La historia del músico y productor francés Bernard Fèvre alias Black Devil Disco Club, es hermosa y conmovedora. Después de casi 30 años de retiro, tras pasar desapercibidos sus años fonográficos en activo (1975 a 1978), en 2004 fue “rescatado” por Richard D. James, mejor conocido por el gran público como Aphex Twin (incluso Richard lo reeditó en su propio sello Rephlex), y por el productor y DJ francés Luke Vibert.
Desde entonces Févre se convirtió ante las nuevas generaciones especializadas, en personaje de culto, pues sus primigenios procesos de producción se adelantaron a un fragor sonoro entonces aún no tan claro ni estructurado como ahora lo entendemos. Esto es: aunque en 1978, cuando emitió su más célebre creación bailable, aún no había cajas de ritmo programables, él concibió una forma de hacer “música electrónica” de forma orgánica y a la vez sintética, con una dinámica y noción de continuidad que entonces no existían. Si bien ya figuraba Kraftwerk, las piezas de esta banda alemana eran más pensadas como un synth-pop conceptual, que algo para la discoteca. Y aunque ya existía el álbum From here to eternity de Giorgio Moroder (1977), de sonido disco-electrónico muy similar e igual de adelantado a su tiempo, Févre no tenía idea de su existencia cuando creó su primer trabajo bailable: bombos procesados con fuerte compresión, muy al frente (algo que sería popular en el Italo-disco hasta la primera mitad de los años 80 y sobre todo en los años del boom de los años 90, con ritmos como el house y el big beat); sintetizadores cuyos procesos generaban bajos repetitivos y persistentes, con los cuales hizo empatar una batería real; voces deslavadas pasadas por el efecto análogo ring modulator, entre otros arreglos ludi-cósmicos, como loops reproducidos por cintas magnéticas. Esto es, una suma de elementos hasta entonces inédita.
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El hippie que quiso ser oscuro
Sabedora de su leyenda (al menos desde 2009 aproximadamente), cuando me preguntaron si quería entrevistar a Fèvre, me temblaron las manos y dije que sí. En los 20 minutos que me fueron concedidos, le tiró carrilla a Jean Michel Jarré, me contó cómo se peleó con Giorgio Moroder, cómo pasó de hacer discos contemplativos a otros llenos de fiesta, su gusto por el sonido Motown, qué hizo durante sus años de inactividad, qué sentimientos le invadieron cuando lo “redescubrieron” teniendo 60 años de edad (ahora tiene 70), y qué planes musicales tiene (porque sí: sigue creando material nuevo desde 2006).
La charla fue en el Centro Cultural de España, en medio del barullo del foro Mutante, hermanado con Nrmal 2017, festival en el que actuaría dos días después, como el cierre estelar.
Lo saludé nerviosa y le pregunté si pronuncié bien su nombre: “Bégnagd Fébgg”. Me dijo que sí, y agregó muy serio: “En realidad me llamo Bernard Fever“. Me quedé muda, pues me pareció genial el juego de palabras que relaciona a la música disco con el fuego en la pista, pero él creyó que no lo entendí: “¡Son las mismas letras!”, me explicó con candor. Y es que es más que atinada su auto-mofa: sabe bien lo que ha tenido entre manos desde mediados de los años 70. Esto es, una incandescente idea rítmica que a la postre, sin que él se lo propusiera, puso entre otros, bases para el citado italo-disco; para otros, es el padre involuntario del high energy, cosa que le causa mucha gracia, porque en su aislamiento nunca imaginó que lo relacionarían con un ritmo que tuvo su auge en la primera mitad de los años 80 y que en México sigue vigente en las fiestas sonideras de Polymarchs y el legendario Patrick Miller. La idea primigenia de Févre también podría describirse como una combinación disco-funk, plena de arreglos juguetones generados por sintetizadores cósmicos, sazonados con bongoes selváticos, debajo de tenebrosas voces de notas largas (que están en inglés, compuestas por su mecenas Jacky Giordano, aunque Bernard las cantó sin entenderlas) y aderezadas con coros túcu-túcu o tu ru rú-ru rú, bastante peculiares.
Févre (Francia, 1946) no habla inglés ni español, sólo su lengua natal. Nacido en un barrio de “clase trabajadora” en las afueras de París, abandonó la escuela para dedicarse de lleno a la música y tocar desde los 14 años en la banda del club nocturno local, que interpretaba soul y R&B afroamericanos (eso explica cómo cultivó el groove desde muy joven). Fan de los Beatles y de Ray Charles, tocaba el piano desde los cuatro años de edad. Si bien grabó dos discos firmados con sólo su nombre, Suspense (1975) y Cosmos 2043 (1977), invadidos de mágicos pasajes espaciales generados por sintes análogos, cuando la música disco empezó a inundar oídos, el baile lo llamó como un mantra: “Yo amaba bailar, me hacía feliz la fiesta, así que quise ir más allá de la intelectualidad de mis primeros discos, y pensé en llevar la música disco a otro nivel”, dijo en 2007 a la revista Dazed & Confused. Se consideraba a sí mismo un hippie, pero dentro de él, una comezón le dictaba ir más allá: “Tenía ganas de hacer algo más punk, con una energía más oscura. Hacer un álbum donde el sintetizador fuera el centro de todo; tenía nociones de orquesta clásica y vi que esos nuevos instrumentos no eran sólo juguetes, como en Francia eran considerados por muchos. Siempre les tuve mucho respeto. Puedes crear una gran paleta de sonidos con ellos y ésa fue mi motivación detrás del primer Black Devil”.
El concepto original se llamaba sólo Black Devil y el álbum Disco Club. Pero artista y obra se fusionaron en uno solo, ante la incógnita que dejó el paso del tiempo, pues en la carátula se leían ambos, y se pensaba que Black Devil Disco Club era el disco homónimo de algún grupo desconocido del pasado. Con los años, el mito los fusionó en uno solo, en un mismo misterio.
Del sonido Motown al Italo-Disco
Fèvre luce jovial y divertido aún siendo un reciente septuagenario. Trae el pelo pintado de castaño, con el fleco alborotado, un tanto largo al frente y corto atrás, como lo usó en los años 70. Trae un pequeño arete negro en el oído izquierdo. Es muy alto, viste desenfadado y cómodo, porta con gallardía una enorme nariz y dice que le encanta el acento mexicano: “Hablan el español despacito, elegante, siento que lo pronuncian completo, aunque no lo entienda bien en realidad”. Una agradable morena intérprete nos ayuda a ambos en la charla. Bernard habla con pasión permanente y una sonrisa humorosa que no termina. La pasa bien. Se divierte.
Noisey: Empezaste en 1975 con el Suspense y luego en 1977 con Cosmos 2043 (del cual el tema “Earth Message” fue sampleado por The Chemical Brothers en la canción “Got Glint” del Surrender de 1999) ¿Cómo diste el salto de hacer música atmosférica, a música bailable? Un año antes, Giorgio Moroder había hecho algo muy similar.
Bernard Févre: Y espero hayas oído lo último que edité, en septiembre pasado, Orbit Ceremony 77: es material encontrado en cintas, en el garage de mis padres, que debí grabar entre 1976 y 77, aproximadamente. Una vez halladas, esas composiciones las re-trabajé y remastericé… hay cosas muy buenas ahí, ¡cómpralo! [Ríe]. Sobre lo que preguntas, de verdad yo no conocía la obra de Moroder, no sabía quién era. No era fácil saber lo que otros hacían en otras latitudes, como ahora. De hecho tuvimos una discusión en un foro de Internet, porque él me agredió, diciendo que yo le había robado sus ideas, que yo le había copiado, pero le expliqué con ‘A + B’ que no era así, que en esos años nunca oí su música, y que tenía que entender que a veces en el arte hay cosas que están en el aire, las cuales hacen que varios vayamos en un mismo sentido. Además eso correspondía a la evolución misma de los sintetizadores, y todo mundo lo aprovechó, yo incluido ¡Lo más gracioso es que él dejó de agredirme cuando varios jóvenes empezaron a decirle que mi trabajo era mucho mejor que el suyo! [Ríe]. Y bueno, como decía, el que existieran instrumentos que hicieran cosas nuevas tuvo mucho que ver. Por ejemplo, de pronto hubo la posibilidad de que hubiera una repetición artificial del bajo, continua y muy rápida: du du du du du du…. Eso un humano no podría haberlo hecho, sería muy cansado y en algún momento dejaría de ser preciso; pero un sintetizador podía hacerlo. Asimismo, había un espíritu reinante por el baile, en ese momento. Yo quería recrear la música del sonido Motown que sonaba en ese entonces. Los cantantes de ese sello hacían más o menos ese sonido, pero de forma acústica, no sintética.
¿El sonido Motown? Interesante. Eso explica la portada del disco con una afroamericana alada y la intención fogosa en el nombre: El diablo negro.
Así es… La diseñó mi ex mujer, por cierto, que se llama como tú… En fin, me di cuenta que lo que a mí me interesaba realmente era el ritmo. El ritmo está en todos lados, algo que los niños sienten intuitivamente, sin que nadie se los enseñe. Las congas son un sonido que me atrae muchísimo. Una vez una percusionista profesional brasileña me felicitó por el gusto de mis ritmos; me sentí muy halagado, viniendo de alguien cuyo país es bueno en eso. Y es que yo me considero un especialista del ritmo, antes que otra cosa. Si algo no se baila, me aburre. Por ejemplo, Jean Michel Jarre no hace bailar a la gente, sólo hace que muevan levemente sus brazos. A mí me gusta que la música pueda llevarte a mover los pies, las piernas; a otros la cadera, otros los hombros, el cuello… Digamos que todas las etnias pueden bailar con mi música. Porque lo que hago, como dije, viene de la música que me gusta desde muy joven: la de los negros estadounidenses. Eso no todo mundo lo entiende o analiza; mucha gente que escribe de música sólo sabe de historia de la música, pero eso no es ser músico ni eso es la música.
¿Qué pasó exactamente cuando apareció el disco Black Devil / Disco Club? ¿Por qué no fue tan conocido en su momento?
Fue producido y editado por el sello RCA. Hicieron unos tres mil discos en vinilo. No hicieron ningún trabajo de promoción. Los que realmente lo dieron a conocer y lo hicieron circular fueron los piratas italianos. Aunque para mi sorpresa, el disco fue llegando a lugares que nunca supe ni imaginé. Por ejemplo, una vez me presenté en Nueva York, como en 2009, y el presentador, con esa forma gritona que me encanta de los estadounidenses, dijo: “¡Damas y caballeros! Yo bailé con la música de este chico hace 20 años. Es un honor para mí presentarlo. ¡Con ustedes, Bernard Févre!
Entiendo que los que preservaron ese disco fueron sobre todo quienes hicieron Italo-Disco.
Mmmmh… Digamos que sí entró dentro de esa categoría, ¡pero lo que yo hago es Français-Disco! [Risas]. Ahora, quiero hablar más sobre cómo trabajé ese álbum. Lo hicimos entre cuatro personas. Todas las composiciones son mías, salvo las letras, que son de Jacky Giordano, que además financió las sesiones. Yo estaba encargado de todos los teclados. Había también un percusionista tunecino [no acierta a recordar el nombre] y un ingeniero muy joven llamado Jean Pierre Gouache. Cuando uno llegaba entonces a los estudios con sintetizadores, los ingenieros de sonido se asustaban y no querían grabarte. Pero gracias a este joven ingeniero, pudimos hacerlo, pues él sí entendía este trabajo. Era algo novedoso y sabía que debía ser conectado para ser disfrutado. Si uno no magnifica un sintetizador con ecos, reverberaciones, no es nada interesante, es como un violín en un comedor, algo muy feo. Lástima que este chico trabajó unos pocos años más y luego se retiró a instalar líneas telefónicas. Es muy triste; muchas veces gente con talento no logra encontrar a otras personas con talento con las cuales armar algo que lo anime.
Y a propósito de dedicarse a otras cosas, ¿eso te pasó a ti? ¿te desanimaste? ¿Qué hiciste en tus años de retiro?
Hice algunas producciones, hice música para librerías de sonidos, vendí cosas que no valían nada. Me la pasé riendo del absurdo del show business. Aunque lo que más me dio de comer fue la publicidad, que en realidad no era interesante para mí desde lo intelectual.
La triste felicidad de tener razón
¿Qué sentiste cuando Aphex Twin “re-descubrió” tu trabajo? ¿Qué pasó por tu mente al ver que de pronto eras un personaje de culto?
O sea, ¿qué sentí cuando me enteré de que yo existía? [Ríe]. Pues nada. Me pareció algo muy estúpido y a la vez gracioso. Primero fue bueno, porque eso me hizo ver que yo había tenido la razón, que lo que había hecho era bueno. Pero a la vez me había equivocado al tener razón. Suena complicado, ¿verdad? Me explico: Me hizo feliz haber tenido la razón, pero también triste, porque no me había aportado nada. Y no hablo de dinero: no me aportó un camino. Haber tenido la razón, haber hecho algo bueno, paradójicamente me sacó del camino, y empecé a caminar por un sendero sin salida, paralelo. Pero de pronto regresé al camino por el que había empezado a andar. En suma, sentí una mezcla de felicidad y nostalgia. Pensé: “¡Qué lástima! ¡Qué pendejo fue todo esto!”
Pensaste que tu vida pudo haber sido de otra forma, ¿cierto?
Así es. Pero bueno, ahora me siento muy feliz cuando estoy en el escenario, con todos ustedes, gente entusiasta de lo que hago como tú y todos con los que he hablado. Pero me cuesta dejar de lamentar todos esos años de alguna forma perdidos. Porque ahora no lo puedo aprovechar igual que como pude hacerlo a los 30 años. Lo único positivo es que ahora no se me van a subir los humos, en cambio a los 30 quizá sí me la habría creído… Pero el que más se dio cuenta de que ‘yo existía’ fue mi hijo, porque un día llegaron periodistas con cámaras y luces, de la revista Dazed & Confused, y aquél dijo: ‘¡Papá! ¡Vales algo!’
¿Qué es lo que oyes ahora y qué seguirás haciendo, musicalmente?
Ando buscando música a la vez inventiva y tranquilizadora, que nada tiene que ver con Black Devil… Sobre lo nuevo que estoy por editar, me tardé tres años en hacerlo y cinco meses en enseñarlo. El desafío fue algo fuerte, porque me decidí a ser todavía más pop. Ése fue mi reto. Pero finalmente lo puse ante varios periodistas jóvenes y viejos, y escucharon de inicio a fin los 14 tracks. Por fortuna dijeron: ‘es exactamente lo que esperábamos de ti, cuando nos dijiste lo que ahora querías hacer’. Incluso probé tocar uno de los temas nuevos en un show en París, y funcionó muy bien con la gente. Tuve mucho miedo de mostrarlo, que sonara caduco, que se fueran a decepcionar; me sentí como un niño que va a presentar un examen, pero tuve éxito. A final de cuentas, los artistas somos personas que todo el tiempo nos enfrentamos a presentar exámenes. Quizá es eso lo que nos impide envejecer demasiado”.
Y exactamente así es. La noche del 12 de marzo en su presentación en el festival Nrmal, había gente feliz bailando, desde adolescentes hasta adultos, con una música que sonaba atemporal, a la vez retro y contemporánea, emitida ahora desde una computadora y un controlador Korg, rodeada de maravillosos visuales infernales. Realmente fue muy emotivo verlo tan lleno de vida, cumpliendo su sueño, sin nostalgia, sin decadencia, mirando hacia el futuro cual si tuviera 30 años de nuevo, con una música increíble y divertida. Qué linda y justa puede llegar a ser la vida, a veces.