Resulta que hoy las canciones dedicadas a Jesús, el Cristo, o a Dios (sí, el señor que es como dueño de todo para los católicos y protestantes) se han diversificado y refinado al punto de que, si te agarran distraído, es probable que te guste una por accidente. Sí, canciones que escuchan los locos del agua bendita.
Hay, desde hace años, metal cristiano, hip hop evangélico y hasta reggaetón. No sé, es posible que ustedes hayan estado al tanto desde siempre y que en este momento estén arqueando las cejas mientras sienten una mezcla de condescendencia y aburrimiento, pero yo no salgo de mi asombro: toda esta chamba hace que al menos parezca posible ser trendy y mocho a la vez.
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El asunto me confunde porque, según tenía entendido, es necesario que Dios y esas cosas se impongan con algo de severidad, ¿no? Y la música pop, con su atractivo inmediato e irresistible, casi subliminal, en especial la de ritmo sincopado, puede despertar nuestro deseo de movimiento y hacer que disfrutemos nuestro propio cuerpo. Y eso es pecado, ¿verdad? Es preciso sentir una mezcla de asco, vergüenza y miedo ante el placer corporal, porque ese rechazo sirve para recordarnos que nacimos sucios, o algo así. Bueno, puede que esté en un error. Nunca fui a catecismo.
Por eso me alivia un poco cuando encuentro canciones religiosas hechas con la vieja y hermosa ñoñería de siempre. Como las quince que integran el álbum Bendito seas mi creador (no sé si la palabra “creador” en el título lleva mayúscula; resulta que toda la información que lleva impresa el disco fue redactada sin desactivar la tecla de Caps Lock). El disco tiene como titulares a Carlos Vega y Ciria Adunas, aunque el crédito que se adjudican es relativamente modesto: “declamadores y autores”.

La “musicalización”, al contrario de lo que nos sugiere nuestra experiencia como escuchas y el sentido común, es en este caso un crédito secundario y está a cargo del Grupo Pachacama y el Trío Rey, bajo la dirección de Sergio Reyes Esparza. Lo que tocan es casi indescriptible, aunque una idea que podría acercarse es tomar a Ennio Morricone y revolverlo con quenas andinas y el murmullo indistinto de la Nueva Trova, como si fueran tres bloques de plastilina. El criterio que se usa para adjudicarle un lugar menor a la música es que la onda, el flow, lo traen la señora Adunas y el señor Vega con sus poemas.
No se trata de una obra de spoken word, ni siquiera de poesía en voz alta con banda sonora, como quisiéramos imaginarla al pensar en algunas cosas que han hecho Saul Williams o Leonard Cohen. Aquí hay una dinámica que hace sonar plana a cualquier lectura de poesía; si se graficaran las modulaciones de voz de los autores, tendrían más crestas que la lectura de un sismógrafo durante el terremoto de Fukushima. Estoy hablando de algo que debemos llamar, siguiendo a sus practicantes (que son un ejército), “declamación”, y se trata de un género en toda regla, casi una disciplina aparte. Para darse una idea, piensen en los discos de Paco Stanley. Pero, créanme, esto es mucho más chingón.
Bendito seas mi creador es, a la vez, una obra representativa y atípica del género de declamación. Hay una serie de excentricidades a lo largo de todo el trabajo que nos devuelven la atención y es posible que nos dejen un buen rato perplejos la primera vez que se escucha (yo lo he escuchado incontables veces, confieso).
Por ejemplo, al inicio de la primera pieza, la que da título al disco, se escucha la voz de Ciria Adunas, llena de matices de una ansiedad sexual difusa, como si todo el tiempo si estuviera a punto de llorar o arrancarse la cara con las uñas, mientras dice el nombre del poema y comienza con una sarta de agradecimientos a Dios por darle cada día la oportunidad de alabarlo. En ese momento es posible experimentar una combinación de sueño y de la más perfecta y mejor lograda compasión por la persona que decidió que grabar eso era una buena idea. Pero no transcurren más de cuatro líneas antes de que salga al tema la gran “longanimidad” de Dios. Antes de este disco, no conocía esa palabra. Uno de los rasgos más valiosos de Bendito seas… es que nos ayuda a reconocer que cualquier persona puede darnos una lección de humildad.
Pero su mayor mérito, por mucho, es el humor involuntario, un aspecto en el que es una obra para los siglos. Por ejemplo, mientras escribía el párrafo anterior, estaba lidiando con la gastritis, producto de una asignación laboral que me ha hecho decidir, por fin, renunciar a mi empleo. Y aun en medio de la especulación acerca de las varias formas en que quisiera desollar a mi jefa, los dos minutos y medio de “Pensamiento iraquí” me volvieron a poner tan de buenas, que hasta rocié un poquito de baba en la pantalla al reírme.
Permítanme detenerme un poco en ésta, la sexta pieza del álbum.
“Pensamiento iraquí” empieza, como todas las demás, con el autor del texto diciendo el título respectivo, pero aquí lo pronuncia como “pensamiento iraquíe”. En ella acusa, sin mencionarlo por su nombre, a George W. Bush de pretender, entre otras cosas, imponerle al mundo su herencia sodomita y llenar el mar con “sangre de sidosos”. A partir de la mitad de la rola, se empiezan a contrapuntear las líneas con efectos sonoros de disparos y explosiones que habrían resultado más verosímiles si las hubiera grabado un niño de cinco años. El epílogo es un fragmento de lo que parece ser la grabación del lanzamiento de un cohete (¿?), que incluye una cuenta regresiva, interrumpida abruptamente por el sonido de lo que podría ser una explosión, pero que parece más bien el fin de un juego perdido de Atari. En cualquier caso, espero que no se queden con mi descripción, que jamás podría hacerle justicia a este pedazo de porción de maravilla, y vayan directamente a escucharla. Seguramente habría hecho las delicias de una sensibilidad como las de Stockhausen o Scott Walker.
Como decía, uno de los elementos constantes es la lectura del título al inicio de cada pieza. El otro es que la última línea se pronuncia con el doble del volumen e intensidad que el resto, algo que no es poco decir. No sé hasta qué punto se hayan puesto de acuerdo en este segundo aspecto, pero lo siguen fielmente, como si fuera una encíclica papal. Así, no importa si un poema termina en líneas tan aparentemente anodinas como “me negaron siempre / su apoyo moral”, o “es más fácil encontrar / una aguja en un pajar” (como es el caso de “Don Dinero”; una crítica a la mercantilización de las relaciones humanas), el chiste es gritarlas como si se intentara dejar nuestro ánimo cimbrado para el resto del día.
Este recurso es llevado al extremo en “Pa’ morir nací”, que además es una de las pistas más bienvenidas, porque, a la manera del álbum arquetípico de pop, casi todos los mejores momentos suceden al principio. Para cuando llega ésta, que es la penúltima, ya nos hemos fumado odas al maestro, DOS panfletos en contra del aborto y un ruego en voz de un personaje que, harto de vivir, espera que Dios le conceda la gracia de matarlo (no se plantea siquiera la posibilidad del suicidio o la eutanasia, no sabemos si por pudor o porque la autora tuviera tan interiorizado el mandato divino de la vida, que no se le haya ocurrido; de paso, habría que decir que la mayoría de las piezas flojas son de la autoría y voz de la señora Adunas). En ese contexto, “Pa’ morir nací” es como el segundo aire del disco: la historia de un novio celoso y temerario, que sólo se deja intimidar por la suegra. Cierra con una promesa de vigilar a la doncella día y noche, sin alejarse siquiera para trabajar, gritada de una forma que me hace pensar en un ataque de pánico por sobredosis de cristal.
Bendito seas mi creador es un producto que no podría venir de una fuente distinta a una ingenuidad y una convicción a prueba de balas, una disposición de ánimo e intelectual que parecen encontrarse al borde de la extinción y que para alguien como uno, acostumbrado a tener el cinismo siempre al alcance de la mano, merecen cuando menos una mirada de asombro. Hace rato dije que el hecho de que a alguien le pareciera una buena idea grabarlo es digno de compasión, aunque esa compasión se ve atemperada por la certeza de que no recuerdo la última vez que tuve la capacidad de decir públicamente algo, cualquier cosa, con la confianza que parecen tener los señores Adunas y Vega detrás de cada palabra. (Que hayan hecho uso de esa confianza para defender una serie de ideas que resultan ridículas, por medio de una obra que lo es aun más, es algo que me parece difícil de negar, pero ése es otro tema).
El disco llegó a mis manos cuando trabajaba en una dependencia del sector cultural. Carlos Vega, en persona, llegó hasta nuestra oficina y habló con mi jefe y conmigo de esta obra que le llenaba de orgullo, mientras dejaba la copia que poseo (desde hace 8 o 9 años) sobre el escritorio. Al contrario que el 98.7% de las personas que se aparecían por ahí, no estaba solicitando financiamiento para su trabajo, ni que éste se publicara con los medios de la institución, sino simplemente que le ayudáramos a difundirla. Y, aunque tarde, eso es aproximadamente lo que estoy haciendo aquí.
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