piernas", afirma. "Tenía que actuar rápidamente". El talón y los dedos de su pie izquierdo estaban muy dañados y los médicos se plantearon la posibilidad de amputar también la pierna izquierda, pero Lauren luchó por mantenerla. "Tenía un 50 por ciento de posibilidades", cuenta. "Me pusieron dos injertos de prepucio de bebé que —milagrosamente, gracias a Dios— fueron lo que me salvó el pie. Los dedos los he perdido. El talón acabó curándose, pero lo tengo hipersensible y en esa zona no tengo grasa subcutánea".

Lauren todavía es joven y su cuerpo sigue produciendo calcio para regenerar el pie afectado, pero paradójicamente, eso empeora las cosas. "Básicamente es como si caminara sobre rocas", explica. Debe someterse a frecuentes intervenciones quirúrgicas de mantenimiento y todavía hoy, tres años después, sigue sintiendo dolor. Los médicos le han dicho que es posible que cuando tenga 50 años haya que amputar nuevamente.

"Cuando llegué a casa me quería morir", dice. "Antes era 'la chica' y luego, de repente, me falta una pierna, voy en silla de ruedas, solo tengo medio pie y ni siquiera soy capaz de andar hasta el lavabo. Estaba en cama, sin poder moverme, con la sensación de que aquellas cuatro paredes eran mi celda". A veces saltaba de la cama, afectada por el síndrome de miembro fantasma, y acababa en el suelo. Lo único que la hacía olvidar pensar en el suicidio era su hermano de 14 años. "No quería que viniera a casa y viera que me había rendido", explica.

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Lauren reconoce que le costó mucho tiempo adaptarse a su nueva situación. "Recuerdo que lloraba sentada en un pequeño taburete en la ducha, con la silla de ruedas esperándome fuera", lamenta Lauren. "Te jode la vida. Vives tu vida pensando, Soy un atleta o, Soy una chica guapa, pero esto era algo físico sobre lo que no tenía ningún control. Me llevó un tiempo asimilar si todavía valía la pena vivir, si seguía siendo guapa".

Durante ese proceso contó con la ayuda de su amiga fotógrafa Jennifer Rovehttps://instagram.com/fotofetish/ro, quien tomó cientos de instantáneas de Lauren durante su recuperación a modo de terapia. Mientras iban por la ciudad haciendo fotos, adquirieron la costumbre de preguntarle a las chicas que se encontraban si conocían el síndrome de shock tóxico o si pensaban que existía realmente. La mayoría decía que no.

En otoño, Lauren espera poder presentarse al Congreso con la representante Carolyn Maloney. Esta congresista de Nueva York está luchando por que se apruebe la Ley Robin Danielson, llamada así en honor a una mujer que murió de SST en 1998. La aprobación de esa ley "permitiría establecer un programa de investigación sobre los riesgos que conlleva la presencia de dioxina, fibras sintéticas, fragancias químicas y otros componentes en los productos de higiene femenina". La medida ya ha sido rechazada nueve veces antes siquiera de llegar al proceso de votación.

Con esta demanda, Lauren y sus abogados pretenden que haya transparencia, no que se dejen de usar tampones. Realmente, este producto es útil a la hora de controlar el flujo menstrual.

Por ahora, sin embargo, Lauren no soporta ver anuncios de tampones, con todas esas chicas corriendo alegremente por la playa o tirándose por un tobogán con unos shorts de un blanco inmaculado. Por lo general, ninguno de esos anuncios advierte sobre el SST. "No puedo tirarme por un tobogán, no me apetece ponerme un bañador ni podría zambullirme en la playa si quisiera", se lamenta. "Ese producto me ha jodido bien".

Como ocurre con los cigarrillos, Lauren quiere que la información de advertencia en las cajas de tampones sea más grande y más clara. "Sabes que los cigarrillos pueden matarte, así que es tu decisión si los fumas", dice. "Si yo hubiera conocido toda la información sobre el SST, jamás habría usado tampones". Y jamás volverá a usarlos.

Lauren y su amiga no suelen hacer fotos de su prótesis y se centran más bien en la cara. Pero hoy me han enseñado las fotos de su última sesión. En ellas, Lauren lleva un lápiz de ojos de un negro intenso y está de pie. Puede verse perfectamente la pierna prostética enfundada en una zapatilla New Balance. Posa con la mirada atenta pero desapasionada de una modelo. Han pasado tres años desde que ocurrió todo aquello: el recipiente con las toxinas, la cámara hiperbárica, la visita del representante de dispositivos protésicos presentándole las diversas opciones disponibles… Hoy incluso hace bromas al respecto. Llama a su pierna amputada "Piernecita" y al pie. "piececito".

Le pregunto si sigue jugando a baloncesto, pensando en que muchas vidas tienen un antes y un después. "Cuando juegas bien, juegas bien siempre", responde.

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Traducido por Mario Abad.