Bertín lo hace mejor. No lo digo yo, lo dice Bertín refiriéndose a él mismo en tercera persona, como los cantantes de música urbana (se ve que ahora ya no se dice trap). No habla de fecundar. No habla de poner títulos a los discos (Yo debí enamorarme de tu madre, maldito genio). No habla de contar chistes de gangosos con Arévalo. Ni siquiera habla de entrevistar a famosos con las dos primeras líneas de sus biografías de Wikipedia como única documentación.
Habla de planchar.
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Si pensabas que eras un hombre moderno y feminista, un tipo del siglo XXI, Bertín te acaba de pintar la carita. Mejor dicho, te acaba de pasar la Ufesa PV 1500 por ella. ¿Todavía no te has enterado? Norberto Juan Ortiz Osborne ahora es youtuber y se ha embarcado en una cruzada: demostrar que la testosterona y las labores del hogar son universos compatibles. Si él puede, tu cuñado de VOX también.
Los hechos en frío: hace tres semanas que Bertín Osborne tiene un canal de YouTube. Mientras Wismichu y Auronplay se llenan los bolsillos en la estratosfera de internet con sus charlotadas millennials, en las cloacas de YouTube algo gordo y peligroso se mueve a la contra. El presentador de Mi casa es la vuestra podría haber aprovechado para imitar a Frank Sinatra, contar anécdotas de su agitada vida, abrirse en canal, cagarse en Arévalo, yo qué sé; no le habría resultado difícil hacer caja y acumular millones de visualizaciones. Pero Bertín no está en YouTube por la pasta. Nah, Bertín no es el Rubius.
En el primer vídeo, el cantante te enseña a planchar a base de consejos que te vuelan la cabeza. “Primero, hay que tener una camisa arrugada”. Boom. “Después necesitamos una plancha enchufada”. En tu cara. Y la fiesta sigue. “Camisa chichinabo” por aquí , “he venido a haceros la vida más fácil” por allá y una revelación: Bertín tiene un corazón enorme. Sabe que nuestra existencia es un infierno de camisas chichinabo más arrugadas que Ennio Morricone y no tiene reparos en compartir su sabiduría para sacarnos del hoyo. Gratis. Y lo suelta todo en un tono campechanísimo, permitiéndose filigranas humorísticas de bajo perfil. Muy a gusto. Es un Bertín ávido de demostrar que de machista, nada, que en su casa él se plancha las camisas mientras el servicio se dedica a jugar al Candy Crush.
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Aparte del shock de ver a Bertín blandiendo una plancha contra el heteropatriarcado, es imposible esquivar el desconcierto, el mismo vértigo y bochorno de ver a un cuarentón en una discoteca de trap, perreando e intentando molarle a la peña. Porque Bertín, a sus 64 tacos, no le teme a la dialéctica youtuber. Llama bertiners a sus seguidores (como si la media de edad de sus followers fuera de 17 años), les pide “likes de esos o como se llamen” y lanza vídeos con efectos molones, cortes repentinos y rótulos pop. A más de una octogenaria le habrá dado un ataque de epilepsia viendo este locurón.
Pero el delirio no cesa. Al órdago de la plancha le han seguido tres episodios más, con intensos momentos de épica hogareña.
En uno, Bertín nos adiestra en el arte de limpiar botas sucias con toallitas húmedas para el ojete y un cepillo de dientes. En un exceso de pachorra, asegura que las botas de piel necesitan hidratarse porque son seres vivos. Pero si lo de las botas te parece una nimiedad en comparación con la plancha, tienes que ver el siguiente peldaño hacia el absurdo, una obra maestra que coloca a Bertín más cerca de Monty Python que de Arévalo.
Resulta que Bertín tiene TOC y no soporta ver torcidos los cuadros y las fotos de la pared. Para paliar tamaño drama, el cantante pega monedas en las esquinas inferiores del reverso de los marcos rebeldes para generar contrapeso. Unas monedas con doble uso, por cierto, pues Bertín asegura que llegó a pagar una pizza margarita y una cuatro quesos recurriendo a la calderilla que tiene repartida en los incontables fotos y cuadros de su casa.
Uno ya no sabe si esto va en serio o se trata de una broma elaboradísima rollo The Game, con Bertín troleando a feministas y podemitas, para decirles en el giro final: “Perdonad, tenía que hacer algo, os estabais volviendo unos gilipollas”. En cierto modo, produce el mismo desconcierto que Joaquin Phoenix en I’m Still Here, transitando esa finísima línea que separa la realidad del gag, desarmando los sistemas defensivos del espectador, jodiendo con su mente sin profiláctico.
Algunos verán un intento infantil de quitarse la caspa machista. Un lavado de imagen. Otros dirán que Bertín se quiere adaptar tarde y mal a los nuevos tiempos. Teorías facilonas, cuñadismo puro y duro. Bertín youtuber es una performance que comprenderemos cuando hayan pasado 20 años. Un bocado para connaisseurs.
Se entiende, pues, que en lugar de tener 30 millones de visualizaciones, el vídeo de las fotos y las monedas de la pizza no alcance las 20 000 visitas. El tipo ha vuelto al indie. Y la verdad, un mundo en el que Wismichu es mainstream y Bertín Osborne underground es un mundo en el que quiero vivir.
Sigue a Óscar Broc en @oscarbroc.
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